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Análisis

La España posible a la hora del reparto de premios y castigos

No pocos de los vecinos de Moralzarzal, Madrid, están encantados con su plaza de toros. La construcción costó un ojo de la cara y apenas se utiliza tres tardes al año para las corridas de la feria local, pero su cubierta retráctil es tan moderna, su diseño tan perfecto, su parecido con un platillo volante, vista desde cualquiera de los picos de la sierra, tan imponente, que no hay vecino que no sienta un puntazo de orgullo, y que le vayan dando a los millones que se tragó el coso, que el pueblo no se merecía menos y puede que el centro de salud esté viejo y las escuelas mal dotadas, pero, hablando de toros, que no me quiten mi preciosa plaza… Por algún fenómeno curioso, o puede que simplemente por una cuestión de sobreabundancia, la plaza de toros de Moralzarzal no ha salido nunca a relucir en el muestrario de despilfarros –aeropuertos, polideportivos, autovías- que jalonaron la geografía española en los años de dinero abundante y barato. Las cosas, sin embargo, han empezado a cambiar también en Moralzarzal. Hoy, una obra de esas características no tendría ninguna posibilidad de salir adelante. Hoy, muchos vecinos sienten algo parecido a la vergüenza ajena cuando hablan de su preciosa plaza de toros, porque han visto tantas situaciones apuradas en tanta gente en esta crisis que la contemplación de tamaño despropósito les produce una sensación de malestar fácil de explicar.     

Y sí, en efecto, las cosas están cambiando en Moralzarzal y en el resto de España. “La vieja idea fatalista de que somos incapaces de superar los obstáculos que impiden a España convertirse en un país moderno es falsa”, aseguraba este jueves Carles Casajuana en el debate mantenido con César Molinas, Luis Garicano y Elisa de la Nuez –con Mariano Guindal como moderador- en un auditorio de la Fundación Rafael del Pino lleno hasta la bandera, con motivo de la presentación del libro 'La España posible'. “Hay un cambio de mentalidad”, sostiene Garicano, “ahora la gente quiere que las cosas funcionen. Y ¿cuándo funcionan? ¿Cuándo crecen los países? Cuando cuentan con buenas instituciones y buen capital humano. Es el objetivo básico del regeneracionismo: dotarse de unas instituciones prestigiadas y de una ciudadanía mayoritariamente bien formada”. En opinión de Molinas, “la idea de la regeneración ha calado y está hoy presente en las preocupaciones de millones de españoles. Hubo un tiempo, por ejemplo, en que el fraude fiscal estaba incluso bien visto; eso está cambiando y hoy hay menos tolerancia social con el defraudador. España puede cambiar. La clave, en efecto, está en la mejora de la calidad de sus instituciones”. Así lo cree también De la Nuez, para quien es importante que la Ley se cumpla, “porque no se trata de hacer nuevas leyes, que tenemos de sobra, sino de que las que están en vigor se apliquen. Contra la corrupción, por ejemplo, que siempre ha salido muy barata en España tanto en términos penales como políticos”.

Llega la hora de la verdad, el punto de partida de un recorrido que culminará en las generales de noviembre, un suponer, y que muy probablemente diseñará un mapa político muy distinto al que hoy conocemos

Para los reunidos en la Fundación Rafael del Pino la necesidad de llegar a pactos de gobierno, tanto a nivel municipal como autonómico, para afrontar la dispersión del voto que anuncia la jornada electoral de este domingo, es una muestra de madurez de la democracia española, y un acontecimiento que sin duda contribuirá a ahormar esos pactos tendentes a acelerar el amejoramiento de las instituciones. Llega, en efecto, la hora de la verdad, el punto de partida de un recorrido que culminará en las generales de noviembre, un suponer, y que muy probablemente diseñará un mapa político muy distinto al que hoy conocemos.

La fuerza menguante de Podemos y el vigor de Ciudadanos 

El fenómeno de un partido de nuevo cuño como Ciudadanos es un síntoma más de esa madurez. Parece evidente que, al margen de consideraciones ideológicas, los españoles debemos mucho a Pablo Iglesias y sus mariachis en tanto en cuanto su irrupción en el escenario político sirvió para arrumbar de un manotazo el sistema de turno PSOE-PP con el nacionalismo trincón catalán y vasco como bisagra. El entusiasmo inicial de grandes capas de población que, hartas de tanta corrupción, se echaron en brazos de Podemos empezó a disiparse en cuanto Iglesias y los suyos mostraron la pata ideológica, entroncada con ese atroz chavismo enemigo de las libertades públicas tal como se entienden en la UE. De modo que esas clases medias han huido espantadas ante la mera sospecha de una salida a la venezolana para la crisis política española, y muchos han preferido el cambio sensato que representa Ciudadanos, algo que explica el éxito reciente de Albert Rivera y también algunas de sus meteduras de pata. Ahora se percibe con claridad la importancia del fracaso de la operación Ciudadanos-UPyD que frustró la obcecación de Rosa Díez, porque esa entente hubiera dado como resultante un partido mejor implantado en toda España, a cubierto de tanto oportunista como en las últimas semanas se ha subido en marcha al tren de C’s y puede hacerlo descarrilar en no pocas estaciones.

