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Análisis

Consecuencias de un posible Brexit

Por Brexit entendemos la posible salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) como miembro de pleno derecho, como resultado del referéndum que se celebrará en el país el próximo 23 de junio. Miembros muy relevantes del Partido Conservador en el Gobierno, los Torys, están a favor de la permanencia del Reino Unido, entre ellos el propio Primer Ministro, David Cameron, que está haciendo una intensa campaña a favor de la permanencia en la UE. Pero también destacados miembros de dicho partido, como por ejemplo el paradigmático exalcalde de Londres, Boris Johnson, que prácticamente está liderando la campaña en contra dentro del partido conservador. En el partido laboralista, Labour Party, hay defensores y detractores, empezando por el apoyo dubitativo a la permanencia en el UE que le presta su nuevo líder, Jeremy Corbyn, aunque en el partido laborista la salida de la UE nunca ha tenido muchos defensores y ha sido una cuestión minoritaria.

Qué duda cabe que este debate interno de Reino Unido está sirviendo para que toda la UE reflexione sobre sus vínculos con ésta, aunque no hay ningún país que realmente se esté planteando su permanencia, excepto la rica y minúscula Dinamarca, que por razones obvias no tendría la relevancia del Reino Unido, la segunda potencia económica de la UE, seguida muy de cerca por Francia, que supera en población al Reino Unido, pero no en importancia económica.

La consulta sobre el Brexit sucede al mismo tiempo que en el norte de Europa se multiplican los populismos de extrema derecha, Austria el más reciente, pero también Alemania, Holanda, Finlandia. En el sur, crecen los populismos de extrema izquierda, España, Italia, Portugal y Grecia. En Francia avanza el Frente Nacional. También en Reino Unido se está produciendo un movimiento similar, con el incremento del UKIP, un movimiento de extrema derecha, con tintes xenófobos, ajeno a la tradición británica de tolerancia y democracia, pero que está aumentando su influencia en las elecciones que se celebran, sobre todo a nivel municipal y regional.

La salida del Reino Unido de la UE, si triunfara el Brexit, se produciría en el plazo de dos años

Por tanto nos encontramos con la democracia característica británica, en la que los miembros del mismo partido, sea el conservador o el laborista, mantienen posiciones enfrentadas en público a favor y en contra de la permanencia en la UE. Y un debate que trata de polarizar a la sociedad, frente a un avance del populismo de extrema derecha que resta votos al partido conservador, cuyo primer ministro ha convocado este irresponsable y derrochador referéndum, por no gestionar adecuadamente el euroescepticismo dentro del propio partido conservador, y el incremento inevitable de la extrema derecha y la xenofobia que se está generalizando en el norte de Europa, frente al populismo rampante de extrema izquierda del sur de Europa.

Hay distintas sensibilidades dentro de los países que constituyen la unión, el Reino Unido. En Escocia son mayoritariamente favorables a la permanencia, mientras que en Inglaterra la opinión está muy dividida, y lo mismo sucede en los otros dos países que lo componen: Irlanda del Norte y País de Gales. De los 64 millones de habitantes del Reino Unido, más de 53 viven en Inglaterra, un 85% de la población. Hablando sólo de Inglaterra, no del Reino Unido, las opiniones están muy divididas, ya que en Londres se es mayoritariamente favorable a la permanencia, mientras que en otras regiones la división es mucho mayor.

El primer punto que debemos destacar es que de salir un resultado favorable a la salida de UE, esta no se produciría de forma inmediata, sino en el plazo de dos años que se ha establecido para negociar su salida. Sus consecuencia económicas, jurídicas, internacionales, etc. serían tan importantes para el resto de la UE y Reino Unido, que se debería producir una larga negociación que llevará a la desconexión del Reino Unido del resto de la UE como Estado miembro, pero no de todos sus tratados. Pese a los aproximadamente 15.000 millones de euros que el Reino Unido aporta neto al resto de la UE, las consecuencias, en balance, serían negativas para la economía británica, aun no siendo desastrosas en el corto plazo, sí lo serían en el medio y largo. La pérdida de importancia relativa del Reino Unido a nivel global, y en la UE en particular, sería extrema; pasaría a ser un miembro poco relevante de la comunidad internacional sin remedio, compuesta por grandes países o bloques; UE, EE UU, China e India, formando Reino Unido parte del resto, con una cada vez e inexorable menor importancia, tanto estratégica, como económica, militar y, por supuesto, política.

