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Análisis

La doble muerte de Sánchez y el rufián Castrucho

Pablo Iglesias.

Demoledor el espectáculo al que asistimos la tarde/noche del viernes en el Parlamento. Las Cortes convertidas en barra de bar de carretera, a merced del histrionismo chabacano y machista del camarada Iglesias, el “sacabao” de Patxi López, y la representación ceñuda, sañuda, de un tal Rufián, evidencia del deterioro de la situación. Hace cuatro años, Zapatero dejó el país sumido en un crisis económica de caballo que todos presumíamos también política, amén de moral. Cuatro años después, el aspecto que presenta el enfermo es desolador: país sin costuras, zarandeado por la retahíla de enemigos que desfilan por la tribuna de oradores dispuestos a desgajar a mordiscos lo que queda de la presa herida. A este ritmo, dentro de cuatro años la España que hemos conocido habrá desaparecido, sepultada por una lava de estulticia y traición. Solo este viernes, viendo deponer en el Congreso a la larga nómina de rufianes que desean la quiebra de España, pudimos adivinar el futuro que nos espera si la derecha, todavía aferrada al gran responsable, aunque no único, del desastre que es Mariano Rajoy, no mueve ficha. Lo que sigue es un breve dramatis personae de la tragicomedia a la que hemos asistido esta semana:

Sánchez Pedro. He ahí el sueño del hombre gaseoso que sigue aspirando, nadie sabe muy bien por qué, nadie entiende tal ahínco, a ser presidente del Gobierno con el aval de 90 diputados, después de haber engordado su magro currículum con dos brillantes derrotas por goleada esta semana, pero que encara el 7 de marzo con la misma sonrisa profident, idéntico optimismo impostado, los mismos tópicos, esas obviedades como aprendidas a machamartillo y repetidas cual papagayo, el cambio, por ejemplo, los españoles votaron cambio el 20D, repite a quien quiere escucharle, también echar al PP del Gobierno, a pesar de la realidad, incómoda, de esos 7,2 millones de recalcitrantes españoles que lo votaron. Más que las derrotas en las Cortes, esperables, preocupa la sensación de vacío, de oquedad, de desierto intelectual que trasluce la brillante sonrisa del candidato. Nada con gaseosa. Torrentera inerme de palabras vacías pronunciadas con la misma entonación, buenismo cínico plagado de promesas imposibles de cumplir sin arruinar las cuentas públicas, sospecha de falta de emoción genuina que no haya sido ensayada antes ante el espejo del qué dirán y el cómo quedaré.

La única objeción seria que parece tener Sánchez hacia Podemos es "que la izquierda no suma"

Al candidato socialista, lo mismo le da ocho que ochenta, le sirve el centro desteñido de Rivera lo mismo que la izquierda marxista antisistema travestida de urgencia en socialdemocracia para engaño de tontos e incautos. Lo terrible del compañero Sánchez es que la única objeción seria que parece tener hacia Podemos, el único obstáculo que le impide echarse en sus brazos y cohabitar con Iglesias, es “que la izquierda no suma”, lo que, en la lógica subyacente de tan demoledor argumento, equivale a decir que si sumase no tendría problema en formar Gobierno con Iglesias y probablemente en nombrar al coletas vicepresidente plenipotenciario con mando en plaza, siempre y cuando se lo pidiera, eso sí, hasta ahí podíamos llegar, con educación, sin faltar, sin insultar a Felipe González, sin orinar en el quicio de la mancebía donde apoyan, ojos verdes, los ciento y pico años de historia del socialismo.

Pedro ha ganado su batalla. No hay quien mueva al hombre que ha cimentado su posición dentro del PSOE con los pilotes de la derrota. Es la victoria del hombre que solo sabía cosechar derrotas. Ha demostrado apostura en la tribuna de oradores. También que es capaz de leer un discurso de casi dos horas para decir poco o nada, cosa que tiene mucho mérito en la España alelada del analfabetismo televisivo. A Pedro le cuesta más improvisar, cierto, razón por la cual se lleva al Congreso las chuletas preparadas de casa. Pero ya no hay nadie que le tosa en el PSOE. No ahora mismo. No, desde luego, Susanita, parapetada al sur de Despeñaperros después de haber gastado toda su pólvora en salvas, y condenada a esperar que su enemigo vuelva a cosechar otro fiasco en las generales de junio, haciendo entonces evidente que el partido necesita una buena purga.  

