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Opinión

El día en que Barcelona se tiñó de rojigualda

El centro de Barcelona se abarrota de manifestantes por la unidad de España

Cerca de un millón de personas salieron este domingo soleado de otoño a llenar las calles de la capital catalana con banderas rojigualdas y señeras, a decirle al mundo que la sociedad silenciada necesitaba decir lo que sentía, que el separatismo no respondía más que a los intereses cicateros de los de siempre. De este deseo ha nacido una jornada que hará historia, porque después de este ocho de octubre nada volverá a ser igual en Cataluña.

¡Visca Espanya y viva Cataluña!

Los organizadores de la manifestación que abogaba por el 'seny', el sentido común, estaban totalmente desbordados. Nadie pudo prever el éxito que iba a tener la convocatoria que Societat Civil Catalana hizo a los catalanes que discrepan del proceso independentista. Los del proceso siempre habían dicho que las calles les pertenecían, con chulería de matones perdonavidas. En los días pasados, incluso menospreciaban la manifestación de hoy con consignas goebbelianas tales como “Dejemos las calles vacías”. El cantautor y diputado por Junts Pel Sí Lluís Llach tuiteaba frases como “Dejemos a los buitres sin comida” o calificaba a los asistentes como “carroña”. El supremacismo de siempre, el odio de siempre, el menosprecio de la casta nacionalista de siempre. Luego dicen que lo suyo es “la revolución de las sonrisas”.

Pero lo que ha pasado este domingo en Cataluña también ha desbordado a los que hasta ahora se escudaban en manifestaciones de subvencionados, autocares fletados por la ANC y bocadillo de mortadela. Cerca de un millón de ciudadanos catalanes y de compatriotas llegados de todos los puntos de España han roto de una vez por todas el espejo deformante que el proceso ha construido a base de mentiras y totalitarismo. Gente de todas las clases sociales, de todas las ideologías, de todas las condiciones y acentos se han manifestado pacífica y multitudinariamente en una riada teñida de banderas rojigualdas, españolas y catalanas, que la una viene de la otra y ambas de la Corona de Aragón.

Son las buenas gentes, las que están hartas de tanta miseria moral y tanto caciquismo, las que hoy han querido dejar oír su voz y su canto, un canto que invocaba la palabra más hermosa que existe en cualquier idioma: fraternidad"

Son las buenas gentes, las que están hartas de tanta miseria moral y tanto caciquismo, las que hoy han querido dejar oír su voz y su canto, un canto que invocaba la palabra más hermosa que existe en cualquier idioma: fraternidad. Son las mismas que se levantan cada mañana para ir a su trabajo – los que tienen la suerte de tenerlo –, las que hasta ahora creían estar solas, las que se desesperaban cuando sus hijos les contaban las barbaridades que explicaban sus profesores en una escuela sometida al control férreo de la ideología nacionalista. Son las personas que aman a Cataluña, hayan nacido donde hayan nacido, y que no por ello dejan de amar a España. Son las que saludaban a los agentes que estaban de facción frente la Jefatura Superior de Policía, provocando escenas de auténtica emoción. Todo el mundo debería ver a aquellos hombres y mujeres que, por un exiguo sueldo, nos protegen, no poder contener la lágrima al sentirse queridos, al ver como el pueblo al que juraron defender les estrechaba la mano, les besaba, les abrazaba. Ha sido un chorro de aire fresco, un vendaval que, mucho antes de las doce del mediodía, ya tenía la Via Layetana hasta los bordes de gente, esa gente que venía a decirles a los Puigdemont, Junqueras y Forcadell que ya está bien, que dejen a Cataluña en paz, que aquí no se quiere nada distinto a otros lugares del mundo democrático y avanzado.

Los 'vivas' a España, a Cataluña y a la libertad han servido de banda sonora a toda esa ingente masa de seres humanos que solo aspiran a ser normales en un país normal, que han pasado miedo, mucho miedo. Porque, hay que decirlo, la sombra de ser catalogado como disidente del independentismo ha pesado, y mucho, encima de los catalanes. Pero ese miedo también ha sido pulverizado y ya es una de las páginas más negras de nuestra historia.

Los políticos se han mezclado de manera inusual con la gente de a pie, porque todos los presentes compartían un mismo sentimiento, dejando las diferencias ideológicas"

Los políticos se han mezclado de manera inusual con la gente de a pie, porque todos los presentes compartían un mismo sentimiento, dejando las diferencias ideológicas. Al lado de Xavier García Albiol veíamos a Albert Rivera, Inés Arrimadas estaba en la misma cabecera que Josep Borrell, detrás de una pancarta que exhortaba a recuperar el sentido común. Ahí estaban la activista cultural Miriam Tey, el jurista Jiménez Villarejo, el presidente de Societat Civil Catalana, el ex ministro socialista Celestino Corbacho el ex secretario de organización del PSC Josep María Sala o el diputado al congreso Juan Carlos Girauta, que tanto ha sufrido y combatido al nacionalismo catalán desde los lejanos años ochenta en los que le conocí.