En esos dos años de periodo transitorio, se deberían plantear la devolución de la capacidad de negociación del Reino Unido de tratados internacionales, una de las pocas competencias exclusivas de le UE, junto con el derecho de la competencia. Más del 80% del desarrollo legislativo de cualquier país de la UE procede de Bruselas, sea por la transposición a derecho interno de directivas, o para la aplicación como norma interna de los reglamentos aprobados por la Comisión Europea. 

Los favorables al Brexit ven el mundo de color de rosa: no estar en la UE pero beneficiarse de su mercado de bienes y servicios

Este punto es uno de los que gusta menos en Reino Unido. El aluvión de normativa de la UE, que en su mayor parte no es objeto o no puede serlo, del llamado Opting out (cláusula de excepción) por el que el país puede decidir, en determinados casos, si una normativa de la UE, directiva, es o no aplicable a su territorio. Es el caso de buena parte de las directivas relacionadas con los llamados derechos sociales, en concreto la regulación del mercado de trabajo, derechos sindicales, etc. Esto no quiere decir que los británicos no tengan derecho del trabajo o sindicatos, que por supuesto los tienen, y muy detallados, pero en algunas ocasiones con menores requisitos, o burocracia que muchos de ellos dirían, que el resto de la UE.

Como tampoco gusta y, por tanto, está siendo muy debatido estos días, la llamada burocracia europea, ajena, hasta cierto punto, a los principios democráticos, por el llamado déficit democrático de la UE, que regula sin un control más directo de un parlamento nacional y, hasta cierto punto, sin tener en cuenta la elección democrática de la población, que es algo especialmente sensible en el Reino Unido, por la fuerte influencia política y económica del liberalismo, y por su extrema, refinada y desarrollada democracia participativa.

El Reino Unido, no olvidemos, tiene una larga tradición de no pertenencia a tratados de la UE, no sólo por el Opting out mencionado, sino por no estar integrado en el euro, -permanece la libra esterlina-; por no haberse adherido al Tratado de Schengen, manteniéndose las fronteras en la entrada de ciudadanos del resto de la UE en Reino Unido y del Reino Unido en el resto de la UE. Algo que también ocurre en otros países como Suecia o Dinamarca, porque no quieren, o en países que no cumplen los requisitos económicos y financieros, como la mayor parte de los países del Este. Otro caso es el de Suiza, que pertenece a Schengen pero no a la UE. 

Y aquí surge otro fuente de debate en el Reino Unido: ¿Pueden dejar de ser miembros de pleno derecho de la UE, como ya no lo son de la política monetaria del Banco Central Europeo (BCE), al no tener el euro como moneda, pero firmar un tratado de libre comercio con el resto de la UE? Incluso el extremo: ¿Podrían, como Noruega, aportar fondos a la UE, y aplicar aquellas directivas que consideren beneficiosas, pero no estar obligados?

Soy de los que piensan que el Brexit no sucederá

Los favorables a la salida de la UE ven el mundo de color rosa: no estar en la UE, pero sí beneficiarse de su mercado de bienes y servicios. Eso sí, sin dar libertad de establecimiento o circulación, o al menos limitarla, como de hecho ya han conseguido con el último paquete negociado por David Cameron con el resto de la UE, antes del referéndum, y del que, por cierto, ya casi nadie habla.

La salida supondría la renegociación de la libre circulación de servicios y mercancías, así como la aplicación o no y en qué nivel, de aranceles aduaneros; normativas que podrían impedir el comercio internacional (barreras no arancelarias) sean técnico sanitarias, o de homologaciones técnicas. Y no olvidemos los efectos jurídicos de no pertenecer a la UE a los que se verían sometidos los despachos de abogados de la City y el resto del Reino Unido, ya que las sentencias de los juzgados y tribunales británicos ya no serían obligatoriamente reconocidos por el resto de los países miembros, como sentencias de un país miembro de la UE y, por tanto, de obligado cumplimiento en otro país de la UE, en aplicación del Reglamento Roma y Bruselas I. Esto supondría un durísimo golpe a los acuerdos sometidos a la Ley inglesa, tan comunes en acuerdos de refinanciación, acuerdos en emisión de deudas, fusiones y adquisiciones, paquetización de activos y pasivos, etc. Y que son una fuente inmensa de riqueza para los despachos y entidades financieras del Reino Unido, que vienen realizando una labor de extensión de sus leyes, a pesar de los inmensos costes jurídicos de la City. Los operadores económicos de otros estados miembros, empresas, ciudadanos e instituciones, perderían una gran seguridad jurídica al reconvertirse un derecho completamente ajeno al acervo comunitario.

