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Análisis

Del boom económico a la caída en desgracia de Soraya Sáenz de Santamaría

Cristóbal Montoro, Soraya Sáenz de Santamaría y José Manuel Soria.

Por fin una buena noticia. El Gobierno recibió esta semana con alivio las cifras del paro registrado en mayo. “Lo que está ocurriendo con la economía es un boom en toda regla, mayor de lo que parece”, asegura un reputado economista madrileño. Tras el 0,9% del primer trimestre, algunos analistas empiezan a hablar ya de un crecimiento del PIB del 1,2% para el segundo trimestre, lo que equivale a decir que la economía estaría creciendo a un ritmo del 2,1% en la primera mitad del año, trasladando una tasa de crecimiento para el conjunto de 2015 cercana al 4% (el ritmo podría desacelerarse ligeramente en el segundo semestre), en todo caso entre el 3,6% y el 3,7%, unos guarismos muy notables –más del doble del crecimiento medio esperado para la UE- teniendo en cuenta el abismo por el que hemos transitado. En la misma tónica, la creación de empleo está siendo muy fuerte, hasta el punto de que hay quien sostiene que a finales de año la tasa de paro podría situarse por debajo del 20% –en algún momento de 2013 llegó a rozar el 27%-, lo que significaría que en dos años el desempleo se ha reducido en 6 puntos, un logro considerable por muchos que sean los peros que se le puedan poner, el primero de los cuales se refiere a la calidad del empleo creado (ignorando que el 95% del empleo que se destruye también es temporal). Y con 213.015 nuevos afiliados a la Seguridad Social. Los datos de junio se anuncian también buenos.

Los soportes de la economía siguen en su sitio: fuerte crecimiento del PIB y del empleo del boom, y pavorosa capacidad para destruir ambas cosas en la crisis

Los soportes de la economía española siguen donde estaban: fuerte crecimiento del PIB y del empleo en época de boom, y pavorosa capacidad para destruir ambas cosas en periodo de crisis. Ahora toca la de cal: “Esto es un bombazo y no hay quien lo frene, y a quienes razonan que el mérito reside en la caída de los tipos de interés y del precio del petróleo, hay que recordarles que lo contrario también ocurrió y contribuyó a ahondar la sima de la crisis en 2012, de manera que el argumento no es válido, por más que sea cierto decir que las cosas se podían haber hecho mejor de como las ha hecho este Gobierno”. Y el tirón inercial de la creación de empleo está asegurado para buena parte de 2016, lo mismo que el crecimiento del PIB liderado por la demanda doméstica. “Los aciertos están ahí: el ajuste bancario, por un lado, y el control del déficit, por otro; el déficit estaba salido de madre y nadie confiaba en que España fuera capaz de revertir esa situación a la griega. Me lo decía esta semana un ministro portugués: `nunca sabrán ustedes lo que han hecho evitando el rescate´. Frenar el descontrol fiscal ha sido clave para recuperar la confianza y lograr la vuelta de la inversión extranjera, sin olvidar una reforma laboral cuya música era buena pero que se ha quedado a medio gas, entre otras cosas porque los jueces la están vaciando. Y una ganancia de competitividad como no se había conocido nunca en España”. 

¿Qué va a pasar de aquí a fin de año? ¿En qué medida las incertidumbres políticas pueden afectar al crecimiento? “Creo que sería un ejercicio de alarmismo decir que la aparición de partidos nuevos como Podemos va a cortar la recuperación, aunque es verdad que hay gente con miedo, gente que teme lo que Colau, Carmena y compañía puedan hacer con el gasto municipal, y por ende con los impuestos. Pero la inercia expansiva es muy fuerte y va a seguir por más que pueda haber algún susto puntual, con los bonos, por ejemplo. La política del BCE, la solución al problema griego y su incidencia sobre el euro, la creación de empleo y el crecimiento están llamados a tener una influencia en el comportamiento de los mercados muy superior a las incertidumbres puntuales que pueda generar la eclosión de algunas propuestas populistas, propuestas que se irán templando cuando llegue la hora de ocupar de verdad el poder municipal. Lo que sí está claro es que a la vuelta de las vacaciones los sondeos de opinión dirigirán los mercados. De eso no hay la menor duda”.

Claves: recuperación y pérdida de la centralidad de Sánchez

¿Podría la recuperación salvar el pellejo de Mariano Rajoy, a pesar de las miserias de la legislatura? Hay gente en la derecha económica que aún cree en las posibilidades electorales del PP. “Es mentira que la recuperación no esté influyendo; de hecho ha influido en las municipales y mucho. Ha influido tanto que sin ella el descalabro hubiera sido mucho más acusado del que ha sido, sin la menor duda, tal vez incluso definitivo”, sostiene el jefe de un servicio de estudios madrileño, para quien el Gobierno cuenta con dos bazas: “la recuperación, en efecto –y aquí será clave el ritmo de extensión de los beneficios de la misma a mayores capas de población- y el posicionamiento estratégico que parece querer adoptar Pedro Sánchez, abandonando la centralidad para encabezar un gran bloque de izquierdas”.

