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Análisis

La paradoja del buen mentiroso

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez en una reunión el pasado febrero.

El espectáculo debe continuar, dicen los productores de Hollywood, conscientes de que detener la máquina de los sueños es impensable. Los políticos españoles, con un sadismo digno de un buen psiquiatra, parecen haberse tomado la frase hollywoodiense literalmente, como algo que debe llevarse hasta sus últimas consecuencias. Desde diciembre de 2015 los españoles asistimos a una farsa nacional de calidad ínfima, que de haberse estrenado en un cine habría provocado abucheos y silbidos apenas acabados los títulos de crédito.

Pues impasible la jeta, los líderes españoles se disponen a infligirnos el show hasta el infinito y más allá. Asistimos a la escenificación de una batalla doble: por un lado la pugna entre los dos partidos veteranos –PP y PSOE– y por otro el desafío que plantea el regeneracionismo (encabezado por Ciudadanos) al bipartidismo. El bando bipartidista comparte un concepto de la política basado en el engaño y el escaqueo en beneficio propio. La transparencia, la honestidad y la búsqueda de soluciones comunes son actos que los bipartidistas siempre despreciarán a favor de la triquiñuela cutre, la mentira insolente y la anteposición del interés personal a todo lo demás.

La política estriptis

La partida que están jugando desde el 20 de diciembre los candidatos a Moncloa tiene poco o nada que ver con la política y recuerda más a una mesa de strip póquer cuyos jugadores deben quitarse una prenda de ropa cada vez que pierden. Mariano Rajoy ya se tuvo que desprender de pantalones, calcetines y zapatos meses atrás, al evidenciarse 1) la perversa maniobra de la pinza (culminada gracias al Brexit), 2) la estrategia de la política negativa consistente en la inacción mientras los adversarios se equivocan y 3) el propósito de ganarse a Pedro Sánchez para mantener intacto el corrupto bipartidismo posfranquista. La jugada que le hará perder la camisa –ya desabrochada– será la de seguir apostando por desairar a un Albert Rivera cuya simple presencia le pone en evidencia. Pedro Sánchez se ha quitado ya tanta ropa que ha optado por el moreneo interruptus en Mojácar. Huelga decir que el juego de la política española es tan cutre que fingir despiste en la playa se considera una estrategia política. Los faroles que han desnudado políticamente a Pedro Sánchez –trasluciendo su monomanía de conquistar Moncloa al precio que sea– fueron: 1) el acercamiento entusiasta a Podemos frustrado por los barones, 2) el pacto con Ciudadanos que hoy finge haber olvidado y 3) la terca adherencia a la vieja actitud antidemocrática de la izquierda española, consistente en no aceptar las victorias de la derecha en las urnas.

Mientras el espectáculo continúa, los torturados espectadores nos vemos obligados a asumir la suspensión de la incredulidad de Samuel Coleridge

Mientras el espectáculo continúa, los torturados espectadores nos vemos obligados a asumir la suspensión de la incredulidad de Samuel Coleridge. En la burbuja anacrónica que es esta España embarcada en la transición de la Transición, al irnos abismando todos en el surrealismo nacional, diríase que solo los corresponsales extranjeros parecen juzgar la situación con frialdad. La periodista estadounidense Lauren Frayer resumía el 18 de agosto el atolladero español con un tuit tan veraz como impaciente: “Los políticos españoles, incapaces de lograr nada útil durante 9 meses, ahora admiten ser también incapaces de hallar una mejor fecha para las terceras elecciones que el 25 de diciembre”. Si alguien intentara explicar a Lauren Frayer que Rajoy está usando la fecha navideña –sacrosanta en la España católica– como acicate que obligue a su gran rival político a abstenerse para permitirle gobernar, es probable que lo tomara por una broma o un mal análisis. Sin embargo, es cierto. 

El arte de la mala política

La paradoja del mentiroso se formuló a partir de la aseveración del filósofo griego Epiménides “Todos los cretenses son unos mentirosos”. Dado que el autor de la frase era cretense, ¿podía considerarse cierta su afirmación? Si decía la verdad, estaba mintiendo; si estaba mintiendo decía la verdad, pero entonces si decía la verdad mentía y así ad infinitum. La versión española de la paradoja formulada hace 26 siglos en Creta sería “Todos los políticos son unos mentirosos”, dicha por cualquiera de nosotros sobre nuestros candidatos. Si ellos mienten, nosotros decimos la verdad y viceversa. Un bucle infinito en el que España parece cómodamente instalada. Después de cuarenta años de franquismo y cuarenta de transicionismo, ¿alguien recuerda que la política es la parte de la ética relacionada con el buen gobierno de un país, el amparo de su seguridad, paz y prosperidad, el aumento de sus recursos nacionales y la mejora del bienestar de sus ciudadanos? Los países que sí lo saben nos llevan décadas de ventaja, por no decir siglos. Y nos contemplan asombrados.

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