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Análisis

Las tres transmutaciones de Rajoy

Mariano Rajoy, presidente en funciones.

La gran víctima de estos nueve meses en modo de espera tal vez sea lo menos aparente, porque Mariano Rajoy ha ganado las últimas elecciones generales y las dos anteriores. A estas alturas del limbo español, quien más quien menos tiene grabado en el hipocampo cerebral a un Rajoy indolente, pasivo y huidizo; pero una mirada retrospectiva nos muestra la sucesión de metamorfosis rajoyianas, con conclusiones dignas de estudio.

1) Del Rajoy parlamentario feroz en la oposición al Rajoy presidente comprensivo que entregó medallas

Durante los siete años en que encabezó la oposición parlamentaria a los dos gobiernos socialistas de Zapatero, Rajoy protagonizó sesiones parlamentarias de alto nivel, empleando  la tribuna opositora para atacar con ferocidad corrosiva la política de su antecesor, llegando al borde del insulto. Tras ganar en 2011 las elecciones del 20 de noviembre –otra fecha electoral supuestamente irónica– Rajoy tomó posesión con una actitud diametralmente opuesta a la que venía mostrando. De la noche a la mañana transmutó en estadista sazonado que anteponía el interés nacional a los cicateros fines locales o personales. Olvidado quedaba el duelo dialéctico con Zapatero, atrás quedaba ese PP beligerante que desde la oposición había acribillado las decisiones punteras del Gobierno socialista: la retirada de tropas de Iraq, el desplante al gobierno de Bush, el matrimonio homosexual y la despenalización del aborto. Rajoy concedió a Zapatero el collar de la Orden de Isabel la Católica (también otorgado al hoy corrupto confeso Chaves) y el último gobierno de miembros y miembras recibió la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. El no saludarse por los pasillos quedaba convertido en un buen rollito cristiano que muchos relacionaron con la presencia del Opus en el círculo próximo a Rajoy. Nada más cristiano que las segundas oportunidades, quod erat demonstrandum.

2) Del Rajoy ganador de una histórica mayoría absoluta al Rajoy “campeón” como político peor valorado

El Partido Popular obtuvo en 2011 una histórica mayoría general avalada por 10.866.566 votos, es decir, un 44,63% solo superado por Felipe González con un 48,11% en 1982. En la España discutida y arruinada que los socialistas condecorados con medallas entregaban al PP, el riesgo era que el descontento social –25% de paro nacional y 52% de paro juvenil– paseara su justificado cabreo por las calles de todo el país. Sin embargo, se ha logrado revertir la espiral económica negativa, con un crecimiento del 3,2% en 2016, tendencia asombrosamente disociada del caos político, como señalan la mayoría de los analistas. España no participa en cumbres europeas (como la reciente de los Tres Grandes en Ventotene, que reunió a Merkel, Hollande y Renzi), pero ha regresado al escenario mundial, asumiendo sus obligaciones como socio de la UE y demostrando no ser otro fracaso meridional como el griego. Bajo este Gobierno conservador y por desesperantes que sean estos meses de incertidumbre, España se está comportando por primera vez como una democracia madura. Sin embargo, el insulto a Rajoy es el deporte nacional preferido en este país de alma antidemocrática donde el comunista Alberto Garzón –desconsolado porque el terrorista Otegui recién excarcelado no puede entrar en política– es el político mejor valorado según las últimas encuestas.

3) Del Rajoy estadista con un proyecto político nacional al Rajoy esquivo aficionado a las triquiñuelas y las engañifas

La tercera transmutación de Rajoy –digno de análisis académico en las facultades de Políticas– es atribuible a los dos svengalis de la Moncloa: Pedro Arriola y Carmen Martínez Castro, ambos confabulados aparentemente en generar una imagen presidencial de escapismo y de estrategia indirecta que choca frontalmente con la personalidad honesta y poco complicada de Mariano. La incapacidad de Rajoy para entonar un solemne mea culpa y pedir perdón a los españoles por los ajustes y la corrupción, optando en su lugar por la sucia jugada de inflar a Podemos para erigirse en el último salvapatrias, es una prueba de que la política española nunca llegó a levantar el vuelo tras la muerte de Franco. La maniobra de la pinza le salió bien gracias al Brexit y la estrategia de la agresión pasiva es diametralmente opuesta a la de un gran líder político. En cuanto al designio de ganarse a Pedro Sánchez, hubiera requerido una prolongada y tenaz maniobra diplomática con el objetivo de minar el venenoso guerracivilismo socialista, no de mantener intacto el corrupto bipartidismo posfranquista. Dada la exigua pericia del Partido Popular en cuanto a comunicación e imagen, está por ver el efecto que estos tejemanejes extenuantes del Rajoy de la tercera transmutación puedan tener sobre la ya maltrecha Marca PP de cara a unas terceras elecciones generales que acechan en la sombra como un perro hambriento. 

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