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Opinión

Una caridad, por el amor de Dios

El expresident de la Generalitat, Carles Puigdemont

No es un pedigüeño que nos aborde pidiendo unas monedas porque no tiene para comer; tampoco es uno de aquellos pobres de antes, sólidos, dignos, mutilados al haber combatido en el campo republicano; ni siquiera es el pobre simpático, casi un personaje de los Quintero, que te dice sonriendo “Marqués, dame algo, que rezaré por ti y toda tu familia”. Hablamos del protopobre del independentismo: el expresident.

¡A ese no le vamos a dar ni un duro más!

El idioma alemán es perfecto tanto para insultar como para filosofar. En el asunto que hoy tratamos nos viene como anillo al dedo. Como muchos de ustedes sabrán, en la lengua germana las palabras dinero, Geld, y mundo, Welt, riman. Es una sutileza lingüística que uno no esperaría jamás encontrar en el idioma de Schopenhauer, pero señala el cordón umbilical que entre ambas cosas existe.

En el mundo hay que tener capitales para poder hacer alguno, aunque sea una colosal estupidez. Pero en nuestra sociedad los pudientes sienten una hipócrita aversión a mostrar sus caudales en público. Aquí nadie es rico y se ostenta poco para las cantidades millonarias que poseen algunos, bien en España, bien en confortables y opacas cuentas en lejanos paraísos tropicales que envidiaría el mismo Jack London. Todo el mundo desea ávidamente ser multimillonario, pero se lamenta acerca de las crujías que pasa. Los millonarios que hacen alardes son más escasos que los intelectuales en cualquier organismo oficial de cultura.

Siendo nuestro sistema monetario básicamente católico, como afirmó con sorprendente agudeza Karl Marx, la asociación entre el mundo y el dinero se presenta como algo diabólico, con olor a azufre, casi como una alianza impía. En mi tierra, Cataluña, los ricos, gente podrida hasta la médula de millones y tierras, adquiridas a través de generaciones de ladrones, explotadores, negreros y comisionistas, opinan que mostrar a través de los signos externos el patrimonio es una cosa de muy mal gusto. Solo los pobres enseñan el culo y la cartera, dicen en frase muy sobada, al ponderar el mérito de aparecer ante la gente como un zarrapastroso. La misma Isabel Preysler, cuando se instaló en una suntuosa masía del Empordà, acabo por marcharse sorprendida de la escasa vida social que existía. “Pero ¿aquí no hay ricos?”, le preguntó extrañada a aquel magnífico ser que se llamaba Antoni de Senillosa. Haylos, señora, le contestó, pero nadie desea que lo sepan sus vecinos, no sea que vayan a pedirles dinero.

Todo esto es para dejar bien claro hasta qué punto ha caído en desgracia el hombre de la fuga, ese Houdini del independentismo ful que se llama Carles Puigdemont. La vida es cara en Bruselas y, angustiado por el escaso peculio que debe llevar en sus bolsillos, no se le ha ocurrido nada más que pedirles a los suyos un viático urgente. Se comprende, porque el cesado lleva hasta ahora gastado alrededor de medio millón de euros entre abogados, mantenencias, equipo de colaboradores y otras menudencias. El sanedrín del PDeCAT, que está del fugado hasta la punta del Nabucodonosor, dicho sea en elipsis, ha encontrado la oportunidad perfecta para devolverle las cajas de pastillas antiácidos gástricos que consumen en esta precampaña por culpa del cesado. Se comenta que una voz, dicen, femenina gritó la frase clave. Ni un duro más. Aunque lo necesite para comprar medicamentos. Que se lo pida a quien sea, pero a nosotros que nos deje tranquilos.

Así se puede entender que Jordi Pujol tardase décadas y décadas en comentar la famosa herencia de su padre, porque, ya les digo, los señores en Cataluña no hablan de dinero"

Están las aguas revueltas en la cosa nacionalista, porque aquí se puede hablar de todo menos de dinero. No es propio de un señor, no es elegante. Así se puede entender que Jordi Pujol tardase décadas y décadas en comentar la famosa herencia de su padre, porque, ya les digo, los señores en Cataluña no hablan de dinero. La sustracción del mismo de los bolsillos ajenos son otros Garcías.

