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Análisis

Se acabó la broma, señor Rajoy, demuestre usted que tiene agallas

Mariano Rajoy.

Se acabó la broma. Cayeron las caretas, voló el trampantojo. Ya está todo muy claro. La pretensión del independentismo catalán es un golpe de Estado en toda regla, un acto revolucionario que busca hacer añicos la unidad de España, acabando de un plumazo con la paz y la prosperidad de los españoles. Con las libertades. Es el envite más grave que afronta la nación desde el final de la Guerra Civil, hace de eso 76 años. Ahora se ve por fin claro. Era falso que el Gobierno central no quisiera negociar, la eterna monserga con la que el nacionalismo nos ha castigado durante estos años. El nacionalismo no ha pretendido otra cosa que no fuera la rendición del Estado, no ha querido del Estado más que la rúbrica del reo obligado a firmar la sentencia que le ponen delante. Se acabó la farsa, y lo han hecho con tanta violencia que hasta el grupo Prisa y su buque insignia, El País –la SER no, la SER todavía sigue a lo suyo- se han dado por fin cuenta, y con qué violencia han reaccionado estos días, con qué dureza, qué indignación, qué sofoco la de esta gente tan partidaria hasta ahora de templar gaitas con el “hecho diferencial”. Ahora no. Ahora resulta que lo de Mas es “un golpe insurreccional contra el Estatuto y la Constitución” (Editorial de este jueves).  

Un golpe de Estado comparable a una invasión del territorio o al estallido de una guerra civil

Un golpe de Estado, comparable en su gravedad y consecuencias a una invasión del territorio o al estallido de una guerra civil. Al asumir esa resolución pactada con la CUP de “ruptura con la legalidad española y de desobediencia al Tribunal Constitucional”, Artur Mas –asombran los sapos que los antisistema hacen tragar al galán sin pestañear- ha volado todos los puentes. ¡Viva la República Catalana! Gritó la nueva presidenta del Parlament rubricando el acto sedicioso del lunes y, al hacerlo, rescató del vertedero del recuerdo episodios tan siniestros como la proclamación, Francesc Macià mediante, de “una República Catalana” desde el balcón de la Diputación de Barcelona, plaza de Sant Jaume, un 14 de abril de 1931, o el episodio paralelo de Lluís Companys proclamando desde el balcón de la Generalidad l’Estat Català el 6 de octubre de 1934, mientras los pistoleros anarquistas sembraban el pánico en Barcelona, el mismo anarquismo, por cierto, que ahora defiende la CUP contra las detenciones policiales de esta semana. La historia se repite. El ¡Viva la República catalana! de la Forcadell (¿de dónde saca el nacionalismo catalán estos especímenes de tan insufrible sectarismo?) es en realidad el cuarto intento en la Historia de romper España, el cuarto intento de golpe de Estado alentado desde la Generalitat contra España. Ya no hay vuelta atrás. El desafío ha quedado meridianamente planteado.

Y entonces, desde las zahúrdas de La Moncloa comenzó a llegar a los medios el tam-tam de la aparición de Mariano Rajoy en carne mortal para, a la 1 de la tarde del mismo lunes, dar respuesta contundente y acompasada a la categoría del desafío. Pero lo de Rajoy fue una pifia más, el estallido de la gaseosa, una respuesta de tal tibieza que sobre la piel de toro corrió como la pólvora un sentimiento de indignación pocas veces percibido en estos años. Porque algo ha ocurrido, alguna fibra moral del pacífico, pastueño incluso, pueblo español ha tocado la afrentosa iniciativa del nacionalismo catalán. Algo ha despertado, algo ha surgido desde las catacumbas del tiempo, porque un cabreo sordo se escucha en las esquinas de España por primera vez en muchos años. Es la sensación que parece haber brotado en los hogares, en las fábricas, en la calle, de que “lo de Cataluña va en serio y estos tíos van a poner en peligro nuestros garbanzos”. La España abotargada despierta. Juan Español parece querer tomar cartas en el asunto: “Ya está bien”. Y en este nuevo clima, la respuesta de Rajoy pareció demasiado pobre, meliflua por reiterativa, anodina, tan falta de brío ante la catadura de la afrenta que hasta en las filas del PP surgió la perplejidad, primero, y la indignación, después. Indignación con el presidente.

Mariano Rajoy se la juega

Tal fue el impacto en Moncloa y en el propio partido que la reacción no se hizo esperar. La foto de Mariano con Pedro Sánchez en los jardines de Moncloa es la imagen de unidad que, por encima de las contradicciones que al socialismo español le asaltan habitualmente con España, los ciudadanos estaban deseando presenciar de una vez. Alguien en Moncloa con talento bastante parece haber tomado cartas en el asunto. Dicen de nuevo que ha sido Arriola, el viejo mago de Oz. O tal vez se haya tratado de un acto reflejo en recuerdo de lo acontecido la mañana del 11 de marzo de 2004, cuando Aznar se negó en redondo a recibir en Moncloa y hacerse la foto con los líderes de la oposición, con casi 200 cadáveres despanzurrados sobre los trenes de cercanías de Madrid. Aquel acto de soberbia aznarita le costó al PP las generales celebradas tres días después. De la mayoría absoluta, a la oposición. El episodio debió quedar tan grabado en la mente del gallego (“aquella mañana del 11 de marzo”, contaba un testigo presencial, “Rajoy insistió media docena de veces ante Aznar en que tenía que llamar a Zapatero y hacerse la foto; y tan pesado se puso que el propio Rato trató de disuadirle, `déjalo, Mariano, que éste va a hacer lo que le salga de las pelotas´”), que puede que haya resultado decisivo 11 años después para una iniciativa que, horas más tarde, se amplió a Albert Rivera y el mismísimo Pablo Iglesias.