Por encima del supremo cabreo de tantos españoles con una corrupción que lo impregna todo, parece evidente que nuestras clases medias no están para soluciones tremendistas del tipo borrón y cuenta nueva. España no es la historia de un fracaso, se mire por donde se le mire. Los versos de Gil de Biedma ( De todas las historias de la Historia / la más triste sin duda es la de España / porque termina mal. Como si el hombre, / harto ya de luchar con sus demonios, / decidiese encargarles el gobierno / y la administración de su pobreza…”) son sólo eso, la expresión del profundo pesimismo de un burgués acomodado y culto.  La España anterior al desarrollismo franquista, hace de esto apenas 55 años, aquella España que literalmente se comía los mocos, pobre y atrasada de solemnidad, no resiste la menor comparación con la de hoy (a pesar de los años de crisis, 22.780 euros PIB per cápita en 2014, frente a los 4.227 de 1980), por muchos que hayan sido los excesos cometidos a lo largo del boom 1995-2007, y por muy magulladas que hayan llegado hasta aquí sus instituciones, necesitadas de una radical regeneración.  

Por encima del supremo cabreo de tantos españoles con una corrupción que lo impregna todo, parece evidente que nuestras clases medias no están para soluciones tremendistas del tipo borrón y cuenta nueva

El miedo a poner en riesgo lo conseguido en las últimas décadas es uno de los fenómenos que con más nitidez se están percibiendo a lo largo de esta campaña, miedos exacerbados por el discurso, tan deshonesto como ramplón, de un Mariano Rajoy de cuya boca no ha salido ni una petición de disculpas por tanta corrupción como amansa el PP en sus filas ni una apelación a esa ansiada regeneración. El pinchazo de Podemos en las encuestas antes comentado es una prueba de que difícilmente esos miedos lograrán hacer mella en ese electorado progresivamente maduro que rechaza tanto los saltos en el vacío como la contumacia en el inmovilismo que caracteriza a Rajoy y su equipo, lo cual poco o nada tiene que ver con el voto oculto PP que sin duda existe y que hoy podría aflorar con fuerza para sorpresa de muchos. 

La hora de echar a andar hacia el futuro

Se trata de construir sobre lo existente, no de destruir; de regenerar las instituciones, no de hacerlas añicos; de elevar la calidad de nuestra clase política, no de acabar con ella. La campaña ha vuelto a poner de manifiesto el bajo nivel de nuestra clase política, a menudo enfrascada en el pobre recurso del insulto al contrario. Aun reconociendo que se trata de municipales y autonómicas, ni un solo potente discurso de futuro se ha escuchado en 15 días de atroz matraca. Nadie se ha cuestionado la virtualidad de nuestro modelo territorial. Todo o casi se ha reducido a un globo de soluciones mágicas, una ristra de alegatos de un desalentador estatismo prometiendo el oro y el moro, resumido todo en compromisos de gasto a mansalva contra el presupuesto, municipal o autonómico y, en general, contra el bolsillo del contribuyente vía impuestos. A nadie se le ocurre, en la España de 2015, preguntar cuánto Estado quieren los ciudadanos. A tenor de lo escuchado, el fantasma de Moralzarzal y su platillo volante en forma de coso taurino podría volver a reeditarse a poco que acompañen las circunstancias económicas. Todo es gasto público. Todo, Estado a palo seco, con la libertad y la responsabilidad individual batiéndose en retirada.

Por una vez no es tópico calificar de histórica la jornada de hoy, porque histórico sería que Madrid y Barcelona tuvieran esta noche por alcaldes a dos mujeres más bien antisistema. Está por ver el fuelle que siguen conservando PP y PSOE, dos partidos que llegan hasta aquí arrastrándose por el lodazal de sus miserias, y qué puede pasar con sus respectivos líderes. Interesante será calibrar la fuerza del voto joven, esos casi 400.000 nuevos votantes cuya voz podría inclinar no pocas balanzas. Y qué espacio va a ocupar en el abanico político español la ensoñación bolivariana de Iglesias y su Podemos, por no hablar del reto de Ciudadanos y sus posibilidades reales de convertirse en el gran partido del centro derecha español del siglo XXI. Sí, es cierto, es el final del monopolio bipartido, y el tiempo de arranque de esa “España posible” que los ciudadanos estamos obligados a hacer realidad tras el fin de la Transición. Ha llegado la hora del reparto de premios y castigos. El momento de echar a andar hacia el futuro.      

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