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Análisis

El PSOE que conocimos ha dejado de existir

Pedro Sánchez

Jamás una reunión de junta de vecinos logró mantener a España en vilo durante casi 12 horas. Porque en eso, o en algo muy parecido, devino la reunión del Comité Federal que este sábado celebró el PSOE en su sede de Ferraz. Dos bandos enfrentados a muerte, divididos por un muro de odio del que brotaron acusaciones, gritos, lágrimas, maniobras, y hasta un intento de agresión física sobre la persona del todavía secretario general. Tensión dentro y periodistas fuera, para que nadie viera el espectáculo en directo. Huelga el relato de esas horas de enredo perdidas en la diferente interpretación de los estatutos. Pedro Sánchez, justo es reconocerlo, se defendió como un bravo. Tenía todo que perder. Con la noche cayendo sobre Madrid, el Viriato pastor socialista que ha transitado deslumbrado por el resplandor de los faros de Podemos desde que fue nombrado, perdió el pulso por 133 votos contra 107. Se lo llevó por delante una votación –justamente lo que él había tratado de impedir a toda costa desde las 9 de la mañana, sabedor de que si se votaba perdía- a mano alzada para dilucidar el segundo punto del orden del día, el relativo a la celebración de un Congreso Extraordinario el día 23 de octubre. A las 8 horas y 21 minutos de la tarde, Pedro anunciaba la dimisión, mientras en la calle los fieles seguían apoyando al carismático líder. “Fuera los fascistas”, gritaba el gentío. Terminaba el drama personal del personaje; la tragedia del PSOE apenas acababa de empezar.

Los funerales de Pedro el Guapo, también conocido como Pedro Nono, habían comenzado la tarde noche del viernes, cuando él mismo salió a dar el parte de guerra a las 9 de la noche, la hora del telediario, con esa cara suya esculpida en piedra, cantos rodados en el río del máximo estrés que terminan por aflorar en sus mandíbulas como vesubios a punto de estallar, para hacer una declaración que es resumen del manual del perfecto maniqueo. Porque, lo que en resumidas cuentas vino a plantear fue una ecuación diabólica que, en el fondo y casi en la forma, es el epitafio del partido, la esquela mortuoria de un PSOE, o un aparte del mismo, aquejado, vía contagio con el virus de Podemos, por la enfermedad infantil del izquierdismo: O Mariano Rajoy o yo. En otras palabras, quienes están contra mí, quienes censuran mis derrotas en las urnas y se alarman ante el callejón sin salida al que he llevado a España en momento tan delicado como el actual, están con Rajoy. No son socialistas. Son bandidos vendidos a la derecha. “Fascistas”, rezaba este sábado alguna pancarta que la militancia más rancia exhibía a las puertas de Ferraz. El eterno o conmigo o contra mí.  

Sánchez ha satanizado al PP como responsable de la corrupción y ha estado negociando bajo manga un gobierno con los independentistas

Empeñado en esconder los perfiles de su drama, Pedro Nono dedicó gran parte de su intervención a arrojar basura sobre un Rajoy más que acostumbrado a caminar sobre el fango, como si eso importara al personaje o dañara sus expectativas electorales. Sánchez ha satanizado al PP como responsable de la corrupción, la de los demás que no la propia, al mismo tiempo que ha estado negociando bajo manga un gobierno con los independentistas catalanes que, como todo el mundo sabe, son lo más honesto del mundo, gente nada corrupta. Dice no a la abstención, en efecto, y propone “explorar” un posible Gobierno alternativo, apellidado “de progreso”, con más de 40 formaciones de la izquierda radical, independentistas incluidos, un experimento que sabe imposible, entre otras cosas porque ese mismo Comité Federal se lo había prohibido. Es la permanente contradicción en la que se ha acostumbrado a vivir el PSOE desde hace tiempo.

Son esas contradicciones que, como una bomba de relojería, han terminado por hacer explotar al socialismo hispano. Nada nuevo bajo el sol en un partido que nunca ha tenido claro qué hacer con España, nunca han sabido si la querían con fervor o la detestaban con idéntica pasión. Las dos caras del PSOE de siempre, la de Largo Caballero y la de Julián Besteiro, más cerca en el tiempo, la de un Felipe González y la de un Rodríguez Zapatero para quien España no pasaba de ser “un concepto discutido y discutible”. Y porque lo era prometió “apoyar la reforma del Estatut que apruebe el Parlamento catalán”, porque esa era su visión de “la España plural que temen independentistas y centralistas”. Y cómo se mofaba el personaje de quienes, alarmados, advertían de las consecuencias de dar vía libre a las aspiraciones independentistas, ja, ja, ja, reía el insensato, ja, ja, ja, replicaban sus monaguillos en los medios, “y ya han visto que España no se ha roto”, aseguraba casi al día siguiente, olvidando que los grandes cambios sociales y políticos, como los movimientos geológicos, tienen una gestación lenta pero segura, de forma que cuando maduran explotan con la violencia que la naturaleza imprime a sus impredecibles caprichos.  