Es evidente que Mariano se la juega. Si en los últimos meses se viene diciendo que la firmeza del Gobierno frente al desafío catalán, en su condición, supuesta al menos, de principal garante de la unidad de España, es la principal baza que puede hacerle ganar las generales del 20-D, no lo es menos que una nefasta gestión del problema, o simplemente una no-gestión, puede hacérselas perder definitivamente. Cataluña puede dejarlo cuatro años más en Moncloa, pero también puede echarlo con cajas destempladas. Basta con que continúe ensimismado en la vía muerta de esa apelación a una legalidad que, por lo demás, no hace cumplir. Los sediciosos han demostrado hasta la saciedad que se pasan la Ley y la Constitución por el arco de sus caprichos, que se burlan de las resoluciones de los tribunales de Justicia y, lo que es peor, que no les pasa nada. Y lo hacen así porque lo suyo, la independencia, no se consigue precisamente cumpliendo la Ley, sino violentándola. Su victoria no puede seguir nunca la senda del Derecho, sino la fuerza de los hechos. Los hechos consumados, no el Derecho. La materialización del golpe de Estado.

Si quieren desafío, merecen encontrarse de frente con alguien dispuesto a aceptarlo

Se acabaron las bromas. Si quieren desafío, merecen encontrarse de frente con alguien dispuesto a aceptarlo. Nada más grave puede ocurrirle a un país que la ruptura de su unidad nacional, porque eso significaría seguramente el fin de la democracia y de la paz social con su correlato de pérdida de nivel de vida general. Se trata de una amenaza que reclama una respuesta proporcionada al envite. Tiene usted que tomar la iniciativa de una vez por todas, don Mariano. No caben más escapismos. No puede continuar usted a la defensiva. No puede limitarse a reaccionar tarde, mal y nunca. Respetar la ley, sí, desde luego, pero seguro que con la ley en la mano hay formas de anticiparse a los designios de los “malos”. Como el miércoles sugería la catedrática Araceli Mangas en El Mundo, ¿no es posible impedir la convocatoria del pleno del Parlament llamado a aprobar esa “ruptura con la legalidad española” pactada entre JxSí y la CUP? Embarcado en una huida hacia adelante sobre los escombros de la razón y la ley, el independentismo no tiene más estrategia que la provocación permanente. Es “el pollo” diario que prometió el actual ideólogo del prusés, Antonio Baños, líder de la CUP: “Para lograr la independencia hay que montar un buen pollo”.

Nervios en el bloque sedicioso

De momento, el auténtico “pollo” está montado en el bloque sedicioso. El Govern y la propia CDC son una olla a presión a punto de explotar, como no podía ser de otro modo dadas las contradicciones inherentes a un viaje en el que conviven anarquistas de la más rancia línea Durruti con burgueses de la Bonanova y Pedralbes. La reacción del Estado expresada en la voluntad de los partidos mayoritarios de poner pies en pared, está produciendo ya más de un temblor de piernas entre los adalides de la “República Catalana del 3 por Ciento”. El viernes, el diario ARA que financia Artur Carulla (grupo Agrolimen, ya saben, Avecrém y Gallina Blanca) y gestiona Fernando Rodés, el hijo de su padre, acusaba a los medios “espanyols” de sobreactuación e histerismo por hablar de golpe de Estado. “Tots sabem que això ha d’acabar en una taula de diàleg (…) Per què no ho assumim d’una vegada? Per què permetem que el clima polític i social s’aviciï i s’encrespi d’aquesta manera? Nervios. Miedo. ¿Le empiezan a ver las orejas al lobo estos señoritos tan valientes?

Por la senda de la dejación de responsabilidades, los Gobiernos de la democracia han ido a parar a la misma orilla donde los de la II República fueron a dar con Companys y compañía: “El Presidente [Negrín] está muy irritado por los incidentes a que ha dado ocasión el paso de Aguirre [lendakari vasco] por Barcelona. `Aguirre –dice- no puede resistir que se hable de España. En Barcelona aceptan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca -agrega- lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga poderes, dinero y más dinero” (de las “Memorias de Guerra”, de Manuel Azaña). Los encuentros del presidente del Gobierno con los líderes políticos han proporcionado una momentánea sensación de alivio, un respiro. Pero no es suficiente, en absoluto. Se acabaron las contemplaciones. Tiene usted que actuar, señor Rajoy, porque están en juego las libertades. Tiene que poner a trabajar el aparato del Estado para impedir la política de hechos consumados a la que tan acostumbrados están los golpistas de CDC y sus compañeros de viaje de la izquierda antisistema. No puede usted pasar a la Historia como el cobarde que con todo a su favor, con la Ley y los votos, permitió la ruptura de la unidad de España. De modo que átese usted los machos y haga lo que tenga que hacer. Con todas sus consecuencias. Esperamos que no le tiemble el pulso. Demuéstrenos que tiene agallas.

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