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Análisis

Anticatalanismo, unionismo y el debate sobre la secesión

Si hay un comentario que me molesta cada vez que hablo sobre la secesión de Cataluña es cuando alguien me llama anticatalanista. Dejando de lado el hecho que soy de allí, mi lengua materna es el catalán y creo que mi nombre y apellidos no son precisamente habituales en Albacete, es la clase de afirmación que indica que alguien realmente no está pensando en debatir.

El amor incondicional a un país es una pérdida de tiempo; el país en cuestión no va a contestarte las cartas, y el inmovilismo cerrado no mejora las cosas

Para empezar, cualquiera que quiera lo mejor para su terruño necesita una ligera dosis de auto-odio. No hablo de la clase de desesperación absoluta que lleva a mirar los muros de la patria mía y sollozar desconsoladamente, pero sí una cierta voluntad de buscar lo malo y lo peor del país para intentar mejorarlo. El amor incondicional a un país es una pérdida de tiempo; el país en cuestión no va a contestarte las cartas, y el inmovilismo cerrado no mejora las cosas.  Nunca ha salido nada bueno de un político o un país que está encantado de haberse conocido; lo que queremos es líderes y votantes capaces de ver que la historia de cualquier estado, nación o territorio es una historia de cambio gradual, siempre luchando contra la injusticia.

Lo que realmente me molesta, sin embargo, es el hecho que criticar la secesión sea visto como un ataque a Cataluña, cuando la realidad es exactamente lo contrario. Cuando yo u otros muchos comentaristas catalanes criticamos la secesión no lo hacemos por falta de patriotismo, sino precisamente lo contrario.

 Yo critico el procés porque quiero lo mejor para Cataluña, y creo sinceramente, tras reflexiones, dudas y análisis más o menos serios, que los posibles beneficios de una separación no compensan los enormes riesgos que esta conlleva. El coste de pertenecer dentro de España es menor de lo que los independentistas señalan. Los enormes cambios y desarrollo del sistema autonómico son motivo más que suficiente para creer en la posibilidad de un acuerdo. Por otro lado, creo que una secesión dejaría a Cataluña fuera de las instituciones europeas durante años, sea por rencor, sea porque el resto de miembros no quieren dar motivos a otras regiones díscolas. Soy de la opinión que una Cataluña con el euro pero fuera de la eurozona afrontaría una situación financiera increíblemente difícil. Nada garantiza que las élites políticas catalanas vayan a ser más competentes que las españolas, y el gobierno de la Generalitat no ha hecho nada para demostrar lo contrario.

Los costes y riesgos económicos de una secesión, incluso bajo acuerdo entre las partes, son descomunales

Los costes y riesgos económicos de una secesión, incluso bajo acuerdo entre las partes, son descomunales. Visto con frialdad, es una apuesta increíblemente arriesgada por un futuro demasiado incierto. Dado que quiero mi país (porque Cataluña es mi país, por mucho que viva en Estados Unidos), como ciudadano mi responsabilidad es criticar un proceso que me parece una mala idea. No porque odie Cataluña, no porque no crea que Cataluña es una nación (en esta discusión, francamente, es un tema irrelevante), sino porque sinceramente creo que la independencia tiene una probabilidad muy alta de llevar el país a un callejón sin salida. Mi oposición es por patriotismo, por amor a la patria, y porque quiero evitar que Cataluña caiga en una profunda crisis.

Esto no quiere decir, sin embargo, que no haya críticos del proceso catalán que se tomen las cosas de otro modo. Una de las cosas más increíblemente cargantes del debate de estos días no es leer las a menudo fantasiosamente optimistas afirmaciones de los secesionistas (“Merkel y Cameron mienten, y en realidad nos aman mucho”), sino las críticas de algunos comentaristas de “mi” bando en pleno fervor nacionalfolclórico.

Hemos visto de todo: los catalanes y sus líderes han sido psicoanalizados, evaluados en clave de alienación marxista, puestos como un ejemplo de caudillismo populista, tomados por supremacistas etnoraciales, evaluados según la decisión de sus élites cambiar de bando en 1705 o tomados por un grupo de cavernícolas obsesionados con hablar una lengua muerta. Tenemos periodistas que creen que es una buena idea preguntar a ministros si quieren utilizar el ejército, y ministros que creen que es buena idea contestarles. El patrón común, generalizado en todas estas críticas es creer que los líderes secesionistas catalanes son mentirosos, fabulares o idiotas congénitos, y que sus votantes viven engañados.

En realidad, del mismo modo que uno puede oponerse a la secesión porque cree sinceramente que es una mala idea, los dirigentes catalanes y sus votantes pueden haber llegado a la conclusión que la independencia mejoraría el bienestar de los catalanes, y estar a favor de ella. Dos personas pueden ser presentadas con la misma evidencia, los mismos datos, las mismas declaraciones de líderes europeos y los mismos textos legales y llegar a conclusiones distintas, y hacerlo de forma perfectamente racional. Es posible que sus premisas sean erróneas, es posible que le den más importancia a unos temas que a otros, es posible que evalúen los riesgos y oportunidades de forma más o menos realista. Lo que es absurdo, y profundamente insultante, es cuestionar que su opinión y su voto en estas elecciones es por otro motivo que no sea desear sinceramente lo mejor para su país, ahora y en el futuro.

Es hora de dejar de cuestionar motivos. El debate sobre la secesión está cada vez más lleno de voces que ven maldad tras cada crítica

Es hora de dejar de cuestionar motivos. El debate sobre la secesión está cada vez más lleno de voces que ven maldad tras cada crítica, mezquindad tras cada propuesta, irracionalidad y odio tras cada opinión y apoyo. Esta tendencia, cada vez más generalizada en ambos bandos, no hace más que ofender al contrincante y crear un ambiente tóxico, imposibilitando cualquier discusión racional sobre soluciones o alternativas a la situación actual.

En esencia, el debate sobre la secesión catalana es simple: queremos decidir sobre cómo gobernar Cataluña para que tenga un futuro mejor. Centrémonos en cómo solucionar este problema y los beneficios y riesgos de cada una de las soluciones, y dejemos los debates existenciales sobre qué es una nación y los motivos de cada uno para otro día.

Por una vez, hagamos política en España, e intentemos arreglar las cosas.

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