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Opinión

El caso Granados o la desvergüenza de nuestros chorizos

Francisco Granados, Ignacio González y Esperanza Aguirre

De acuerdo con el British Journal of Psychiatry, cerca de 10.000 personas se quitaron la vida entre 2008 y 2010 en Estados Unidos y Europa como consecuencia de las tragedias provocadas por la crisis financiera. Entre 2013 y 2015, la prensa económica anglosajona dio cumplida cuenta de la oleada de altos ejecutivos bancarios que decidió pasar voluntariamente a mejor vida, incapaces de arrostrar las consecuencias de quiebras, estafas, despidos o simplemente la insoportable presión laboral a la que se veían sometidos por sus CEOs. 'Welcome to the jungle', rezaba la leyenda con la que cierto gran banco de negocios recibía a los recién fichados en sus oficinas de Wall Street. Casos tan señalados como el de Gabriel Magee, ejecutivo de JP Morgan, que saltó desde lo más alto de la sede de la entidad en Londres; el de Mike Dueke, economista jefe de inversiones de Russell; el de Richard Talley, fundador de American Title Services, o el de Ryan Henry Crane, director ejecutivo de JP Morgan, entre otros muchos.

Entre los casos sonoros más recientes, el de John Cliff Baxter, ex directivo de Enron, el mayor escándalo político-financiero de la historia del capitalismo yanqui, que se pegó un tiro en la cabeza en el interior de su Mercedes, aparcado en una zona residencial de Houston, sede del conglomerado energético. Baxter, 43 años, se quitó de en medio el mismo día en que empezaban las audiencias de la comisión del Congreso encargada de investigar la súbita quiebra de la séptima empresa del país y el papel jugado en ella por Arthur Andersen. En el asiento de al lado, Baxter dejó una nota manuscrita: “Siento mucho lo ocurrido. Simplemente no puedo continuar”.

El 21 de diciembre de 2010, Mark Madoff, el hijo mayor de Bernard Madoff, protagonista de la colosal estafa piramidal del mismo nombre, se quitó la vida en su apartamento del SoHo neoyorquino, colgándose de una tubería con el collar del perro, tras dejar al portero del edificio una felicitación de Navidad con una propina de 500 dólares. Desde que en 2007 estallara el escándalo, Mark y su familia se vieron obligados a cargar con el lastre de un apellido que cerraba todas las puertas, al punto de llegar a pensar que jamás lograrían escapar del escándalo. La depresión lo llevó al suicidio. Era la tercera víctima mortal –entre ellas la de un asesor financiero neoyorquino que captaba inversiones para el estafador- del gran timo protagonizado por su padre, un hombre que ahora cumple condena -150 años de cárcel- en una prisión de Carolina del Norte, con todas sus propiedades subastadas.

De donde se infiere que estos “ejecutas” anglosajones son unos tipos muy extraños. Unos blandengues. Engañan al prójimo, pegan pelotazos, roban a mansalva, les pillan con las manos en la masa, y en lugar de presumir y fardar por las televisiones, van y se suicidan. Una gente muy rara. Tendrían que haber pasado una temporadita en España para comprobar in situ cómo se afronta, con qué cuajo, un problemilla de esa naturaleza. Aquí se pasa uno unos cuantos años en la cárcel después de haber amasado una fortuna arramplando comisiones aquí y allá, pasta puesta a buen recaudo en algún paraíso perdido, y cuando el juez decreta la libertad bajo fianza en espera de un juicio oral que se producirá 'ad calendas graecas', el tío sale tan pancho con la bolsa del aseo al hombro, risueño y bronceado y dispuesto a peregrinar por los medios concediendo entrevistas como un padre de la patria al que la academia sueca acaba de conceder el Nobel.

Del tuteo al colegueo

Nuestros chorizos han perdido la vergüenza, si es que alguna vez la tuvieron. Ayer, la periodista Pepa Bueno, portaestandarte de la cadena SER, entrevistó en su programa de la mañana a Francisco Granados, ex secretario general del PP de Madrid y miembro de los Gobiernos de Esperanza Aguirre, a quien la Fiscalía Anticorrupción, en un demoledor informe fechado el pasado 11 de mayo e incorporado al sumario del caso Púnica, sitúa a la cabeza de una trama dispuesta a hacerse con “el botín del reparto ilícito de suelo público y la adjudicación amañada de obra civil a cambio del pago de dádivas concertadas” cuya cuantía ascendería a 3.000 millones, millón arriba o abajo, trama sobre la que el ministerio público dice tener “evidencias documentales”.