Junto a ellos, el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, el ejemplo de una Barcelona que, a pesar de vivir bajo una dictadura, supo atraer a lo mejor de las letras y del pensamiento, una Barcelona cosmopolita, una Barcelona que era enseña de modernidad y de vanguardia, una Barcelona alejada de provincianismos nacionalistas de campanario de pueblo.

Han sido casi dos horas las que esta cabecera ha tardado en llegar hasta el escenario dispuesto justo a la entrada del Parque de la Ciutadella, en el que se encuentra el Parlament de Cataluña, ese Parlament que los independentistas han secuestrado y violado para sus propios fines. Al fin, el reguero rojigualda, que ha llenado como pocas veces se ha visto el centro de Barcelona, ha irrumpido como una poderosa ola a las puertas del parque y allí hemos podido escuchar las voces de Borrell y Vargas Llosa. Y si las calles se habían teñido de oro y rojo, los cielos se han abierto al resonar las potentes voces de ambos, cargadas de razones y de humanidad.

“Nuestra estelada es la europea”

El premio Nobel lo ha dicho con claridad meridiana “Hoy estamos aquí para defender la libertad”. Libertad. Una palabra que no se les cae de la boca a los dirigentes del proceso y que tan poco respetan. En Vargas Llosa y sus palabras se percibía el coraje del hombre libre y la tristeza del barcelonés que fue en su día al ver a que situación nos ha llevado los negacionistas de esa libertad. No ha sido blando ni metafórico, al contrario. Sus palabras, duras, secas, afiladas, han provocado los aplausos de los miles de asistentes, que asistían al milagro de escuchar como la voz de la literatura, acaso la más poderosa de todas, estaba junto a ellos, apoyándoles en un acto de solidaridad inequívoco. Los catalanes jamás podremos agradecer lo suficiente el bravo posicionamiento de Mario, que ha sabido estar junto a nosotros en nuestra hora más aciaga.

Borrell, que ya vapuleó a Junqueras en su día en un célebre debate televisivo, sigue siendo el mismo hombre de estado de siempre. Defendiendo que nuestra estelada en la bandera de Europa, ha recordado que es en ese terreno donde la sensatez, el rigor y la defensa de los valores democráticos deben moverse. Su parlamento sido un auténtico baño de inteligencia y, a juicio de muchos de los asistentes, lo mejor que se ha escuchado en boca de un socialista catalán en mucho tiempo. “Estando Pep Borrell no ha hecho falta que viniera Miquel Iceta, al contrario, mejor que se haya quedado en su casa bailando”, decía un militante socialista de Badalona que, por cierto, ahora es votante de Albiol.

Borrell es un auténtico hombre de izquierdas, se esté de acuerdo con él no se esté, pero, ante todo, es un hombre de estado"

Iceta jamás hubiera dicho que hay que controlar democráticamente los medios de comunicación que ignoran todo lo que no sea independentismo, Iceta jamás se hubiera atrevido a acusar de manera clara e inequívoca a los dirigentes del proceso de crear el problema más grave que ha tenido Cataluña en su historia, guerras aparte, Iceta no habría osado criticar duramente a los empresarios que ahora se van de Cataluña y que jamás habían elevado la voz para denunciar lo que estaba pasando. Porque Borrell es un auténtico hombre de izquierdas, se esté de acuerdo con él no se esté, pero, ante todo, es un hombre de estado. Ha hecho su discurso en catalán, ese catalán de Lleida, de la montaña, tan sabroso y rico en matices, para después usar castellano, inglés y francés. Borrell sabía que ahí si que el mundo estaba mirando. El ex presidente del Parlamento Europeo conoce a la perfección los mecanismos de la política internacional y, zorro viejo, ha utilizado toda la intencionalidad idiomática del mundo.

“Las fronteras son las cicatrices que nos ha dejado la historia en nuestra tierra”, concluía. Unas fronteras inexistentes en la actualidad, difuminadas por la economía y los intereses geoestratégicos. Los asistentes, poco dados a creer consignas y cuentos de la lechera, aclamaban sus palabras porque reconocían en ellas la sensatez, la visión, la razón de un hombre que se siente catalán, español y europeo por igual.

Lo de hoy no se trataba del derecho a decidir de los ricos que no quieren ser solidarios con los pobres o de los etnicistas que creen ser superiores a los demás. No, lo de hoy ha sido un hito que marca un antes y un después, un despertar a la normalidad, un retorno a los cauces de convivencia y libertad que jamás debieron abandonarse.

La mayoría silenciosa, que tanto ha servido de leiv motiv para que los procesistas se rieran y burlasen, ha salido por fin a ocupar pacíficamente su lugar en la historia catalana y española. Ha llegado para quedarse, para no volver a dejar la calle a los orates y a los violentos. Porque no se han producido incidentes, ni algaradas ni se han roto lunas de comercios o se han destrozado cajeros automáticos. Era la paz y la concordia la que se manifestaba en Barcelona, que hoy se ha convertido por primera vez en mucho tiempo en un referente de libertad.

Eso ya no lo podrá cambiar ninguna DUI.

 

Miquel Giménez

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