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Análisis

Arturo quiere redondear currículo con un poco de cárcel

Mas, a su llegada al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña para declarar como imputado.

Es lo único que le falta para el definitivo salto a la fama. Unos meses a la sombra. Presidir el imaginario nacionalista sin haber pasado por la cárcel es casi imposible. El mismo Pujol, sin ir más lejos, estuvo sus buenos dos años y pico en la trena perseguido por el régimen de Franco, episodio con el que confeccionó un brillante currículum antifranquista luego manchado por la afición al trinque tardíamente aflorada por el padre putativo de la patria catalana. Don Arturo se ha referido a su falta de vocación para engrosar la lista de mártires de la patria. "Ni héroe ni mártir", ha dicho, pero en Barcelona son muchos los que sospechan que eso es precisamente lo que anda buscando: un episodio que pueda enriquecer su pedigrí como forjador de patrias. Unos meses de cárcel. Y la cosa parece que va por buen camino, tras el espectáculo protagonizado estos días por el líder y sus lideresas ante la sede del TSJC.

Arturo quiere pasar unos meses a la sombra para poder enriquecer definitivamente su currículum antes de que las acollonadas gentes de la Barcelona rica pongan orden y despidan al mesías rumbo a Canadá o los Estados Unidos

La dura realidad es que la hoja de servicios de Arturo Mas a la causa del seny es más bien bochornosa. Todo empezó con el espectáculo de aquella Diada del 11 de septiembre de 2012, cuando una multitud inundó el Paseo de Gracia y aledaños. Alentado por el inefable Quico Homs, el honorable leyó mal la movilización y pensó que todo el monte era orégano. Disolvió el parlamento regional y convocó nuevas elecciones, porque esta vez la mayoría absoluta estaba asegurada. Pero de 62 pasó a 50 diputados, perdiendo nada menos que 12. Un revolcón de campeonato. Por la escalera del sinsentido, la siguiente ideica del honorable consistió en echarse en manos de una ERC que le estaba esperando con los brazos abiertos. Se lo advirtió un día el ministro Margallo en larga sentada en el Palacio de la Generalidad: "Por este camino te vas a cargar la coalición (CiU), vas a dejar a tu propio partido (Convergencia) hecho unos zorros, y finalmente vas a entregar el poder a la izquierda radical y antisistema, cosa que no creo pueda gustar mucho a la clase social a la que ahora mismo representas".

El augurio se ha cumplido casi al milímetro. La coalición con Unió terminó saltando por los aires y la propia Convergencia es hoy una nave a la deriva necesitada de profundo calafateado, incluso de una radical refundación, afectada como está por la corrupción galopante del 3% y la consiguiente tocata y fuga de este Moisés de bolsillo encantador de patrias. Lo peor, con todo, es que el poder en aquella porción de España ya no está en las instituciones ni en las personas que, mal que bien, las representan. El poder en la Cataluña actual está en la calle. El vaso de la legitimidad se ha derramado y, como ocurre en todos los procesos revolucionarios que en el mundo han sido, las viejas instituciones son ahora esqueletos carcomidos incapaces de frenar la marea de quienes, empuñando las banderas de la anarquía, corren airados escaleras arriba dispuestos al asalto del palacio de invierno.

El resultado concreto del desvarío independentista de don Arturo y los suyos es que el futuro inmediato de una Comunidad cuya renta per cápita, a pesar de los estragos de la crisis, se sitúa en los 28.400 euros, bastante por encima de la media del resto de España, depende de un partido que se define a sí mismo como antisistema y anticapitalista, es decir, comunista. Hablamos de la Candidatura d'Unitat Popular (CUP) que, con sus diez diputados, amaneció el 28 de septiembre pasado convertida en árbitro del próximo Gobierno de la Generalidad y, por lo tanto, llave para reelegir a un Mas convertido ya en convidado de piedra, en figura mueble susceptible de ser utilizada a conveniencia por quienes capitanean el asalto palaciego.

La Cataluña rica pendiente del hilo de la CUP

Lo anterior equivale a decir que el programa de gobierno del próximo Ejecutivo catalán tendrá que dar cabida a los postulados que defiende la CUP, asunto particularmente peligroso en lo que a las medidas económicas a poner en marcha se refiere y en las que todos deberán retratarse. ¿Cómo deben sentirse los ricohomes de Sarriá-Sant Gervasi, con sus preciosas torres en Pedralbes, con sus increíbles masías, monumentos al buen hacer y al mejor gusto, en la Cerdaña? Ese es el callejón al que la irresponsabilidad de Mas ha llevado a la derecha conservadora catalanista, dejándose acunar por opciones tan alejadas de cualquier óptica liberal como las que representan la izquierda republicana de Oriol Junqueras, o la comunista de un Raül Romeva, un tipo que hasta marzo de 2015 formaba parte de Iniciativa per Catalunya Verds (antiguo PSUC), por no hablar del comunismo rancio de esa CUP que se manifiesta sin ambages antieuropeista y antieuro.

