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Análisis

España, Cataluña y el suicidio de los Leopoldo Rodés

Leopoldo Rodés murió el 8 de julio en un accidente de coche

Apenas 12 horas antes de que el vehículo en el que viajaba chocara contra un camión en la AP-7, a la altura del término municipal de Aiguaviva y del aeropuerto de Gerona, Leopoldo Rodés Castañé, 80, se despedía a la 1 de la madrugada del miércoles 8 de julio a la puerta del domicilio de Artur Carulla, presidente del grupo Agrolimen y uno de los pocos empresarios catalanes que se ha declarado abiertamente independentista, en cuya casa acababa de cenar en compañía de Antonio Brufau, presidente de Repsol, y de Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña. Las cuatro parejas, porque se trató de una cena de amigos con esposas, alargaron la despedida bajo el cielo brumoso de una noche cálida en la costa del Maresme, sin sospechar que aquella sería la última vez que Carulla, Brufau y Mas verían a Rodés con vida. Volverían a encontrárselo horas después, pero ya cadáver, en el tanatorio de Sant Gervasi. Como José María Juncadella, que tenía previsto cenar esa noche con Leopoldo en Barcelona. Se cerraba el ciclo vital de un hombre que durante años ha sido el adelantado del tipo de catalanismo rico, elegante y cultivado que ha distinguido a esa burguesía barcelonesa de la que tanto se ha hablado y escrito. 

“Yo soy publicitario, lo digo siempre. Me siento publicitario. La publicidad ha sido mi vida, aunque haga muchas otras cosas”. Palabra de Rodés. La publicidad dio sentido a su vida y le hizo rico, muy rico, gracias a la revolución que a finales de los setenta supuso la fundación de una agencia de creativos (Tiempo BBDO) y de una mayorista, la central de compras Media Planning. Reducir al mundo de la publicidad la vida y trayectoria del personaje sería, sin embargo, un error de bulto. Estamos ante un hombre polifacético, imposible de definir con una sola etiqueta, que a sus múltiples intereses económicos y empresariales unió una dimensión social innegable en esa Barcelona del seny y el dinero, y una paralela vertiente cultural muy obvia, sin olvidar el prisma político, porque de eso se habló en la cena en la elegante mansión de Premià, de la locura que se ha adueñado de Cataluña, del absurdo daliniano de esa lista única para las autonómicas del 27-S, del patetismo de un Mas que no sabe cómo escapar de su propia ratonera, y de la deriva de un nacionalismo que, caballo desbocado, nadie es capaz de embridar, porque las riendas no están ya en manos de los burgueses ricos que decidieron apostar su cuarto a espadas por CiU, sino de esa izquierda radical de Colau, Podemos, CUP y la propia ERC, barbarians at the gate, que ha ganado las municipales y podría volver a ganar las autonómicas arramblando con todo.

Se cerraba el ciclo vital de un hombre que durante años ha sido el adelantado del tipo de catalanismo rico, elegante y cultivado que ha distinguido a esa burguesía barcelonesa de la que tanto se ha hablado y escrito

Representante desde 1964 de los intereses del Banco Central de Alfonso Escámez en Barcelona, la idea de Media Planning surgió de un grupo de bancos dispuestos a crear una mayorista capaz de controlar la publicidad cara a las primeras elecciones democráticas de junio del 77. Superado el escollo, Leopoldo convenció a la familia March, en la que se había enrolado en 1975, para que se quedara con ese activo, donde él mismo iría tomando posiciones hasta hacerse con la mayoría. Rodés ha sido siempre un hombre de los March, esa familia mallorquina a la que tanto divierten los rankings de superricos que publica Forbes. Para ellos trabajó en el Banco de Progreso y en el Urquijo. Y ellos fueron los que, andando el tiempo, le pedirían la creación de ese lobby empresarial que es el Instituto de la Empresa Familiar (IEF), una de las “creaciones” más notables del publicitario. Porque el elegante, exquisito, culto, pelín narcisista, escasamente simpático Rodés, no ha sido nunca un planeta, sino un satélite que, testigo de excepción de la Transición y sus whereabouts, ha girado en torno a los auténticos astros de 40 años de democracia española: los March, primero y siempre; Jesús Polanco, quizá el español con más poder e influencia durante décadas, y en el periodo final Isidro Fainé y La Caixa. Sin olvidar a Emilio Botín (“los últimos 43 años hemos pasado la Nochevieja juntos, con nuestras respectivas familias”, escribió a la muerte del banquero), y naturalmente ese perejil que no puede faltar en ningún guiso de la Transición: don Juan Carlos I y sus múltiples historias de ocio y negocio, que por algo en Barcelona se conocía al fallecido como Leopolvo Rodés.