Quienes arguyen que a Rajoy tal vez le vaya a faltar medio año para recuperarse como David Cameron, parecen ignorar que éste nunca defraudó como el PP

Para una mayoría, sin embargo, esa posibilidad se antoja casi un imposible metafísico. Quienes arguyen que a don Mariano tal vez le vaya a faltar medio año para dar la vuelta a las encuestas a imagen y semejanza de David Cameron, parecen ignorar que el partido conservador británico nunca hizo méritos parecidos al PP para defraudar a sus votantes y jamás perdió el apoyo de sus bases electorales, sin olvidar que los tories no se han visto salpicados por una corrupción parecida a la de los populares. Es el propio sistema político el que está en cuestión en España, cosa que no ha ocurrido en Gran Bretaña. Alguien ha escrito, y es cierto, que la calle no está ahora en el debate de la recuperación, sino en el del cambio político. Y las aguas judiciales no se van a calmar para el PP a corto plazo, sino al revés: hay Bárcenas y Gürteles y Púnicas para rato, desde luego para llegar a noviembre chapoteando en el barro, mientras que los eventuales errores que pudiera cometer la alianza entre Sánchez y Podemos, capaces de enfriar el idilio de muchos electores con la izquierda, no van a tener lugar de aquí a noviembre por falta material de tiempo.     

Por si ello fuera poco, existe el riesgo de que, presos del pánico, los populares se enzarcen en batallas internas y en la búsqueda de chivos expiatorios a quienes culpar del desastre, asunto nada extraño dadas las tradicionales tendencias suicidas de la derecha española, proclive a dinámicas que suelen terminar en episodios como el de la UCD. De hecho, los cambios que se anuncian en el PP, más parecen responder a esas batallas internas y ajustes de cuentas que a otra cosa. La vicepresidenta Sáenz de Santamaría, esa mujer con agenda propia que está siempre au-dessus de la mêlée o, como antaño decía José Ignacio Wert –un hombre afortunado, al que los españoles van a pagar una larga luna de miel en París- con respecto a un popular político democristiano, “por debajo del bien y del mal”, porque a ella nada ni nadie la roza, parece hallarse en horas bajas. Mariano le ha tomado la matrícula, y estaría dispuesto a dar satisfacción a los ministros del llamado G-7, hartos de Soraya, nombrando un vicepresidente económico con capacidad para neutralizarla. Optar por José Manuel Soria –porque Ana Pastor, alma gemela de Mariano en fémina, no quiere el puesto- para esa tarea no deja de ser llamativo. Hay quien cree que los cambios, al margen de que María Dolores de Cospedal pueda sustituir a Wert en Educación, quedarían reducidos a la pura cosmética de nombrar al de Industria como coordinador general de partido y portavoz del Gobierno, en detrimento de la mencionada Soraya.

Demasiado tarde para tratar de cambiar al PP y a Rajoy

En todo caso cambios cosméticos, absolutamente intrascendentes para la importancia de la partida que se juega en el tablero español, que no es otra cosa que la pérdida del poder por la derecha política, dispuesta a reeditar el episodio de 2004, cuando pasó de la mayoría absoluta a la oposición. Es el drama de una derecha que ha sabido, con todos sus claroscuros, hincarle el diente a los problemas económicos, pero que ha fracasado rotundamente a la hora de afrontar con determinación y altura de miras la crisis política marcada por el final de la Transición. Para el PP todo es quizá demasiado tarde, como lo es tratar de cambiar del revés a Mariano Rajoy. No es momento para alarmismos. Tras el pánico desatado en muchos ambientes, desde luego empresariales, en la semana posterior al 24 de mayo, las aguas han vuelto a su cauce. La propia alcaldable de Madrid parece dispuesta a tranquilizar a todos. “Carmena modera su programa cuando se topa con la banca”, escribía aquí Miguel Alba el jueves. He ahí una mujer dispuesta a rebajar el nivel pirotécnico con el que acogió los resultados del 24-M.

Las últimas proyecciones de voto efectuadas en Moncloa colocan el listón electoral del PP ahora mismo en 122 diputados. Confiando en movilizar a una parte de los 2,5 millones que se han abstenido, la cosecha podría llegar hasta los 140. Pasar de ahí se antoja una quimera, a menos que un milagro lograra sacar al presidente de su ensimismamiento para presentarse ante el país como abanderado de una autocrítica honesta y sincera, en todo caso imprescindible, de la labor del Gobierno. Millones de españoles están sufriendo los efectos de la crisis, y casi todos se muestran escandalizados por el nivel de corrupción alcanzado por el partido del Gobierno. ¿Es lógico, con antecedentes tan dolorosos, pretender que los ciudadanos te vuelvan a dar el voto enarbolando la bandera de una recuperación cuyos efectos tardarán aún en llegar a las capas más bajas de la sociedad? En el hervidero de pasiones y emociones desatadas por la feroz crisis, solo el discurso franco del hombre de Estado que brota de la asunción de la culpa y del propósito de enmienda conseguiría templar los ánimos y devolver al PP alguna esperanza de victoria en las generales.

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