Rivera y la fatal atracción de la izquierda

Albert Rivera. La estrella ascendente en el paisaje gris de la política española. Su discurso del miércoles ha relanzado sus opciones a consolidarse en la tierra de nadie de ese centro político, aunque habrá que ver, cara a la segunda vuelta del 26 de junio, qué dicen, cómo reaccionan esos cientos de miles de ex votantes del PP que, hartos de Mariano, se han pasado a Ciudadanos pero no acaban de entender la UTE suscrita con el PSOE, ni su adhesión a un programa, las famosas 66 páginas del acuerdo, de socialismo a palo seco con ligero barnizado C’s. Albert Rivera tiene un problema cuya solución deberá afrontar más pronto que tarde: ¿Sabe el líder de C's qué quiere ser de mayor? ¿Ubicarse en el centro derecha o en el centro izquierda? Sus citas a Adolfo Suárez y esa indisimulada intención de hacer del fundador de la UCD una especie de guía espiritual del partido naranja no pueden hacer olvidar el sustrato ideológico de un falangista que, convertido sinceramente a la democracia, se sintió después fascinado por la aparición rutilante en la escena española de un PSOE que, ausente en vida de Franco, vino a llenar con su potencia electoral la izquierda del arco parlamentario. A Suárez le hubiera gustado ser Felipe González y haber refundado el PSOE o algo parecido. Pero ese espacio ya estaba ocupado por los chicos del clan de la tortilla. A Rivera podría estarle ocurriendo algo parecido a lo que Diana de Gales resumió en la famosa frase del “Well, there were three of us in this marriage, so it was a bit crowded”. También ahora el espacio político de la izquierda está crowded, Albert, ahí tienes poco que rascar, corazón, más aún cuando desde la margen izquierda avanzan incontenibles las huestes de Podemos dispuestas a llegar hasta Poitiers. Tu espacio está en el centro derecha liberal reformista, tu misión es construir el partido de una derecha moderna, laica y sin complejos. Tu envite es arrojar a Mariano y sus palmeros a las tinieblas del olvido. Persistir en el juego de tontear con la izquierda podría reducir tu recorrido a una nota a pie de página en la historia política española.

Pablo Iglesias. Si de algo ha servido la semana perdida en la búsqueda imposible de una investidura ha sido para confirmar los perfiles, nada tranquilizadores, del líder de Podemos, un narciso arrogante con tendencia al exhibicionismo y, lo que es peor, a la violencia verbal, de momento solo verbal, porque violencia más o menos explícita es lo que subyace en muchas de sus actuaciones. Dentro y fuera del Parlamento. Dentro, con esa brutal apelación a la cal viva que, en el mejor de los casos, solo se puede entender como el intento deliberado de dinamitar los puentes con Sánchez y poner de manifiesto que su único interés real es acudir cuanto antes a nuevas elecciones para hacerse con la hegemonía de la izquierda, de modo que Pedro puede meterse su oferta de Gobierno de cambio y progreso donde le quepa. Fuera, con su recibimiento esta misma semana a Arnaldo Otegui, un terrorista condenado en firme por los tribunales. Javier Zarzalejos hacía referencia días atrás a esa violencia “que sigue ejerciendo una fascinación ideológica irresistible en los territorios políticos de la extrema izquierda”, violencia que convierte a ETA en el icono del totalitarismo revolucionario de quienes desprecian la individualidad y aspiran a someterla a la dictadura de la masa, por la fuerza si es preciso. ¿Alguien ha reparado en que ni una sola vez, ni un solo grupo, ha aludido, ensalzado o defendido la libertad individual en el escenario de la Carrera de San Jerónimo?   

