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Análisis

Sin miedo: Junts, per què no?

Junqueras, Casals, Romeva, Forcadell y Mas son los precursores de la lista.

“No hay que tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”

Epicteto

Escribo estas líneas lejos de la comodidad y del miedo al rechazo que me han llevado, durante años, a buscar complicidades en pequeños círculos privados y a no expresar mis ideas en público. Lo hago, entre otras razones, por mis hijos y por los amigos que se han marchado de Cataluña para respirar otros aires. Puede que no diga nada nuevo pero debo hacerlo en mi nombre.

Me detengo en el impacto publicitario de la marca Junts pel Sí, en su poder afectivo (imaginen, en contraposición, separats y no) igual que considero muy eficaz el alegato Espanya ens roba. La propia palabra “independencia” evoca en muchos la idea de autonomía, la fantasía de una épica revolucionaria por la que se alcanzaría algo así (que Kant me perdone) como una “mayoría de edad”. ¿Quién, que se pretenda “tolerante” o “progresista”, puede oponerse a que “los pueblos se autodeterminen” o a la “fuerza de la democracia”? También la estética jovial y desenfadada con que se presenta el producto (en carteles y manifestaciones) puede atraer al consumidor. Pero vayamos más allá de las palabras y de las imágenes, de la apariencia de los fenómenos.

El discurso nacionalista catalán emerge en el siglo XIX pero hasta después de la Transición no dispone de los recursos materiales y humanos suficientes para impregnar la atmósfera social de Cataluña. No hay ni ha habido un único nacionalismo catalán, sino varios, pero todos tienen un denominador común.  

Para la propagación del relato hace falta una continuada catequesis por parte de las instituciones educativas

El nacionalismo (como otros “ismos”) moviliza los resortes psicológicos más primarios del ser humano, favoreciendo una perspectiva que simplifica la relación con los otros, dividiéndoles, sin matices, en “buenos” (“nosotros”) y “malos” (los “otros”). Elude los planteamientos complejos, abogando por lo unívoco, lo homogéneo. Así, por ejemplo, cuando se habla en nombre de la entelequia “pueblo catalán”, se excluye, veladamente, a quienes no comparten ese discurso.  La “construcción del enemigo” suele calar en un ambiente en el que haya habido una situación previa de agravio (cómo contribuyó a ello el franquismo) y expandirse en un momento en el que se vivan grandes dificultades, especialmente si son económicas. Pero para propagar ese relato hace falta, al menos, una continuada catequesis por parte de las instituciones educativas así como un notable despliegue mediático. Porque, además, cuanta más gente crea en él, más adeptos ganará. La reciente estrategia publicitaria del movimiento ha comenzado a apelar al “amor a España” pero ya se sabe que obras son amores...

Líderes que llevan a la "tierra prometida"

Con una fe ciega creen los fieles a sus líderes, sumos sacerdotes a quienes consideran incapaces de nada indigno. Estos saben que la única responsabilidad que aquellos les exigen no es la de gestionar adecuadamente los asuntos cotidianos (empleo, sanidad, etc.), sino la de alcanzar la “tierra prometida”. Sólo entonces tendrán fin las desventuras que les afligen. Por el mismo principio, el “capitalismo de amiguetes” y el clientelismo, descritos en el resto de España, viven más cómodos aquí, ya que quienes se benefician de ellos son, generalmente, “de los nuestros”. El que cuestione los principios de esta nueva religión se arriesga a ser calificado, como poco, de “fascista” ¿Y quién se siente a gusto con ese adjetivo, aunque no sea cierto? Por ello, entre otros motivos, muchas personas que piensan diferente guardan silencio (en público). Es lo que tienen las herejías.

Para los secesionistas el principio de realidad se doblega ante el principio de placer

La evolución de este nacionalismo ha desembocado en el secesionismo; una vez consolidado el dogma, el siguiente paso lógico es romper con “lo malo” y abrazar “lo bueno”. Y el siguiente eslabón es el expansionismo, pues así lo exigen la evangelización de nuevos fieles y el ejercicio del poder. Hay quien objetará que aún existe una “tercera vía”, la del pactismo, a la que muchos catalanes dicen haberse visto obligados a renunciar al encontrar la puerta del Estado español cerrada a cal y canto. Para cuestionar esto último baste recordar los logros de ese pactismo a lo largo de la democracia tanto en cotas de autogobierno como en respeto y protección del “hecho diferencial” de Cataluña, especialmente del catalán. Pero es como estar renegociando un alquiler una y otra vez con el prejuicio de que el arrendador es un malvado opresor y el arrendatario, una víctima de su codicia. Por muchos acuerdos que se firmen, al final nunca es suficiente.

Volvamos a la actualidad. Para los secesionistas, ya sea por cálculo interesado, por ingenuidad o por ambas cosas, el principio de realidad se doblega ante el principio de placer. Así, si yo deseo la independencia, ésta tomará la forma y el camino que yo guste, no el que los hechos políticos, sociales y económicos condicionen o el que la legalidad vigente limite. Lo triste es que las consecuencias de que el cántaro de leche se rompa las pagarán los ciudadanos de a pie. Se dice que, finalmente, no se llegará a la Declaración Unilateral de Independencia y que todo se resolverá con más dinero por parte del Estado. Tengo mis dudas al respecto. Además, creo que debemos aspirar a algo diferente.

¿Sería posible modificar el lema Junts pel Sí por Junts, per què no? Respondamos con un “sí” duradero, pero en minúsculas, que acepte la complejidad y diversidad de los españoles. Sin necesidad de levantar nuevas fronteras. Haciendo partícipe a la mayor parte posible de la población de un proyecto común, solidario y justo en lo económico, y en el que, tal vez, haya que cuestionar algunos privilegios, como los sistemas fiscales del País Vasco y Navarra. Sentémonos a discutir cómo organizarnos territorialmente, cómo repartir competencias de forma eficiente y centrada en los ciudadanos, y cómo garantizar el correcto funcionamiento del Estado de Derecho. Y votemos todos a favor o en contra de ese nuevo marco jurídico. No sólo nos importa por Cataluña.

María Dolores Braquehais Conesa es psiquiatra, doctora en Medicina, licenciada en Filosofía y ejerce en Barcelona 

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