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Análisis

Empezamos a estar hartos de los griegos

En el verano de 2009, el Gobierno griego privatizó parte de las actividades del puerto del Pireo, en Atenas. El Estado heleno, en efecto, otorgó a Cosco, empresa pública china, la explotación por 35 años del mayor de los dos muelles existentes a cambio de 500 millones de euros. Los sindicatos se revolvieron con furia contra semejante iniciativa. Algo tan importante para Grecia como el puerto del Pireo no se podía privatizar. En menos de dos años, los chinos crearon mil empleos invirtiendo más de 1.000 millones de dólares en la modernización de unas instalaciones que son punto de parada obligatoria de cruceros en el Mediterráneo, además de una de las de mayor importancia en mercancías, debido a una capacidad que permite el acceso de grandes barcos mercantes. En 2008, un año antes del aterrizaje chino, la terminal movió 433.582 contenedores. En 2014, la cifra se había multiplicado por siete, hasta los 3,16 millones.

El puerto del Pireo, tras la llegada de Cosco, se ha convertido en el espejo para un país ineficiente

Pues bien, el puerto del Pireo se ha convertido desde la llegada de Cosco en un espejo en el que un país acogotado por la ineficiencia puede mirarse las vergüenzas. Sólo hace falta observar lo que ocurre en la zona portuaria que gestionan los chinos, con su febril actividad diaria, con sus beneficios crecientes, y compararla con la parte que siguen llevando los griegos, con sus instalaciones vacías y en bancarrota, con grupos de trabajadores, en realidad funcionarios públicos, que se aburren paseando con las manos en los bolsillos, para entender los problemas de fondo de Grecia y de su sector público. El Gobierno de Alexis Tsipras anunció nada más llegar al poder la suspensión de los planes para completar la privatización total del puerto, entre la alegría desbordada de los sindicatos locales, acostumbrados, por cierto, a colocar a sus hijos en sus puestos cuando se jubilan, en general muy jóvenes y en condiciones sumamente ventajosas.

La de Grecia es la historia interminable, la metáfora de la noria que gira y gira porque de alguna forma se ha acostumbrado como país a vivir del dinero ajeno sin aceptar sacrificios, rechazando cualquier alternativa que implique un cambio radical en su forma de ver y transitar por el mundo, forma que ahora ha encontrado en el populismo de Syriza el agua redentora de un Jordán capaz de perdonar los pecados de la desidia y la incuria y de culpar, además, de los mismos a los demás. El estado mayor de Syriza ha entendido a la perfección la clase de material delicuescente del que está construida una UE incapaz de tomar una sola decisión sensata en un tiempo razonable, y han decidido aprovecharse de ello jugando a fondo la carta de las contradicciones que anidan en las instituciones europeas, convencidos de que, llevando la negociación hasta el pie del abismo, siempre habrá alguien en Bruselas dispuesto a tirar un cable salvador a quien está a punto de despeñarse.

Tsipras sabe que no hay posibilidad real de un acuerdo sin un recorte de las pensiones mayor del planteado hasta ahora. También que eso le colocaría en la calle

Habilidoso donde los haya este Tsipras, dispuesto a manejarse en la ratonera en la que él y su Gobierno se han metido dentro del panorama político griego. Él sabe de sobra que la única forma de imaginar una vuelta al crecimiento sostenido de la economía griega pasa por devaluar, pero ocurre que a una mayoría de griegos les da miedo la idea de abandonar el euro y quieren seguir como sea dentro de la moneda única, de modo que se trata de jugar el papel del líder que hizo todo lo posible para mantener a Grecia dentro. También sabe que no hay posibilidad real de un acuerdo sin un recorte de las pensiones mayor del planteado hasta ahora, algo que, de ser por él aceptado, colocaría a Syriza y a su Gobierno en la calle de un día para otro. De modo que se trata de seguir haciendo ejercicios en el alambre; de darle hilo a la cometa.

