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Análisis

La medida del fracaso de este Gobierno

El presidente del Gobierno junto al ministro de Hacienda y la vicepresidenta

BBVA acaba de certificar lo que ya era ampliamente comentado por cualquier corrillo de expertos. El déficit se ha vuelto a descontrolar y ronda un año más el 7 por ciento del PIB sin ayudas a la banca. No era esto para lo que se votó a este Gobierno, puede afirmar con razón cualquiera de sus electores. 

El Gobierno de Mariano Rajoy alcanzó el poder con un mandato claro y unívoco de reconducir la economía. Presionado por los mercados, elevó el déficit hasta el mayor de los altares. Y como en una fiesta pagana fue despojándose del programa, de la ideología, de la política tributaria, de la económica, de sus bases sociológicas y, al final, incluso de sus votantes. Uno por uno, fue sacrificando todos sus principios, siempre alzando el vellocino del déficit como razón primera y última de su sinvivir y única medida de todas sus virtudes. Pero ni por esas.

Este Gobierno se ha revelado completamente incapaz de domeñar las cuentas públicas. Y a estas alturas la constatación del fracaso es palmaria. Por el momento, lo único que nos libra de un escarmiento es que la Comisión necesita desesperadamente vender de cara a las elecciones europeas que la UE funciona y que España es un éxito.

Con un coladero de millones enquistado en el 7 por ciento del PIB, la estabilización de la economía todavía no se ha acabado. Ni mucho menos.

La dinámica de una deuda insostenible combinada con alzas del gasto público por encima del crecimiento del PIB continúa sin remedio. Por mucho que se nos venda una mejoría en ciernes, no hay recuperación posible en tanto aún haya que atajar el déficit público. Con un coladero de millones enquistado en el 7 por ciento del PIB, la estabilización de la economía todavía no se ha acabado. Ni mucho menos. Y en cualquier momento los mercados podrían acordarse de ello.

Sin embargo, esto no es lo peor. Lo peor es el legado de deudas, crecimientos paupérrimos y escasas oportunidades que estamos dejando a los jóvenes. Como bien recuerda David Taguas en su reciente libro Cuatro Bodas y Un Funeral, el mantenimiento del poder adquisitivo de unos se está haciendo a costa de otros.

Mantenemos un gasto público desmadrado que implica mayores impuestos y por lo tanto menores ahorros y financiación para el sector privado. Como consecuencia, las rentas de empresas y familias se ven arrolladas e incapaces de tirar de la economía. Incluso por más que se suban los impuestos, no se recauda. Así que no hay otra: tenemos que atajar el gasto público y revertir este proceso, de forma que el sector privado disponga de mayores ahorros con los que financiar una recuperación de la inversión productiva y, por consiguiente, sostenible. Cuanto antes se recorte el déficit, antes se recompondrán las rentas privadas y se comenzará a crecer.

Tristemente, el drama de este Gobierno es que ya sólo piensa en las elecciones de 2015. Ha abandonado toda idea de reconducir el déficit con decisión y brío. Y lo más probable es que esa política simplemente nos condene a crecimientos muy bajos durante mucho más tiempo.

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