El hombre que sabía “recibir” como nadie

Sería error garrafal, sin embargo, calificarlo de simple segundón. Nada de eso. Polanco le ayudó a concretar la venta de Media Planning al grupo francés Havas, origen de su fortuna, y Rodés ayudó a Polanco a acercarse a Canal+ Francia. Leopoldo (“elegante miembro de la biuti y dilecto numerario de esa corte que rodea al emperador Polanco”, El Negocio de la Libertad, pag. 237) entró a formar parte del Consejo de Sogecable como representante de Corporación Financiera Alba (grupo March), en unión del propio Carlos March, un hombre “convertido en parábola de cómo los grandes apellidos y las mayores fortunas españoles se han transformado en gregarios de lujo del único poder fáctico español de este final de siglo” (Ibídem). De aquello queda poca cosa. ¿Qué se hizo el rey don Juan? / Los infantes de Aragón / ¿qué se hicieron? Ninguno de aquellos templos llamados a desafiar el paso del tiempo sigue en pie, barridos por el huracán de una crisis que anuncia perplejos miedos nuevos. Desde la muerte del editor, los desvelos de Leopoldo, siempre a caballo entre Barcelona y Madrid, siempre a medio camino entre el PSC y Convergencia –hombre puente entre Pasqual Maragall y Jordi Pujol-, se concentró en Cataluña al calor de esa fuente de inagotables mercedes que es La Caixa y su grupo de empresas, justo al lado de otro personaje que de alguna manera, de muchas maneras –esa forma de acercarse a la política desde la sombra y sin que se note-, se le parece mucho: Isidro Fainé.

Para entonces, Leopoldo se había convertido ya en una figura de prestigio entre la buena sociedad barcelonesa. Casado con Isabel Vilà, una rica heredera textil acostumbrada a “recibir” con primor en su finca de Sant Cugat del Vallés, el Leopoldo de humilde origen llegaría a convertirse a su lado en “el hombre que mejor recibía de Barcelona”, ese arte que consiste en convertir encuentros, veladas y cenas en deliciosos recesos capaces de calmar espíritus atormentados por las prisas y la presión de la cuenta de resultados. Mucho antes de que volviera a matrimoniar en segundas nupcias con una mujer 36 años más joven, nuestro hombre tendría ocasión de demostrar lo mucho que había aprendido al lado de Isabel con motivo de la organización de las Olimpiadas del 92, haciendo que por su casa de Sor Eulalia de Anzizu, Pedralbes, desfilaran 72 de los 91 miembros del COI que en 1987 eligieron Barcelona como sede de los Juegos, a quienes José Antonio Samaranch y Carlos Ferrer habían previamente macerado en butifarra y abundante cava. Un éxito total que aupó su prestigio hasta la cima de “lo social”. Perfecto anfitrión, inigualable relaciones públicas, luego vendrían otras muchas cosas, como la creación del MACBA o la Fundación Príncipe de Gerona, de nuevo a pedido de SM, a quien Leopoldo agasajaba como se merecía cada vez que el Borbón asomaba la napia por Barcelona.

Polanco le ayudó a concretar la venta de Media Planning al grupo francés Havas, origen de su fortuna, y Rodés ayudó a Polanco a acercarse a Canal+ Francia

Un burgués con capacidad bastante para tejer una red muy tupida de relaciones e influencia dentro de la burguesía catalana. “Rodés es el representante de una época pasada”, matiza un hotelero catalán, “un hombre cuya muerte ha hecho correr aquí más tinta que la de Botín, pero que no pasaba de ser una versión sofisticada del Saza de La Escopeta Nacional. Un experto en el tráfico de influencias, con una visión a corto y sin un modelo de país ni de Estado”. Rodés no fue nunca independentista, tal vez ni siquiera nacionalista, sino más bien catalanista convencido, partidario de una Cataluña integrada en España con capacidad, con vocación incluso, de influir en la política española. En los últimos tiempos, sin embargo, a raíz de la gigantesca hoguera provocada por la malévola estulticia de Zapatero con el Estatut y lo que vino después, su posición se fue radicalizando como las de tantos otros de esos burgueses, empezando por el propio Pujol y siguiendo por su gran amigo Carulla, hasta el punto de que el Rodés de los últimos tiempos estaba bastante más cerca de las posiciones alucinadas de Mas que de las del reflexivo Cambó, muy en la línea del mayor de sus hijos, toda la vida Fernando, hoy Ferrán de obligado cumplimiento, presidente de Edició de Premsa Periòdica Ara SL (diario Ara), otro independentista confeso que hoy se desempeña como vicepresidente de Havas Media y consejero de Acciona.

Un nacionalismo a punto de ser arrollado por la izquierda

“Rodés no fue capaz de atender ninguna de las peticiones que desde Sociedad Civil Catalana le hicimos para poder contarle nuestra visión del conflicto; el más olímpico ninguneo”, asegura un miembro de SCC que pide el anonimato. Un miembro de esa burguesía culta, de museo, Liceo y querida, que ha perdido el norte cocinada a fuego lento en el puchero del independentismo. Esta supuesta elite Puente Aéreo es la que ha engañado a Madrid (como miembro del CEC, Rodés se encargó en fecha reciente de recomendar vivamente a Mariano Rajoy que jamás rompiera los lazos con el nacionalismo catalán), refugiada tras el velo de un silencio que solo José Manuel Lara y José Luis Bonet (Freixenet) se han atrevido a romper, y que en Barcelona ha terminado por entregar la cuchara ante un nacionalismo capaz de conformar el espacio actual, inhabitable e irreconocible dentro de la UE, de una región cuyas elites políticas quieren independizarse ignorando la voluntad de dos tercios de la población y haciéndolo, además, con el dinero del Estado con el que pretenden acabar. La desaparición de Rodés viene a representar, por eso, el fracaso de una generación, el suicidio de una burguesía que, siempre corta de miras, siempre manseando en tablas, no ha sido capaz de parar los pies al vendaval de un nacionalismo de derechas que hoy está a punto de ser rebasado, arrollado por una izquierda marxista con muy malas intenciones para los ricos, elegantes y exquisitos que se esconden más allá de la Avenida de la Diagonal.

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