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Análisis

Gobernar desde la oposición

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en la reunión.

En las próximas semanas es bastante probable que en España acabemos teniendo gobierno, seguramente con Rajoy o alguien de su partido en Moncloa en minoría parlamentaria. De un tiempo a esta parte, muchas voces de la futura oposición han repetido a menudo que el PSOE, Ciudadanos o Podemos no deben preocuparse demasiado por estar fuera del ejecutivo, ya que la fragmentación en el congreso les permitirá tener un peso e influencia considerables sin tener que sufrir el desgaste de controlar ministerios.

Rajoy va a necesitar la cooperación de uno o más partidos de la oposición para sacar adelante cualquier prioridad legislativa

Hasta cierto punto, es una teoría que suena plausible. Por mucho que insistan en negarlo, Podemos, Ciudadanos y PSOE están bastante cerca en una multitud de temas en su agenda política. Incluso en cosas donde les gusta fingir enormes desacuerdos (como el complemento salarial/renta básica o incluso en mercado laboral), en una negociación medio sensata los tres partidos podrían alcanzar consensos aceptables para los tres. Con un poco de voluntad y esfuerzo, las tres formaciones podrían coordinar sus agendas legislativas hasta dominar por completo el debate, sacando adelante legislación en materias incómodas para el PP con cierta facilidad.

Incluso sin coordinarse demasiado, Rajoy va a necesitar la cooperación de uno o más partidos de la oposición para sacar adelante cualquier prioridad legislativa. No creo que Podemos quiera implicarse en estas negociaciones (desde diciembre han demostrado que gobernar parece importarles poco), pero tanto Socialistas como Ciudadanos van a poder extraer concesiones repetidamente a poco que jueguen bien sus cartas. Si Socialistas y Ciudadanos trabajan en equipo, algo que han demostrado poder hacer en el pasado, el PP puede verse forzado a ceder gran parte de su agenda a los partidos de la oposición.

Estas negociaciones, por cierto, no tienen nada de antidemocrático. La clave, la dovela central del sistema parlamentario, es la formación de mayorías, no el gobierno del partido más votado. La necesidad de buscar acuerdos y negociar políticas públicas y presupuestos es una de las premisas fundamentales de nuestra constitución. Lo que ha sido inusual ha sido la abundancia de gobiernos monocolores con minorías parlamentarias holgadas en un sistema político que nunca se diseñó para que estas sucedieran con frecuencia.

Los sueños de algunos barones del PSOE de que van a poder gobernar desde la oposición son bastante infundados

Aunque es casi inevitable que el parlamento en los próximos meses tenga un papel mucho más relevante que lo que hemos visto en legislaturas pasadas, creo que los sueños de algunos barones del PSOE de que van a poder gobernar desde la oposición son bastante infundados. Por mucho que el PP dependa de otros, el hecho de estar en la Moncloa seguirá dándole una posición dominante en el debate político.

Empecemos por lo obvio: la visibilidad. Por mucha fuerza que tenga el legislativo como institución, ser presidente del gobierno hace que cualquier cosa que digas, pienses, apoyes o critiques entre en la agenda pública de inmediato. Esto es en parte por simple inercia institucional, en parte por la importancia del cargo, pero sobre todo porque incluso en minoría, el ejecutivo seguirá siendo el único actor que puede tomar decisiones y actuar en solitario. Ninguno de los partidos de la oposición, por sí solos, pueden hacer que nada suceda, así que su punto de partida será siempre un problema de coordinación (si están siendo agresivos) o una reacción a lo que diga el presidente (si están peleándose entre ellos). Esta visibilidad, ya de por sí, hará que el PP pueda capitalizar los errores ajenos con mucha más facilidad.

El ejecutivo tiene muchísima más potencia de fuego que los diputados a la hora de redactar leyes

Los problemas para los partidos de la oposición no terminan aquí, sin embargo. Cualquier persona que haya asistido a una reunión donde se tienen que tomar decisiones sabe lo importante que es poder controlar la agenda. El gobierno, incluso en minoría, tiene una capacidad enorme para dictar la agenda legislativa. Primero, porque son los que redactan los presupuestos, algo que por sí solo da una capacidad negociadora descomunal. Segundo, el ejecutivo tiene muchísima más potencia de fuego que los diputados a la hora de redactar leyes. Los ministros tienen hordas de funcionarios a su disposición para preparar proyectos de ley, mientras que los asesores de un grupo parlamentario medio caben en un taxi. Tercero, dado que es mucho más fácil actuar en solitario que coordinando tres rivales, el PP siempre tendrá mucha más capacidad de maniobra. Más aún cuando es bastante probable que el PSOE acabe metiéndose en una guerra civil en algún momento, siguiendo con su larga espiral autodestructiva.

A las ventajas de visibilidad y agenda se le suma otra realidad más tangible e institucional, que es el mismo reglamento del congreso. En España el presidente del congreso tiene una capacidad considerable para ordenar los debates, decidir el orden en que las leyes son consideradas y votadas y cómo y cuándo se admiten a trámite. Son poderes que raramente se han visto en acción en los últimos treinta años, pero que serán especialmente relevantes en esta legislatura. En este caso, y demostrando la dificultad de coordinar tres partidos a los que en teoría les interesaba reforzar el parlamento, PSOE, Ciudadanos y Podemos fueron incapaces de acordar un candidato para el puesto. Como resultado, el PP controlará la presidencia de la cámara, dándoles aún mayor poder sobre la agenda.

Rajoy, si sigue de presidente, ejercerá de Campechano II de España, siempre entretenido por las ocurrencias de su leal oposición

El obstáculo más importante a un “gobierno desde la oposición”, sin embargo, recae en el mismo Rajoy y su desinterés en hacer gran cosa. Dejando de lado el viejo dicho de Romanones sobre leyes y reglamentos, que no por sarcástico deja de ser del todo cierto (sí, la implementación de una ley es casi tan importante como la ley misma), es poco probable que un gobierno del PP esté dispuesto a llegar a acuerdos, ya que tampoco es que tengan demasiadas prioridades. Incluso con mayoría absoluta los populares fueron excepcionalmente tímidos aprobando reformas o incluso haciendo ajustes fiscales, más allá de forzar a las autonomías a recortar gasto. Si con control absoluto de las instituciones no hicieron más que aplazar decisiones, ahora que conseguir apoyos requiere trabajo harán aún menos. Rajoy, si sigue de presidente, ejercerá de Campechano II de España, siempre entretenido por las ocurrencias de su leal oposición, pero sin tomarse la molestia de negociar más que lo imprescindible.

Lo más probable, por tanto, es que acabemos con un resultado bastante cercano a lo que parece ser la preferencia de muchos votantes: un gobierno que no haga gran cosa, con una oposición dividida que raramente tendrá capacidad de influencia. La cosa durará hasta que las encuestas den buenas expectativas al PP, y se la jueguen con unas elecciones, o hasta que alguien casi por casualidad les tumbe unos presupuestos, así que será una legislatura corta.

Desde luego, no es el gobierno que necesita el país ahora mismo. Los errores de socialistas y Podemos desde diciembre pueden acabar por hacerlo inevitable.

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