En resumen el daño reputacional a los agentes económicos, a la seguridad jurídica de los negocios jurídicos, los efectos sobre el libre establecimiento, la libre circulación de bienes y servicios, el libre establecimiento, la vuelta a los aranceles u otros tipos de barreras no arancelarias de todo tipo de normativa, la necesidad de volver a renegociar acuerdos internacionales, serían tan severas e incalculables, que son prácticamente imposibles de cuantificar y delimitar. Si triunfara el Brexit, quedarían por delante dos años de arduas y agotadoras negociaciones.

Por tanto, si uno va desgranando las desastrosas consecuencias económicas, financieras y legales, sólo puede llegar a la conclusión de que en esos dos años el Reino Unido volvería a renegociar una incorporación a medida del país en la UE, de la que los euroescépticos pretenden obtener una ventaja económica y de influencia. Es un debate populista, de los acostumbrados en la UE en los últimos tiempos.

Todavía hay muchos británicos que vivieron el fin del Imperio, entre ellos su Majestad la Reina

Es una vuelta a añoranzas imperialistas, todavía vivas en la psique de buena parte de la élite británica conservadora, y no tan conservadora, que no se hace a la completa idea de la inevitablemente pérdida de influencia a la que está sometida la propia UE, y, por supuesto, cada uno de sus grandes Estados miembros, grandes potencias estratégicas, políticas, económicas, y culturales del pasado muy reciente, todavía hoy con mucha más influencia de la que se prevé tendrán, y que sólo en el marco de la propia UE, a través de ella y de hacer valer sus opiniones dentro de ésta, puede y podrán recuperar parte de dicha influencia.

Soy de los que piensa que no sucederá, los británicos en su mayoría no votarán a favor del Brexit, aun siendo un resultado muy reñido. El pueblo británico es cultivado e independiente, brillante en muchos aspectos, que no se deja arrastrar por cantos de sirenas neoimperialistas y, con todos los respetos, absurdas. Si venciera la opción de abandonar la UE, habría que volver a negociar su integración. Pretender revivir en cierta medida aquella potencia colonial no tiene sentido. Y pretender revivir esa política de alianzas compensatorias del Reino Unido con distintos países de la UE, para obtener ventajas en su juego europeo, tampoco. No merece la pena comentar que la Commonwealth de ninguna manera puede compensar las pérdidas que sufriría el Reino Unido al dejar de pertenecer a la UE. Son sueños desvariados de un conjunto de viejos lunáticos, así calificados por un amigo, influyente abogado británico, en un reciente congreso, de los muchos que me tocan asistir en Londres. Es más, el Brexit afectaría a las relaciones de otros miembros relevantes de la Commonwealth con el Reino Unido, como India, Sudáfríca, Canadá o Pakistán, que ya no verían en Reino Unido la influencia que hoy en día tiene.

Siempre se puede pensar, así lo hacen los que defienden el Brexit, que un Reino Unido fuera de la UE, al recuperar sus aportaciones netas, y muchas competencias propias de un país, más allá de la que todavía conserva, se vería menos sometido a la presión migratoria, al poder aplicar controles más duros al resto de países de la UE, que dicho sea de paso, aportan la mano de obra cualificada, y no tanto, que necesita Londres u otras ciudades británicas. En el ámbito internacional defendería sus posiciones como país, acudiría a los foros internacionales como miembro permanente del Consejo de seguridad de la ONU, como socio en el FMI, el Banco Mundial, etc., aunque algunas de estas posiciones pronto serían seguro replanteadas por el resto de socios. Podría poner más en valor su softpower, que tanto les gusta, y al que, con perdón, pocos prestarían mucha atención.

Tampoco seamos muy duros, desde 1898 ha pasado más de un siglo y todavía por aquí no hace mucho se nos oía hablar de imperios, grandezas, destinos universales, etc., conceptos que han pasado a mayor gloria, después de tantas decepciones y en un ejercicio de realismo inevitable al que España se ha visto sometida en el acontecer del siglo XX y en estos comienzos del siglo XXI. Reino Unido perdió Hong Kong frente a China en 1997, y la mayor parte de sus colonias después de la Segunda Guerra Mundial. Todavía hay muchos británicos que vivieron el fin del imperio, entre otros su Majestad la Reina.

*Rubén García-Quismondo, Socio Director de QUABBALA, Abogados y Economistas

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