Quantcast

Análisis

Érase una vez un caradura envuelto en una estelada

Artur Mas, el pasado martes en Gerona.

Nadie se imagina a Ignacio González ofreciendo una rueda de prensa sobre San Isidro Labrador para disfrazar los problemas de la sanidad madrileña, a Núñez Feijó reivindicando a Santiago Apóstol para disimular las protestas de los pescadores gallegos o a Iñigo Urkullu resucitando la memoria de Sabino Arana cada vez que renueva el Concierto vasco. Sin embargo, los catalanes parecían resignados desde hace dos años a contemplar a Artur Mas en Cataluña envuelto en la estelada para evitar hablar de la pobreza severa que padecen algunos suburbios de Barcelona o de los 10.000 euros de deuda per cápita que soportan sobre sus espaldas cada uno de los 7,5 millones de ciudadanos que residen en esta comunidad. Ayer acabó la mascarada.

Lo extraño no es tanto que Mas lleve desde hace más de dos años montado en su noria, sino el interés que parecían tener en que siguiera rodando algunos de los periodistas convocados a sus comparecencias, posiblemente aquejados de agujetas cerebrales. Después de cada puesta en escena, las preguntas se sucedían: ¿Piensa adelantar las elecciones? ¿Acepta ir en una candidatura separada de ERC? ¿Tiene ya su lista de país? ¿Cómo va su relación con Oriol Junqueras? ¿Se ve con fuerzas para agotar la legislatura?

El cinismo se le acaba

Ayer tarde, finalmente, el morador del Palau despejó tantas curiosidades anunciando elecciones el 27 de septiembre, pero probablemente pueden perder toda esperanza quienes todavía confían en que responda en los próximos meses a algunos de los interrogantes de fondo como, por ejemplo, si la estelada proporcionará trabajo a los catalanes en paro, cómo conseguirá que la recuperación llegue a los rincones de Cataluña más necesitados o cuánto dinero invertirá para aliviar el colapso de las urgencias hospitalarias.

La actitud de Artur Mas, después de haber salvado los muebles gracias a la reedición de su acuerdo con Junqueras, es como la del patrón caradura de una embarcación varada que entretiene a sus tripulantes narrándoles los viajes de Colón. El cinismo se le acaba, a poco que se avenga a hacer un somero balance de legislatura.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.