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Análisis

¿Tienen los griegos alguna culpa en el drama de Grecia?

“Una de las cosas que más me llamó la atención cuando en los ochenta llegué a Atenas fue oír a la gente que se disponía a salir del país la expresión “me voy a Europa” o “esta semana tengo que viajar a Europa”; no decían me voy a Alemania o a Francia, sino a Europa, un detalle que quizá revela la carencia de una identidad europea clara, sin duda producto de los cuatro siglos de dominación otomana”. Quien así se expresa es Carmen, una española que en los ochenta emigró a Grecia, se casó en Atenas con Andonis, y allí echó raíces hasta que la brutal crisis que atraviesa el país les devolvió a España con casi todas sus pertenencias. Carmen y Andonis viven hoy uno de esos días marcados de esperanza en el corazón de todo amante del país heleno, pendientes del resultado de las elecciones generales que allí se celebran, y preocupados, como millones de españoles, por la influencia que pueda tener en el horizonte electoral español lo que ocurra en Grecia.

Carmen siempre tuvo claro que el país surgido tras independizarse del yugo otomano se parece a la Grecia clásica como un huevo a una castaña. Fue Europa la que a partir del siglo XIX intentó recrear en aquel país atrasado y rural, apegado a una religión ortodoxa refractaria a todo cambio, el sentimiento de pertenencia al glorioso pasado de Pericles, algo que los griegos habían perdido por completo. Recuerden el Fausto de Goethe. Se trató de un revival impostado, en parte debido a un cierto sentimiento de culpa del movimiento romántico europeo para con la tierra que vio nacer a los padres putativos de la cultura occidental. A ese extraño país balcánico y mediterráneo le quedaron los usos y costumbres de cuatro siglos de dominación, las lacras otomanas que acabarían dejando una huella indeleble en la sociedad griega actual, porque la dominación turca hasta 1821 aisló a Grecia de los grandes movimientos culturales de Occidente, por supuesto la Ilustración, y han sido las leyes otomanas las que han moldeado los valores profundos de la Grecia moderna.

De alguna forma, para el griego de la calle el político de hoy es el cacique de ayer que, con acceso al poder turco, le protegía y ayudaba

La figura del cacique, esencial en la cultura griega, procede de ese periodo. Es el personaje que intermedia entre el poder otomano, inalcanzable para la gente del común, y el griego de a pie, el griego abandonado a su suerte, que piensa, lo sigue pensando hoy, que solo en el círculo familiar se puede confiar, porque fuera de la familia reina la ley de la selva. De alguna forma, para el griego de la calle el político de hoy es el cacique de ayer que, con acceso al poder turco, le protegía y ayudaba. Ahí está el origen del sistema político clientelar vigente en Grecia: uno vota a Fulano porque, en un continuo do ut des, espera que le devuelva el favor, tal vez le dé un empleo en la Administración y le ayude a desenvolverse en la inmensa burocracia. Es el origen del rusfeti, el favor político, tan inculcado en la cultura griega. Es el fakelari, el soborno, la mordida, la coima. Es el tamesa, el contacto, el enchufe sin el cual no se va a ninguna parte. Es la xenitia, la necesidad de emigrar (10 millones de griegos fuera del país, casi tantos como en el interior) para poder llevar una vida mejor. Son muchos los que han hecho en el exterior la fortuna que les negó su propio país, porque, listos como son, todo parece imposible en esa Grecia que funciona a la oriental manera, esa Grecia clientelar vallada por las trabas burocráticas, lastrada por el enchufismo y la corrupción, que confía en el cacique (el político) más que en un Estado que no le atiende, una Grecia sin sector industrial, donde uno puede trabajar en los servicios (turismo) o en la Administración, una Grecia que, a cuenta de la amenaza turca, dedica casi un 20% de sus Presupuestos a las fuerzas armadas. 

“Yo vi con los propios socialistas que aquello estaba tomando un sesgo que no podía conducir a nada bueno. Porque fue el Pasok el que alentó la aparición de una odiosa clase de nuevos ricos, nuevos millonarios con las ayudas que llegaban de la UE y que en vez de dedicarse a los objetivos marcados, a la creación de infraestructuras productivas, terminaban en el bolsillo de la clase dirigente. La Grecia humilde, acogedora, pintoresca, que yo conocí cuando llegué a Atenas, la Grecia que salía a cenar a las tabernas y se ponía a cantar si se terciaba, la Grecia confiada, la de las casas sin rejas, iba desapareciendo a pasos de gigante. Cada año disminuía la seguridad. La abundancia de dinero fácil lo estaba cambiando todo, y la gente creía que aquel maná no se iba a acabar nunca, que la burbuja del dinero fácil no tenía fin. Y fue creciendo esa nueva clase de privilegiados y advenedizos. Sin clase dirigente a la que seguir, sin una burguesía culta cuyas pautas de conducta imitar, todo se fue agriando, la mala educación de la gente, el sustrato turco de la gente, la falta de cultura urbana, y una cierta soberbia difícil de entender para un occidental”. 

