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Opinión

Y después del 1-O, ¿qué?

Y después del 1-O ¿qué?

Entre las fracturas que provoca el proceso secesionista se encuentra la del mismo movimiento procesista. Ya se han producido las primeras brechas entre los que saben que el referéndum ilegal no va a ningún lado y los que lo utilizan como pretexto para quebrantar la paz social. Simulan ser un bloque irrompible, pero indudablemente van a estallar en pedazos el dos de octubre.

Susto o trato

La burguesía catalana ha tenido siempre un punto de insensatez que poco o nada tiene que ver con el cacareado seny del que tanto se habla, pero que brilla por su ausencia en los momentos de crisis. Cuando los dirigentes de Esquerra Republicana, todos hombres de derechas, no nos engañemos, pactaron con los anarquistas en 1936, entregándoles las calles, ya se podían prever las funestas consecuencias: brigadas del amanecer, checas, iglesias quemadas y el ejército del crimen enseñoreándose de las noches, sediento de sangre, de rencor y barbarie. Los de arriba siempre han necesitado a quien les haga el trabajo sucio.

Algo similar ocurre ahora. Los convergentes han precisado de los nuevos anarquistas, las CUP, para amedrentar, para hacer de comandos de choque, para justificar ante la opinión pública que el proceso era algo transversal, de izquierdas y de derechas. Los más recalcitrantes nacionalistas, los más carlistas y reaccionarios, se hacían lenguas de lo buenos y simpáticos que eran los cupaires cuando practicaban el seguidismo a Artur Mas. David Fernández, el exdiputado cupaire que amenazó a Rodrigo Rato en sede parlamentaria con un “nos veremos en el infierno, banquero” mientras se comportaba con Jordi Pujol cual gatito timorato, se fundía en un abrazo fraterno con Mas, el exconseller de Economía de Pujol, el hijo del fabricante de ascensores que cerró su negocio en circunstancias dudosas, el de los dineros depositados en Liechtenstein, el de los recortes en sanidad y servicios sociales más duros de toda Europa; Fernández, el revolucionario, el terror del capital, yendo del brazo del capitalista. Eso ha sido hasta ahora el proceso.

Los convergentes han precisado de los nuevos anarquistas, las CUP, para amedrentar, para hacer de comandos de choque, para justificar ante la opinión pública que el proceso era algo transversal, de izquierdas y de derechas"

Pero ni Mas pudo anticipar que la fiera acabaría por devorarlo. Fue la propia CUP quien, en sus propias palabras, “lo enviaba a la papelera de la historia”, poniendo como condición sine qua non que el PDeCAT lo apartase y propusiese a otro candidato si querían que votasen a favor en el debate de investidura. Así salió de su Girona el actual President Carles Puigdemont, tanto o más orate que Mas. Fue entonces cuando, como ya tengo escrito en algún otro lugar, la vieja guardia convergente exclamó sottovoce un “ja hem begut oli”, expresión catalana de difícil traducción literal, pero que vendría a significar, más o menos “estamos bien jodidos”, con perdón.

A partir de aquel momento, Oriol Junqueras vio claro que él debía convertirse en la carta de reserva y en ello ha estado desde entonces. Con su aspecto de cura de pueblo, su tendencia a la lágrima fácil y a las homilías que va predicando a diestro y siniestro acerca de las bondades del proceso y su pacífica condición, Junqueras espera agazapado que todo este barullo pase y pueda sentarse en la misma mesa que el gobierno de España a pactar. Sí, pactar, porque al líder de Esquerra lo que le apetece es ser presidente de una Cataluña dentro de España, pero con un marco singular con mayor financiación, con blindaje en educación, lengua y cultura y con un lugar preeminente respecto al resto de autonomías.

No está solo en el empeño, porque dentro del PDeCAT hay un sector, que cada día cobra más peso e importancia, que considera al proceso, a Puigdemont y, no en último lugar, a Artur Mas completamente amortizados. Y del pacto con las CUP que, según las encuestas, les convertiría en un partido extraparlamentario, no quieren ni oír ni hablar.

