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Análisis

De cómo un tranvía llamado deseo se estrelló en las narices de Gómez

Tomás Gómez y su equipo de confianza, ayer, en la sede madrileña del PSOE.

Cuentan los viejos del lugar que cuando José Luis Rodríguez Zapatero llegó a La Moncloa en 2004, uno de los primeros encuentros que tuvo fue con el antiguo dueño de Prisa Jesús de Polanco, ya fallecido. Miró al empresario por encima del hombro y le dijo que sus medios podían publicar lo que quisieran con total libertad, pues él tomaría las medidas de Gobierno que considerara oportunas con la misma autonomía. El expresidente acabó siendo un hombre muy mundano, demasiado para algunos de los ministros que se incorporaron a su procesión al final de su mandato, entre ellos el extitular de Educación Ángel Gabilondo.

El tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos, como en la canción, y ahora Gabilondo puede verse aupado al cartel madrileño del PSOE gracias a un tranvía llamado deseo que Tomás Gómez puso en circulación como alcalde de Parla en 2007 y ha acabado estrellándose en sus propias narices. El doble descarrilamiento, el del tranvía y el de su conductor, ha sido narrado con intenso provecho en las últimas semanas por el periódico más agraciado por la simpatía de Alfredo Pérez Rubalcaba, considerado como un fino chef de la cocina conspirativa por sus amigos y como un brillante promotor de derrotas por sus enemigos.

Si damos por buenos los argumentos ofrecidos ayer por el PSOE para justificar la liquidación de Tomás Gómez, tendremos que concluir que ha sido el sobrecoste del polémico tranvía el que ha acabado con su carrera política. No caben los malos pensamientos ni las maledicencias porque Rubalcaba ya no participa en política,  ocupado como está con sus clases de química, y, además, Pedro Sánchez tiene en nómina más de cinco asesores de comunicación externos que le han aconsejado que no incurra en las equivocaciones de Zapatero y dispense el mismo trato a todos los medios.

Pese a ello, muchos en el PSOE opinan que Tomás Gómez ha quedado legitimado para acordarse agriamente de Rubalcaba el día de difuntos así como para investigar, como en la película de Kazan, el obsceno pasado que vincularon sus prisas con su señorío para quitar y poner barones. A fin de cuentas, si solo fuera por los sobrecostes, los dos grandes partidos estarían gobernados por miles de gestoras.

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