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Análisis

Un discurso miedoso, complaciente con el Gobierno y enriquecedor del populismo

El rey Felipe VI durante el primer mensaje de Nochebuena de su reinado.

Quien acaba de inventariar los problemas que afligen al país no es ya un rey ornamental, depauperado y consumido por los escándalos, sino un joven jefe de Estado que empieza a rendir cuentas y busca legitimarse ante una España en fase volcánica que días atrás ha contemplado con esperanza como un humilde juez de instrucción combate con valentía el olor a sumidero que todavía impregna los aledaños de algunas de las más altas instituciones. Si partimos de este registro quizás entendamos mejor las insinuaciones implícitas de Felipe VI a la infanta Cristina –“regenerar nuestra vida política y recuperar la confianza en las instituciones es uno de nuestros grandes retos…”– así como sus apelaciones a “cortar de raíz y sin contemplaciones” la corrupción. Mucho esfuerzo tendrá que hacer todavía el monarca para convencer a los españoles de que lo que dijo su padre por estas fechas hace un año   – “La ley es igual para todos” – es una realidad. Y gran trabajo va a costarle también prestigiar a la Corona si la sonriente imputada, desde el pasado junio expulsada de la Familia Real, no hace el gesto, por muy simbólico que resulte, de renunciar a sus derechos dinásticos antes de alisar dentro de un año su pandero en el banquillo. Frivolidades y miradas al tendido, las justas.

El primer discurso navideño de Felipe VI refleja una nación irritada y a punto de medir la longitud del cráter

Es evidente que el joven rey ha querido mostrarse en las pantallas del televisor en actitud dinámica y con solo seis meses de rodaje ha vuelto a renovar también de forma tácita algunos de los compromisos que contrajo en su proclamación, el primero de todos, devolver la dignidad a la institución que representa, a través de una conducta íntegra, honesta y transparente. Escasa inteligencia demostraría si no lo hace porque sabe que todavía tiene que merecerse el cargo en una España donde muy pocas cosas parecen atadas si nos atenemos a la foto de situación disparada por el propio monarca, reflejo de una nación irritada y a punto de medir, en cuestión de pocos meses, la longitud del cráter. En esta frecuencia cabe traducir su apuesta por “una profunda regeneración de nuestra vida colectiva”, colocando la lucha contra la corrupción “como un objetivo irrenunciable”.

Pocos riesgos con Cataluña

En el arranque de su reinado, Felipe VI levantó expectativas en una parte de la población sobre sus habilidades y su interés en mediar en el conflicto catalán. El poco tiempo transcurrido desde que se aupó al Trono ha confirmado que la reparación de los errores del pasado no es tan elemental como algunos pronosticaron e implica adentrarse en arenas movedizas. Ello explica, quizás, que el Rey no haya querido ir más allá de reafirmar su contrato con la unidad de España y el respeto a la Constitución, principios inamovibles que considera compatibles con un proyecto plural capaz de conseguir que en la España actual “nadie sea adversario de nadie”. No han sido pocos en estos meses los que le han aconsejado que no arriesgue demasiado en el tablero territorial, rupturas emocionales por medio, y Felipe VI parece haber seguido al pie de la letra sus recomendaciones. De sus palabras se deduce que la reforma constitucional que abanderan los socialistas, tendrá que esperar.

Un enfoque económico similar al del Gobierno

El tiempo nuevo en el que el rey aspira a cimentar la transformación de la Monarquía se apunta sin apenas matices al optimismo con el que el Gobierno barniza los primeros síntomas de la recuperación económica, pese a que la doble recesión ha dejado un espacioso campo sembrado de cadáveres vivientes cuya indignación puede conducir la lava hasta límites inimaginables hace solo unos años, provocando una sacudida sin precedentes en el mapa político nacional. Felipe VI ha mencionado las inaceptables tasas de desempleo juvenil y el sacrificio de muchos ciudadanos durante la crisis, pero ha enfatizado también la mejora de las magnitudes macro y el soporte que para muchas familias ha desempeñado el Estado de bienestar, algo de lo que afirma sentirse orgulloso. Unas reflexiones que, a buen seguro, han sido bien recibidas en La Moncloa.

El rey asume el optimismo del Gobierno sobre la recuperación económica

En todo caso, sea bienvenido el porte con el que el rey parece buscar la proximidad de los españoles y su interés en reivindicar la autoridad moral que durante muchos años han dilapidado algunos de sus familiares más allegados. Felipe VI, como jefe del Estado que es, tendrá que seguir rindiendo cuentas ante una sociedad cada vez más intolerante con los desmanes y el verbo hueco, por mucho que se decore con figuras navideñas. Si desde la más alta institución se sigue apostando por homilías a ras de suelo un tanto medrosas, sólo se conseguirá enriquecer, como en la última etapa de don Juan Carlos, los atrezzos divinos del populismo, con coleta o sin ella.

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