Cortando el grifo, se acaba el problema

Es la tesis que mantienen los dirigentes del partido sucesor de Convergencia, y es muy posible que tengan razón. Les repugna tener que hacer esto de manera abierta con luz y taquígrafos, pero, como mascullan entre dientes, Puigdemont se lo ha buscado solito. Es curiosísima la consideración política, y aún moral, que hacen de ese gesto solicitando ayuda económica, y retrata de cuerpo entero lo que es el nacionalismo catalán.

Lo que se escucha entre dirigentes del partido de Puigdemont es digno de estudio. Sus quejas, amén de que los ha ninguneado, etc., se basan en la poca clase del cesado. Ningún político catalán que se precie andaría pordioseando por ahí, te sueltan con aire digno. Esas cosas las hacía Tarradellas, pero ni Pujol ni Artur Mas caerían jamás en tal indignidad, afirman con la solemnidad del asno. Eso me decía una persona de apellido conocido, envuelta en un abrigo de pieles y tostada por años de rayos UVA. La señora, que se manifiesta tan ofendida por el hecho de que el hombre de Bruselas le pida a su partido ayuda económica, no parece tener ningún problema con que Mas pida una colecta para sufragar las multas con las que anda a retortero con la justicia; tampoco parece sentirse indignada ante el hecho de que el proceso independentista haya sido una pompa de jabón, una cortina de humo, una tomadura de pelo. Lo que la irrita sobremanera es que todo un líder nacionalista pueda parecer un cualquiera, un ciudadano común que necesita pagar sus facturas como cualquier hijo de vecino.

Todo esto no es más que una confirmación del racismo, de la intolerancia, del clasismo imperante entre esos ricos que pagan tarde, mal y nunca, que tienen servicio sin contratarlos, los que evaden capitales al extranjero y hacen trampas a la hacienda pública, tantas como pueden, y pueden hacer muchas, créanme.

Que Puigdemont sea un orate, un iluminado que ha precipitado a Cataluña a una situación social y económica terrible se la trae al pairo, pero que ande por ahí pidiendo dinero, ¡ah!, eso es inadmisible. Esa es la clase dirigente que ha votado el pueblo catalán en los últimos cuarenta años, estúpidos esnobs que, porque iban al Liceo a fingir que escuchaban a Wagner, llevaban a sus hijos al Colegio Alemán y practicaban un onanismo intelectual ante la Kultur pensaban que ya tenían todos los títulos para considerarse la Herrenvolk, la raza de los señores. Sin la menor clase intelectual ni la más pequeña sensibilidad artística, la burguesía catalana pujolista construyó su Capri en la Costa Brava, para después venderla a millonarios rusos, gente ramplona y de baja estofa.

Lean ustedes Una vida entre burgueses, de Manuel Ortínez y lo entenderán. Son unos puros mercaderes de alfombras, unos avariciosos que no conocen ni a su padre en lo que respecta al vil metal"

Son los mismos que ahora le niegan un óbolo al que fue su encargado – Cataluña es un país de encargados, como dijo Josep Pla – los que han peregrinado a los despachos oficiales del franquismo a mendigar este o aquel permiso de import export. Lean ustedes Una vida entre burgueses, de Manuel Ortínez y lo entenderán. Son unos puros mercaderes de alfombras, unos avariciosos que no conocen ni a su padre en lo que respecta al vil metal, en fin, los quiero y no puedo que Rusiñol definía como los corre que et cagues, expresión que define al parvenue catalán y que no precisa de traducción.

Al nacionalismo le molesta el de Bruselas. Ha cumplido su papel y punto. A Esquerra le pasará lo mismo, como le pasó en su día a Francesc Cambó, como le sucederá a todos los que pretendan hacer de la cosa patriótica en Cataluña su capa y su sayo. Incluso a Pujol lo despreciaban los habitantes de Pedralbes, llamándole despectivamente el hijo del bolsista, del abuelo Fulgencio, que hizo los cuartos comprando a precio de saldo la vetusta Banca Dorca. Son chacales siempre prestos para devorar a sus hijos, como Saturnos de medio pelo. Que Puigdemont, el político más nefasto que ha existido en Cataluña desde el advenimiento de la democracia sea ahora quien sienta en sus propias carnes la dureza de pedernal de sus amos no es algo que mueva a la piedad. Al menos, no a mí. Pero es muy ilustrativa su situación actual, porque ejemplifica el clasismo a machamartillo de los mandamases catalanes, que aún preguntan a qué familia perteneces para identificar si eres de los suyos o no.

No tienen caridad alguna. Ni con los que pertenecen a su gente. Imaginen la que sentirán hacia los demás.

Miquel Giménez

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