El Pacto del Tinell de Pedro Sánchez

Es el zapaterismo lo que, pasado el tiempo, ha terminado de saltar por los aires. Es la doctrina mendaz de un personaje empeñado en sacar a la luz la guerra civil para ganarla esta vez en las páginas de una historia escrita con renglones torcidos por mano amiga. Pedro Nono no es nadie, o casi nadie, en la historia de un partido centenario. Él no pasa de ser un aventurero sin escrúpulos dispuesto a defender su poltrona con uñas y dientes porque fuera hace mucho frío, porque en ese mundo ferozmente competitivo que asoma tras las ventanas de Ferraz es difícil ganarse la vida, de modo que la suya ha sido una permanente pelea por ganar tiempo y sobrevivir como candidato del PSOE a unas terceras generales. El problema no es él. El problema son las termitas ideológicas que han carcomido el alma de una organización que no ha sabido, que sigue sin saber, si reconocerse española, independentista o medio pensionista. Es Zapatero y el Pacto del Tinell lo que ha terminado por explotar en la calle Ferraz, aquel pacto que en 2003 suscribieron los socialistas con ERC e ICV, y que incluía una cláusula por la cual se comprometían “a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad, acuerdo de legislatura y acuerdo parlamentario estable con el PP en el Gobierno de la Generalitat. Igualmente se comprometen a impedir la presencia del PP en el Gobierno del Estado y a renunciar a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales”.  

Un pacto que aspiraba, ni más ni menos, que a dejar fuera de juego, lejos de la gobernación, extramuros del sistema democrático, prácticamente a la media España que vota centro derecha. El Tinell de Pedro Nono ha sido ese esforzado “no es no, y ¿qué parte del ‘no’ no ha entendido Rajoy?”. Como si los millones de personas que votan PP votaran la insoportable corrupción de Rajoy y no a unas siglas en las que creen reconocer una forma de gobernar y afrontar el futuro más en línea con sus aspiraciones de paz, progreso y libertad, valores que creen en peligro por la amenaza del populismo rampante. Pedro y el PSOE, incluida esa Susana Díaz especialista en tirar la piedra y esconder la mano, lo tenían muy fácil: haber exigido como condición sine qua non la nominación de otro candidato popular a la presidencia para abstenerse en la investidura, imponiendo, además, una serie de reformas que el nuevo Gobierno se hubiera tenido que cumplir. Negociar la abstención. Lo escribió Pepe Borrell en un artículo en El Periódico el 3 de julio: “Haría falta una abstención del PSOE. Y eso podría producirse de dos maneras. Una, sin contrapartidas ni condiciones. Otra, poniendo el precio de un conjunto de medidas de tipo económico, social e institucional que el Gobierno minoritario se comprometa a impulsar”. Lo confirmaba ayer Santos Juliá en El País: “El secretario general del PSOE y su comisión ejecutiva cegaron a conciencia todas las salidas, se sumieron en profundo silencio y no se emplearon nunca en negociar su no. Y ahí están, plantados ante la peor de las alternativas, la que lleva a unas terceras elecciones”.

Lo que ha hecho el PSOE de Pedro Nono Sánchez, sin embargo ha sido tratar de cerrar las puertas al futuro de un país que necesita echar a andar cuanto antes

Eso hubiera sido hacer política, política propia de una sistema democrático de representación parlamentaria que ha enterrado de una vez por todas al maldito guerracivilismo. Lo que ha hecho el PSOE de Pedro Nono Sánchez, sin embargo, lo que hizo el Comité Federal del 29 de julio pasado negando el pan y la sal al PP, ha sido algo peor. Ha sido tratar de cerrar las puertas al futuro de un país que necesita echar a andar cuanto antes. El PSOE que hemos conocido tras la muerte de Franco, porque nadie lo conoció en vida de Franco, ha dejado de existir. En unas semanas sabremos si la explosión se transforma en escisión. Los destrozos causados por un insensato, un temerario como el secretario general cesado, son cuantiosos y tardarán en ser arreglados, porque no se puede arreglar en unas semanas el estropicio de muchos años, dramáticamente acelerado a partir de 2004 por un piernas en la presidencia del Gobierno cuyos desafueros nadie se atrevió a denunciar en las filas de barones y baronesas socialistas.

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