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Editorial

Debate de despedida: ni rastro de proyecto nacional

Una imagen del interior del Congreso de los Diptuados

Parece claro que no se pueden pedir peras al olmo en estos meses terminales de una legislatura, aquejada desde mayo de 2014 de una crisis de representación que afecta a casi todos los partidos políticos presentes en las Cortes Generales, no obstante lo cual, se daba por sentado que el debate celebrado en el Congreso transcurriría dominado por los demonios de la corrupción y de la crisis social que han puesto en la picota al Gobierno y a sus oposiciones. Era lo esperado, como obligado era confiar en la presentación de algún tipo de proyecto de reconstrucción nacional para ser debatido durante la larga campaña electoral que se inició este martes en el Parlamento. No fue así. Los distintos grupos parlamentarios, quizá con la honrosa excepción de UPyD, se dedicaron a zurrar la badana al Ejecutivo panglosiano que nos gobierna, exhalando una visión agria y muy pesimista de la realidad que nos rodea. La despedida a la que acabamos de asistir, deseada por muchos, deja tras de sí un desierto de ideas regeneradoras realmente inquietante para los que queremos un futuro mejor para España.

El presidente del Consejo de Ministros leyó un discurso cuyo contenido recordó en demasía el primer examen de los opositores a cátedra universitaria, conocido en el argot como el "¡mecachis, qué guapo soy!", según el cual el Gobierno se encontró en noviembre de 2011 un país moral y materialmente arruinado, una situación terminal que el Ejecutivo ha conseguido dar la vuelta, al menos desde la perspectiva macroeconómica. El relato de Mariano Rajoy implica aceptar de entrada la ficción de que tanto él como el partido que le apoya aterrizaron en España procedentes de alguna lejana galaxia, olvidando que en diciembre de 2011 el PP ostentaba una amplísima cuota de poder local y regional y que, por tanto, tanto él como el partido eran conocedores de sobra de un desastre en cuya materialización Rodríguez Zapatero puso todo su empeño, cierto, pero que en absoluto era desconocido por quienes en noviembre de ese año ganaron las elecciones generales.

Nadie puede negar que se han producido cambios positivos en la situación de la economía, si bien tan frágiles como expuestos a contingencias -exteriores e interiores- que obligan a mantener la guardia muy alta. El crecimiento del PIB y la incipiente creación de empleo, sin embargo, no pueden hacer olvidar en modo alguno el autismo político de un Rajoy que ignora por completo las ansias de regeneración democrática que ocupan hoy lugar central en el corazón y las conversaciones de cualquier familia española. Enarbolar como la mayor conquista de la legislatura el haber evitado el "rescate" de España es presumir de una verdad a medias. Es verdad que se evitó un rescate de país a la griega manera, lo cual hubiera resultado dramático para nuestro Estado del bienestar, pero a costa de pasar por las horcas caudinas de un rescate financiero que también se podría haber obviado si PP y PSOE, PSOE y PP, no hubieran alentado el desastre gerencial -con robo incluido- que durante décadas se adueñó de unas Cajas politizadas hasta la náusea, primero, y si la gestión por el ministro de Economía, Luis de Guindos, de la crisis de Bankia, después, hubiera sido algo más afortunada de lo que fue. El corolario de ambos factores se concretó en la primavera de 2012 en un rescate, con memorándum incluido, cuyo balance final en términos de coste y eficacia sólo podrá hacerse transcurrido algún tiempo.

Cómo tejer el cesto de la España del siglo XXI

En otro orden de cosas, la obcecación del líder de la oposición, Pedro Sánchez, por negar lo obvio de algunas cosas que han cambiado a mejor en esta legislatura, y su empeño en pintar el panorama de una España tenebrista resultaron casi lastimosos. El suyo no fue un discurso, sino una ristra de desastres y miserias varias recitadas sin orden ni concierto, sin hilo conductor y, lo que es peor, sin una sola idea fuerza capaz de transmitir a los españoles que en él habita un político de casta, de una honrada casta nueva, capaz de dirigir el país por una senda de regeneración y progreso alejada de esa demagogia que ya se ha hecho proverbial en todo líder socialista que se precie. Cuesta trabajo imaginar quién aconseja -tan mal- a este hombre, quién le lleva tan bien cogido por el ronzal de ese catastrofismo que, de entrada, ignora la responsabilidad de los Zapateros del PSOE en las desgracias patrias. ¡Otros que también parecen hacer aterrizado en España procedentes de alguna lejana galaxia!

Dicho lo cual, durante dos días ha resultado imposible abstraerse a la idea de que casi la mitad de esa España en nombre de la cual los distintos oradores que han desfilado por la tribuna del Congreso han dicho expresarse, estaba, está ahora mismo, sin representación en el hemiciclo, porque tanto Podemos, el coco que viene del Orinoco, como Ciudadanos, la fuerza emergente del centro y alrededores, no se sentarán en el Parlamento hasta después de las próximas generales. No está claro, sin embargo, que lo que está por venir vaya a llegar pertrechado de ese proyecto nacional democrático y de futuro que están reclamando tantos millones de españoles. Desde luego, los presentes ahora en el hemiciclo, con la excepción de UPyD, ya han demostrado que carecen de él. Desde aquí queremos resaltar la preocupación que nos embarga tras asistir durante dos días al penoso espectáculo del 'y tú más', sin que por parte alguna surja alguien dispuesto a contarnos en positivo de qué manera y con qué mimbres políticos y económicos vamos los españoles a tejer el cesto de la España del siglo XXI. 

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