Resultó que la buena de Bueno lo trató como a un amigo y Granados, cheli entre los chelis, que no aparenta sentir el más mínimo complejo de culpa, y no digamos ya propósito de enmienda, a cuenta de los supuestos graves delitos que se le imputan, se abrió de capa y se explayó a gusto. “Le ha cambiado su paso por la cárcel? ¿La cárcel enseña algo o no enseña nada?” Le preguntó de buenas a primeras la doña. Y sí, “claro que me ha cambiado y claro que enseña cosas (…) Te puedes imaginar la mezcolanza de razas, de nacionalidades que hay en una prisión en España hoy en día”. Y desde la primera respuesta el tuteo, y esa sensación de estar en el salón de su casa, la casa de Paco, digo, Paco Granados, esa sensación de confianza que amenazaba con derivar en frugal “colegueo” con el tío que supuestamente se lo ha llevado crudo de casi todos los Ayuntamientos de Madrid.

Entrados en harina, la cosa de volvió jugosa. ¿Dígame qué es verdad de la Púnica? “Es verdad que yo tuve una cuenta en Suiza y eso lo he reconocido desde el primer día. Esa cuenta la cerré y la forma de cerrarla fue, y ahí vino mi grave error, ceder la cuenta a quien no debía, a David Marjaliza, y por tanto existe una unión con él en ese tema. Todo lo demás o no es verdad o es una verdad a medias”. Eso es todo. ¿Todo? Contó Paco que en 92/93 abrió una cuenta en UBP: “Por una cuestión del gestor de mi banco, los fondos de esa cuenta se cambiaron luego a Credit Lyonnais y después a BNP. Yo esa cuenta la cerré en el 2005. El dinero lo recibí en España y es el que apareció en casa de mis suegros. Y ya está”. ¿Ya está? Resulta que el juez Velasco preguntó al suegro, médico jubilado de profesión, cómo era posible que un maletín con un millón de euros hubiera llegado al altillo de su armario, y el galeno respondió con un “no lo sé, señoría, en mi casa ha entrado mucha gente del Ikea y fontaneros”.

Todos son inocentes

Con la facundia que le caracteriza, el gran Granados puso ayer en un serio compromiso a Juan José Güemes y tiró con bala contra Ignacio González, hoy en la trena, mal enemigo donde los haya: “Creo sinceramente que la inmensa mayoría de los problemas de todo tipo que ha tenido Esperanza Aguirre durante y después de salir del Gobierno tienen su origen en Nacho González”. Casi a la hora de las despedidas, La buena de Bueno se rinde, entrega la cuchara: “¿Usted es más inocente o más listo y con más experiencia bancaria que otros imputados?” A lo que el aludido responde con una media verónica: “Yo me considero inocente y lo voy a defender y lo voy a pelear hasta el final”.

Es Francisco Granados, es Luis Bárcenas, cuya fortuna en Suiza procede de las venturosas inversiones que durante años realizó en Bolsa; es Rodrigo Rato, rico de familia como buen Rato Figaredo de las Asturias de Oviedo que es, también experto en inversiones finas y otras hierbas; es Pujol & family, cuyo dinero procede de la herencia del abuelo, luego provechosamente invertida por el primogénito, Jordi Pujol Ferrusola… Es una larga lista, propia de una Justicia que no funciona, que permite a nuestros chorizos de cuello blanco hacerse el siguiente planteamiento de vida en caso de ser descubiertos con las manos en la masa: se trata de aguantar unos pocos años en la cárcel, para poder después disfrutar cómodamente del dinero previsoramente puesto a buen recaudo. Porque aquí nadie devuelve lo robado. Un país donde los chorizos no se avergüenzan de sus fechorías y, antes al contrario, se exhiben a cuerpo gentil por las radios y los platós de televisión, es un país enfermo, que ha hecho almoneda de toda esa serie de valores sobre los que se asienta la libertad y la prosperidad de una nación. Y de suicidarse, ni hablamos.

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