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Análisis

Ciudadanos: ser de centro y otras pamplinas

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, durante un acto Ciudadanos.

Cuando Julio Camba salió del edificio donde se había instalado el Gobierno Provisional de la República, aquel lejano 14 de abril, todos esperaban ver reflejada la ilusión en la cara del gallego. El periodista, tan irónico como ácrata, había pasado varios años despotricando contra el Rey, los partidos dinásticos, la oligarquía caciquil, la Iglesia castrante, el Ejército apisonador, y el dictador valleinclanesco. ¿Cómo no sonreír entonces? ¡Venía la República! Sí, señores, la República; ese régimen soñado por los intelectuales regeneracionistas capaz de darle la vuelta a España como a un calcetín y arreglarlo todo, pero todo: la educación, la cuestión social, el problema militar, la propiedad de la tierra, el irredentismo nacionalista,…eso, todo.

Los amigos de Camba le esperaron en la calle, donde todo era tronío y carnaval. El periodista gallego bajó, más que circunspecto, cabreado. Un funcionario había salido de la reunión gubernamental para anunciar la primera medida que iba tomar aquel gobierno del cambio: el nombramiento de Ángel Galarza como fiscal general. Camba no lo pudo resistir, y espetó: “Esto es una mierda de República y si todo lo que se les ha ocurrido es nombrar a ese imbécil de Galarza para un puesto de responsabilidad, sabe Dios la de tonterías que van a hacer y lo que nos espera”.

La regeneración de Ciudadanos, decían, iba a dar la vuelta a la bipartidista, corrupta, triste y predemocrática España como a un calcetín

La sensación hoy es muy similar. En torno a la caída de la Vieja Política, tan cierta hoy como cuando Ortega la diseccionó en 1914, se han colocado intelectuales y creadores de opinión, en un tono regeneracionista, crítico, demoledor, tan lleno de verdad como carente de alternativa. El escepticismo y la ilusión se han dado la mano para encumbrar a una opción política que se ha envuelto en la bandera de la regeneración: Ciudadanos. Sí, ese partido con un líder telegénico, sin más ideología que un poco de todas, tan socialdemócrata como amante del liberalismo social, constituido por un precipitado aluvión y sin cuadros. Sí; ese mismo que unos han tomado como ariete contra Rajoy, otros como rapapolvos al casi fenecido PSOE, e incluso como fórmula contrarrestar al leninista transversal de la coleta.

La regeneración de Ciudadanos, decían, iba a dar la vuelta a la bipartidista, corrupta, triste y predemocrática España como a un calcetín ¿Qué digo? Como a un jersey de cuello alto. Y lo haría desde el centro. Porque la izquierda y la derecha son conceptos mohínos, pasados de rosca, de otra época. El “PPSOE” es la lacra. Sin embargo, el centro político, con un poco de socialdemocracia y una pizca de liberalismo social, caras nuevas y telegénicas, grandes palabras y el color naranja por doquier, conduciría con brío a la Segunda Transición. Rivera sería el nuevo Adolfo Suárez, sin duda, aunque nos dijeran que no estamos en 1975 ni se trata de pasar de una dictadura a una democracia. Bah, es igual, porque es…el centro.

Ciudadanos, nos decían, venía a ser la Mary Poppins de la política, poniendo paz entre polos que no existen, el PP y el PSOE, para convertirse en el muñidor de los gobiernos; es decir, el que permitiera gobernar cuando no hay mayorías absolutas y corregir los “excesos” del “ruinoso” bipartidismo. Querían ser una bisagra a la danesa, a lo “Borgen”, entre té y pastas. Mientras en la intimidad del coach traducían las palabras de Luis Aragonés: “Regenerar, regenerar, regenerar, y volver a regenerar”. En realidad, los chicos de Albert nos venían a hacer un favor a los millones de españoles que votábamos otros partidos.

Y aquel Ciudadanos se ancló al intervencionismo y al buenismo, necesarios para pactar con PSOE o PP. Diseñaron un programa de gobierno cuya palabra clave era “pacto”. Por ejemplo, expusieron con solemnidad que el futuro de la Educación en España depende de… constituir una Mesa con los partidos y los agentes educativos para alcanzar un Pacto Social y Político por la Educación. La nada absoluta; pero no inquietó a nadie la exposición de dicho proyecto socialdemócrata ya fracasado, porque eso es el centro: la ductilidad política, la flexibilidad casi completa para pactar hasta la nausea con tal de llegar y conservar el Poder.

“Los electores nos han dado ese mandato: pacten”. ¿Ah, sí? Claro. Porque según dice el CIS, y así lo creen los partidos, los españoles son de centro, tirando a la izquierda. (No quieran saber qué entiende el CIS por “izquierda” y “derecha”, “conservador” y “progresista” si no quieren tener un pasmo). El éxito, lo útil, lo regenerador, es el centrismo. 

El centro político no es una ideología, es una posición estratégica para estar e influir en el Poder. Nada más

Pero el centro político no es una ideología, es una posición estratégica para estar e influir en el Poder. Nada más. El centrismo no es otra cosa que la facilidad para el pacto, algo en apariencia efectivo en una sociedad política basada en el consenso socialdemócrata. Por eso, ahora, tras el fracaso de la investidura y el temor a unas elecciones que dejen sin empleo a Pedro Sánchez o desinfle a los chicos de Rivera, el PSOE y Ciudadanos preparan un nuevo documento de gobierno para atraer a otros partidos. Todo se puede pactar.

Uno, yo, tiene la misma sensación que Julio Camba en 1931, y diría con él: “Esta es una mierda de regeneración”. Tanta promesa de reforma institucional, tanto “Rajoy, no”, para luego jugar a las cartas por debajo de la mesa, mojar el papel firmado, mirar a un lado y otro de la cámara, presentar un programa soso, y cantar para no oír que son necesarias nuevas elecciones que desbloqueen la situación. Porque si los nuevos comicios nos van a costar 135 millones de euros, tengo la impresión de que este “gobierno del cambio” tan centrista nos va a salir mucho más caro.

*Joerge Vilches es profesor en la Facultad de Políticas de la Complutense y autor de varios libros de historia, ciencia política y sociología.

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