No demos de comer al diablo, decía Cervantes

Como en todo, el genial literato tenía razón. Frente a los pactistas que se estremecen al ver hasta qué límites los ha llevado la política de un secesionismo suicida, se halla un bloque que, no por pequeño, deja de ser importantísimo de cara a lo que suceda en Cataluña a partir del 2-O. Tal importancia deviene del mensaje pseudo revolucionario que desprenden los radicales de izquierda, las CUP en su mayor medida y, no lo olvidemos, sectores vinculados a Ada Colau y su movimiento de En Comú Podem.

Los primeros, a través de sus organizaciones como Arran, no vacilan en cometer todo tipo de actos vandálicos, incluso amenazadores, contra los que discrepan del proceso. Son puros comandos de choque de los secesionistas, provocadores más o menos profesionales que tienen en la kale borroka vasca de sus amigos batasunos un espejo a seguir; no en vano Arnaldo Otegui, el etarra, es adorado entre ellos. Hombre de paz, lo llaman.

Aparte de su carácter bronco, la formación radical catalana se ha producido en numerosas “ocurrencias”, desde reivindicar el uso de las copas vaginales en sustitución de tampones a decir que los hijos deberían ser de la comuna y no de una pareja al uso. Viajando a la Venezuela de Maduro, apostando por la eliminación de la Iglesia, defendiendo la ocupación a capa y espada, menospreciando parlamentos, leyes y democracia, so pretexto de la república popular, se han instalado en los escaños y sillones oficiales cobrando suculentas retribuciones de ese mismo sistema que pretenden subvertir. No recuerdo haber leído en ningún libro de historia que Buenaventura Durruti, histórico líder anarcosindicalista, ostentase jamás un cargo público o cobrase nada del sistema. Lenin, lo que son las cosas, sí. Vladimir Ulianov viajó desde su exilio en Suiza a su Rusia natal para derrocar al Zar con el visto bueno y dinero de los servicios secretos alemanes dirigidos por aquel entonces por el brillante coronel Nicolai, llamado maestro de espías. Haga el sagaz lector su propio análisis.

Las CUP podrán ser, no lo duden, un problema de orden público grave, pero Colau lo será de orden político, y eso ya son palabras mayores"

Pero lo más peligroso de este mejunje que se avecina después de la frustración que generará un referéndum que no será tal y de una independencia que no llegará no son los cupaires: es Ada Colau. Con el gesto de Pasionaria rediviva, su hablar redicho y sabihondo y una capacidad innegable para retorcer la verdad, la alcaldesa de Barcelona y sus huestes ofrecen un perfil de riesgo mucho mayor. Las CUP podrán ser, no lo duden, un problema de orden público grave, pero Colau lo será de orden político, y eso ya son palabras mayores.

Colau se formó, como tantos otros dirigentes de su entorno, en el Observatorio DESC, organismo creado por el socialista Jordi Borja, poderoso factótum en los gobiernos de Pasqual Maragall en Barcelona. Para que se hagan una somera idea, el tal observatorio recibió entre los años 2008 y 2014 la nada despreciable suma de más de 3,8 millones de euros, provenientes de la Agencia de Cooperación Española, el citado Ayuntamiento barcelonés y la Agencia de Cooperación Catalana.

Ni que decir tiene que todos se mueven en el terreno ideológico del comunismo, bien, del comunismo que se cultiva en nuestra tierra, comunismo de subvención, de sillón oficial, de salón. Ahora, que eso no engañe a nadie. Como ejemplo sirva recordar el reciente pregón de las fiestas de la Mercè, una de las dos patronas de Barcelona, en el que la pregonera fue la filósofa Marina Garcés que, ante la sonrisa de satisfacción de la alcaldesa y la indignación de la oposición, soltó “de los jóvenes de Ripoll –se refiere a los asesinos yihadistas de la Rambla– siempre tendremos la duda de si querían morir matando”.

Ah, sí, en ese todavía incógnito escenario que nos tocará vivir a partir del lunes que viene deberíamos temer mucho más que a los que queman fotografías de Su Majestad el Rey o la enseña nacional a los que, más finamente, prohíben a Alberto Fernández Díaz, regidor popular en Barcelona, exhibir la rojigualda en el balcón del ayuntamiento como hizo hace un año el número dos de Colau, Gerardo Pisarello, ante la mirada de aprobación de la alcaldesa.

Y del regidor socialista Jaume Collboni, el mismo que le da apoyo con sus concejales. No lo olvidemos tampoco. Cosas de dar de comer al diablo.

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