Plantado ante horizonte tan sombrío, Junqueras es un hombre feliz que no tiene ningún interés en que acabe el desvarío y se restablezca de nuevo el sentido común. El orondo Oriol se ha apuntado al "cuanto peor, mejor", y de ahí no le apea ni la VI Flota, pegado a rueda de un Mas decidido a suicidarse en el altar de un independentismo que tiene cerradas a cal y canto las puertas de la UE y de eso que llamamos "Occidente" y que comparte con nosotros los valores de la democracia liberal, el más importante de los cuales es el respeto a la Ley. Y tras la puerta del delirio aguarda el pijocomunista Romeva "dispuesto a ser presidente de la Generalidad por encima de todo", en palabras de un prominente empresario catalán. Ese es el escenario, el mar del escarnio en el que hoy se mueve una Cataluña en manos de una casta política decidida a crispar la situación hasta el paroxismo, sirviéndose del rumbo de colisión adoptado contra el Estado.

El espectáculo al que esta semana hemos asistido a las puertas del TSJC forma parte de ese intento premeditado de escalar el conflicto hasta hacerlo estallar. De nuevo la utilización torticera del lenguaje. La perversión deliberada de ideas y conceptos. La burda manipulación de sentimientos. "Habrá que ver si comportarse como un demócrata equivale a actuar como un delincuente", dijo este jueves el interfecto tras prestar declaración. Pero eso es exactamente lo que es quien deliberadamente incumple una Ley que además juró cumplir y hacer cumplir. Un delincuente. El "desfile de antorchas" de esa elite que tiene la gobernación de Cataluña secuestrada desde hace años, movilizando a sus edecanes en un intento de presionar y meter el miedo en el cuerpo a los jueces, no hace sino operar como recordatorio ominoso de aquellos regímenes que en los años 30 del siglo pasado basaron su labor de homogeneización forzada, de ocupación de todos los espacios de la vida pública y privada, en el sometimiento previo de la Justicia.

"Habrá que ver si comportarse como un demócrata equivale a actuar como un delincuente", dijo Mas tras prestar declaración. Pero eso es exactamente lo que es quien deliberadamente incumple una Ley que además juró cumplir y hacer cumplir. Un delincuente

Los viejos jueces nazis

En la pavorosa "normalidad" de la violación sistemática de la Ley en la que el nacionalismo tiene sumida a Cataluña, todo, cualquier tropelía, cualquier atentado a la semántica, cualquier violación de la ley, empieza de pronto a ser considerada como normal. Porque hubiera bastado una seña de Mas o de su guardia de corps para que las concentraciones ante el Palacio de Justicia no se produjesen. Es comprensible el enfado de jueces y fiscales, porque no se trata de la reunión, más o menos espontánea, de cuatro jubilados dispuestos a insultar al chorizo de turno llamado a declarar ante la Audiencia Nacional. Se trata de algo muy distinto. De algo muy serio e inaceptable en términos democráticos. Es como si en el Berlín de 1932 el Gobierno de Hindenburg hubiera obligado a los jueces a juzgar nazis, sabiéndose desamparados por un Gobierno central que ha hecho dejación de sus obligaciones. Este es el meollo de la cuestión. Mas y los suyos quieren una Justicia domesticada, una Justicia aparte, una no-Justicia dispuesta a mirar hacia otro lado ante el 3% y sus infinitas variantes. De eso va lo de la independencia. De mandar sin cortapisas. Sin someterse a más ley que la suya. Y ya dispone de algunos jueces dispuestos a servirle cual perritos falderos. "Uno a uno son enterrados en silencio los viejos jueces nazis…", que dijo Hans Magnus Enzensberger.

La novedad de ahora mismo es que Arturo quiere ir a la cárcel, quiere pasar unos meses a la sombra para poder enriquecer definitivamente su currículum con el aura de mártir por la patria catalana, antes de que los restos de Convergencia, las acollonadas gentes de la Barcelona rica pongan orden, den un puñetazo en la mesa y despidan al mesías rumbo a Canadá o los Estados Unidos, donde dicen le aguarda una buena jubilación con cargo a una multinacional catalana especializada en la venta de equipos a centros hospitalarios. Y qué bellas y gigantescas manifas espontáneas, siempre espontáneas, no seremos capaces de montar ante el Centre Penitenciari Brians en apoyo de nuestro queridísimo líder, qué ruidosas protestas no haremos llegar contra el poder opresor de Madrit. Sólo el recurso al humor será capaz de salvarnos de tanta estulticia delictuosa como pretende adueñarse de nuestras vidas. Y sólo las contradicciones internas, deslumbrantes por lo obvias, que subyacen en el seno del movimiento independentista pueden hacer que el prusés explote por los aires trayendo de nuevo la paz y la cordura a Cataluña. Porque del Gobierno moribundo que hoy preside Mariano Rajoy en Madrid no cabe esperar más que miseria.

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