Claro que la culpa no es solo de Tsipras y del Gobierno de Syriza. Esa culpa está también, y en gran medida, en quienes en la UE han permitido semejante estado de las cosas. En realidad, y si de apelar a la franqueza se tratara, habría que admitir que lo que estos días ocurre en Bruselas poco o nada tiene que ver con políticas económicas o fiscales, sino con la necesidad de salvar la cara de quienes permitieron a Grecia formar parte de la Eurozona, y de los burócratas de Bruselas que han seguido soltando la pasta durante años para mantener esa ficción. Grecia nunca debió entrar en el euro; para lograrlo maquilló sus cuentas públicas y engañó a todo hijo de vecino: ahora está pagando las consecuencias. Las pagamos todos.

Cuestión de cínicos o de idiotas

Prestar ingentes cantidades de dinero a tipos que parecen no tener la menor intención de devolverlo es de cínicos o de idiotas. Hasta ahora, tremenda paradoja, nadie parece haber reparado en el hecho de que la UE lleva gastado mucho más dinero en evitar el default de Grecia que lo que hubiera supuesto el default en sí mismo, un dinero que, por ejemplo, hubiera estado mucho mejor invertido en países en vías de desarrollo, en el África subsahariana, por ejemplo, para poner coto al drama de la inmigración ilegal.

Si Grecia hubiera acometido los cambios y reformas exigidos en tiempo y forma, el país se hallaría ya en la senda de la recuperación, y los sacrificios asumidos hubieran tenido sentido. Su radical negativa a aceptar tales reformas, porque está en la naturaleza de muchos griegos vivir del cuento, no ha hecho sino empeorar la situación. Ahora será preciso aceptar la pérdida de miles de millones de euros en forma de condonación de la deuda contraída, y al mismo tiempo seguir bombeando miles de millones más en forma de créditos, digamos simplemente ayudas, para que el país pueda ponerse en pie. Tirar dinero a un pozo sin fondo parece ser una de las especialidades de la UE. Para muchos ciudadanos del viejo continente la pregunta es sencilla: ¿Existe alguna otra salida a este embrollo que no pase por invitar a los griegos a salir del euro?

El papel, desde luego, lo aguanta todo, y las promesas de Tsipras son compromisos firmados en el viento. Hablar de alcanzar un superávit primario del 1% del PIB en 2015, con seis meses del año ya consumidos y con los ingresos fiscales en caída libre, en todo caso muy por debajo de las expectativas, no pasa de ser una simple quimera, lo que equivale a decir que cualquier acuerdo de ultimísima hora que se alcance antes del lunes se convertirá en papel mojado en unos pocos meses. Antes de fin de año estaremos oyendo otra vez la misma música.

Reformas sustanciales de la economía griega

Cualquier acuerdo que no incluya como parte esencial  del mismo reformas sustanciales de la economía helena será inútil, tiempo perdido, incluyendo el reconocimiento por los propios griegos de que si no están dispuestos a pagar impuestos no podrán disponer de un mínimo de Estado del bienestar, con lo que ello implica de pobreza y miseria para los más débiles. La única vía conocida para salir de una adicción es el reconocimiento primero de que uno es adicto y, sinceramente, no parece, al menos hasta ahora, que los griegos hayan asumido que su estilo de vida como país está muy por encima del que pueden permitirse, sobre todo porque está basado en tirar del dinero ajeno.  

Los griegos tienen derecho a salir del pozo en que se encuentran, pero solo ellos lo lograrán con su trabajo y esfuerzo. En esa vía, tal vez lo mejor sería abandonar la zona euro para poder poner en marcha su economía sin estar atados a tipos de interés y de cambio dictados por economías muy diferentes. Cualquiera que sea el acuerdo que se alcance estos días, lo que parece claro es que la economía griega necesitará seguir enganchada, como lo están ahora sus bancos a la teta del BCE, al gota a gota de los acreedores de la Eurozona, a una interminable transfusión de sangre que seguirá saliendo de los bolsillos de los contribuyentes europeos. Los burócratas de Bruselas parecen querer seguir dando vueltas a la noria helena, pero los ciudadanos empiezan a estar realmente hartos: de los griegos, por supuesto, pero también de sus políticos.

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