Otegui y ETA representan la voluntad de acabar con el orden constitucional mediante la violencia

“Si el resorte del Gobierno popular en tiempos de paz es la virtud, el resorte del Gobierno durante la revolución son, al mismo tiempo, la virtud y el terror; la virtud sin la cual el terror es mortal; el terror sin el cual la virtud es impotente”. La frase, una de las más brutales justificaciones de la violencia política jamás escritas, pertenece a Robespierre (Virtud y terror. Slavoj Zizek presenta a Robespierre. Ed. Akal). Zizek es uno de los ideólogos de eso que se ha dado en llamar “nueva izquierda”, en cuyo imaginario, Otegui y ETA representan la voluntad de acabar con el orden constitucional mediante la violencia, si preciso fuere, mientras ella proporciona al terrorismo derrotado el material discursivo del populismo para ayudar a los viejos gudaris a reñir la batalla por la redención de las masas humilladas por la dureza de la crisis. Estos son los aliados con los que Pedro Sánchez, por encima de las protestas de novicia de los barones del partido, estaría dispuesto a pactar mañana mismo si ello le permitiera auparse a la presidencia del Gobierno. 

Mariano Rajoy. Poco o nada nuevo se puede decir de un hombre que día tras día ratifica su condición de gran tapón, muro de cierre del cul-de-sac en que se encuentra la política española, porque el simple hecho de su retirada de la escena dotaría al PP de una serie de alternativas a explorar que ahora le están vetadas por culpa de la vitola de corrupción que este hombre desmayado imprime al partido de la derecha. Su discurso del miércoles, brioso como siempre que se refugia en la socarronería galaica, solo sirvió para elevar los ánimos, muy alicaídos, del grupo parlamentario popular y entusiasmar a sus escasos hooligans tanto en Moncloa como en Genova. La claque de Mariano sigue insistiendo en que debe repetir como candidato en las eventuales de junio, pero a día de hoy ya no hay nadie que, dentro del partido, niegue que el registrador del tiempo es el problema, y que su retirada definitiva es condición sine qua non para desatascar la situación.

Los odios cainitas que unos y otros se profesan

Estos son los bueyes con los que hay que arar, aunque lo más probable es que la tierra siga en barbecho al menos hasta finales de Junio. Y mientras tanto, no se mueve un papel en oficina o despacho que se precie. Todo parado. Con la Economía llamada inevitablemente a resentirse. Hay quien sugiere que en el último minuto el Deus ex machina del pánico a nuevas generales –las urnas tienen bastante mala prensa entre nosotros- obrará el milagro de un acuerdo a la catalana hoy casi imposible de avizorar. César Luena, secretario de organización del PSOE, se confesaba el jueves en privado ante uno de los capos del Ibex que le urgía un esfuerzo supremo en pro de la gran coalición: “Imposible; el castigo sería durísimo: hemos calculado que nos iríamos al 14% del voto”, lo que equivale a decir que el PSOE perdería entre 40 y 50 diputados. La solución podría ser fácil si el bloque constitucionalista se aviniera a un Gobierno de gestión encargado de acometer una serie de grandes reformas pactadas y rubricadas durante un par de años, periodo al final del cual unas nuevas elecciones dictarían sentencia, algo que choca con los odios cainitas que unos y otros se profesan con fatal determinación.

Es el factor humano, tan sutilmente diseccionado por Graham Greene. A este aparente callejón sin salida nos ha conducido el final de un régimen de partidos convertidos en rígidas estructuras piramidales sometidas a la voluntad y los intereses personales de sus líderes. No se adivina salida democrática digna de tal nombre, mientras los rufianes [El María Moliner, además del "macarra que trafica con prostitutas", le atribuye el sentido peyorativo de “bravucón, pincho, rufo, rufián” o “insolente, presumido, ufano”, mientras el Covarrubias lo define como “el que trae mugeres para ganar con ellas, y riñe sus pendencias”. Existen también “rufianes” cobardes, a quienes se les llamaba “matones de pega”, que, como dice Deleito, “explotaban el miedo ajeno para disimular el propio y cotizarle como valentía”; de estos escribió Lope de Vega: Cuando has visto tú rufián / que no parezca Roldán / y sea después Lebrón? (El rufián Castrucho)] avanzan sobre la alfombra roja del Congreso como chulos de club de alterne, sin que nada ni nadie ose plantarles cara.  

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