“Porque el griego es buena gente. Pillo, listo, dispuesto a darte gato por liebre si puede, pero no a robarte, no antes. El empobrecimiento general, la crisis y la emigración que hoy superpuebla Atenas ha deteriorado hasta el infinito el tejido social, ha arruinado la seguridad en la calle. Los primeros en llegar fueron los albaneses, pero detrás lo hizo mucho africano, mucho rumano, incluso gente del sudeste asiático, paquistaníes, tipos con una mano adelante y la otra atrás, que se agolpan en las plazas de Atenas en busca del salto a “Europa”. Es emigración procedente de países de muy bajo nivel cultural. Cuando viajamos a Atenas en el verano de 2013 me sorprendió oír en la tele un anuncio de la propia policía recomendando a las personas mayores no salir de casa después de la 6 de la tarde, porque los ancianos eran presa fácil de los atracos callejeros. Los recortes de funcionarios, policía incluida. La situación es peor los fines de semana, porque la vigilancia disminuye aún más. Ahora se escuchan cosas alucinantes en Atenas. Hace apenas un mes un escritor amigo nuestro fue seguido hasta su casa por unos delincuentes que le asaltaron cuando trataba de abrir la puerta, le robaron y, lo que es peor, le asesinaron. Mucha gente mayor, sobre todos viudas que viven solas, se hacen acompañar por dos armarios de Amanecer Dorado cuando van a cobrar su pensión, para evitar ser asaltadas y robadas en plena calle. Amanecer Dorado reparte alimentos a mucha gente, pero exige primero el carné: “solo para griegos”. Una afrenta para la izquierda, para Syriza, que les tilda directamente de fascistas."

La corrupción de las pequeñas y grandes cosas

Desafiando las trabas burocráticas, Carmen abrió una academia para la enseñanza de idiomas. Casi 400 alumnos el primer año. Viento en popa. Pero no contaba con la corrupción. “El inspector de Trabajo se presentaba en las oficinas a poner pegas, simplemente para que le sobornaras. Pero yo no sabía cómo hacerlo, de modo que se lo encargaba al contable. Más de 12 millones de dracmas nos costó una vez, y cantidades inferiores otras. Los centros de la competencia siempre estaban avisados de su llegada. Al final nos dimos cuenta de que estábamos trabajando para el Estado, para pagar mordidas e impuestos. Terminamos cerrando. Es la corrupción, la corrupción cotidiana, la corrupción de las pequeñas y grandes cosas. Es verdad que hay un sistema de asistencia sanitaria universal que en 1981 instauró el Pasok, pero a la sanidad pública solo van los muy pobres, aunque lo más alucinante es que para conseguir que un cirujano de la pública de cierto nivel acceda a operarte hay que darle un sobre. La cifra era, quizá sigue siendo –el Gobierno se esfuerza ahora por erradicar la práctica- 4.000 euros por intervención. De modo que hay sanidad pública, pero al médico hay que pagarle aparte. `Es que sin sobres no habría más que matasanos en la sanidad pública´, dice una amiga mía griega, porque los sueldos son muy bajos. Naturalmente, quien tiene recursos acude a la medicina privada”.

La situación es tal que hay gente que alquila su segunda vivienda simplemente a cambio de que el inquilino pague los impuestos y los gastos de comunidad

La vivienda propia era, como en España, una seña de identidad de los griegos como sociedad. No era raro que el tío soltero y con posibles comprara el piso al sobrino que se iba a casar. Ahora todo se ha ido al traste. “Conozco bien el caso de una amiga, jefa de negociado del ministerio de Educación, con 5 idiomas, viajando con frecuencia “a Europa”, que cobra 1.300 euros al mes y no puede mantener las tres casas de su propiedad: su piso de Atenas, un pequeño apartamento en la capital y una casa en la playa heredada de sus padres. En total, casi 4.000 euros en impuestos. Y  es casi imposible vender porque no se vende nada. Y alquilar es un acto heroico. O un suicidio. ¡Cuidado con quién metes en casa, porque se puede llevar hasta los grifos!, me advirtió un inmobiliario amigo cuando fui a proponerle alquilar mi piso, muy céntrico, muy coqueto, con gran terraza… Me ofrecían 250 euros al mes y con esos riesgos. Lo normal es que si alquilas no te paguen y además no lo puedas liberar en mucho tiempo, y si al final lo consigues es a base de infinita burocracia, o recurriendo a las mafias, incluso a Amanecer Dorado para que te preste un par de matones dispuestos a sacar de tu casa al albanés a torta limpia. La situación es tal que hay gente que alquila su segunda vivienda simplemente a cambio de que el inquilino pague los impuestos y los gastos de comunidad."

Un país de servicios, con poca o nula economía productiva, que importaba casi todo lo que consumía. Todo carísimo, todo del extranjero. Las clases medias, empobrecidas hasta extremos inimaginables, son las que están soportando el peso de un ajuste que, como el mito de Sísifo, nunca parece bastante, nunca es suficiente. Un país donde la evasión fiscal era la norma, ahora se ve asfixiado a impuestos. Los sucesivos Gobiernos se han visto obligados a recortar el gasto público en un 60%, con lo que muchos griegos han quedado a la intemperie. Con un tercio de la población sin acceso a la sanidad gratuita, con retorno de algunas enfermedades infecciosas (incluso casos de malaria) que se creían erradicadas, con gente desdentada por la calle, con hacinamiento en los hospitales, con inseguridad galopante en la calle. La Grecia esclava de un sistema político clientelar, una clase dirigente estafadora, y una burguesía improductiva –los tres grandes males descritos por la sociología al uso-; la Grecia del clientelismo, la burocracia y la corrupción; la Grecia mitad víctima mitad verdugo, que creyó poder vivir para siempre por encima de sus posibilidades con el dinero del maná europeo, esa Grecia ha terminado por explotar con estrépito.

Para la izquierda, el gran culpable es Alemania

Para la izquierda griega y española el gran culpable tiene un nombre: Alemania. El enemigo es Alemania, “y los políticos que colaboraron en la destrucción del incipiente aparato productivo griego porque se vendieron a Alemania”. Ninguna responsabilidad parecen tener los propios griegos. Algunos ejemplos históricos pueden, sin embargo, poner las cosas en su sitio. El acuerdo sobre la deuda externa alemana de 1953 (Acuerdos de Londres), consistió en la quita de un 62% de su enorme deuda externa, tanto la contraída en las dos guerras mundiales como la resultante de la postguerra por parte de 25 países acreedores. Esa condonación, unida a las draconianas políticas de ajuste llevadas a cabo por Erhard y Adenauer, propició el resurgimiento de Alemania como potencia mundial. La Grecia de nuestros días ha recibido ayudas –incluidas dos quitas de deuda- equivalentes al 76% del PIB griego, o no menos de 250.000 millones de euros. Pero el drama es que su deuda pública, que era del 125% del PIB en 2010, a finales de 2014 había escalado ya hasta el 175% del PIB. ¿Dónde han ido esas ayudas? ¿Qué ha hecho Grecia a cambio de esas ayudas? Es lo que diferencia a Grecia de Alemania.

“Yo llegué a un país seguro, donde nunca pasaba nada, y terminé escapando de un país que empezaba a parecerse a un infierno…”, resume Carmen. ¿Debió entrar Grecia en el euro? Muchas preguntas comenzarán a tener respuesta al cierre de los colegios electorales de hoy. Syriza va a ganar cómodamente, pero no con mayoría absoluta. La pregunta es: ¿podrá formar Gobierno? Aunque no faltan los síntomas que apuntan a que, conquistado el poder, el lobo no será tan fiero como lo pintan, la inestabilidad parece a la vuelta de la esquina. El riesgo no es tanto que el nuevo Ejecutivo reclame una nueva quita de la deuda, sino que de facto dejen de pagarla. Más aún, que no paguen la deuda y que se olviden del ajuste fiscal y de las reformas comprometidas. Que cumplan, en suma, su programa electoral, colocando entonces la partida ante el siguiente dilema: que Grecia sea obligada a abandonar el euro, o que la UE trague, víctima de su tradicional complejo de culpa para con el país heleno, lo cual enviaría un pésimo mensaje a los mercados y a España en particular, porque podría hacer pensar a la gente que votar a Podemos, además de divertido, puede salir gratis.

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