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Análisis

Daurella-Vilarrubí, una historia catalana y española

No figuraban en la lista de esas 200 familias de quienes se dice han cortado siempre el bacalao en Barcelona. De hecho, la novelista Mercedes Salisachs, fallecida en mayo de este año, ella sí miembro de ese elitista club barcelonés como hija del rico industrial que fue Pedro Salisachs y de Sofía Ruviralta, llegó a referirse con evidente desdén a los hermanos Pepe y Paco Daurella como los “embotelladores de una bebida gaseosa” en una de sus novelas. La heredera de la “gaseosa” se llama hoy Sol Daurella, y aparte de ser una de las mujeres más ricas de España, se ha convertido en una especie de icono femenino barcelonés como mujer elegante y empresaria de éxito, cuya presencia, siempre requerida, da lustre a cualquier reunión social. Sol ha sido noticia estos días en el mundo de las finanzas por haber dejado su puesto en el Consejo de Administración del Banco Sabadell para, cuatro días después, anunciar su entrada en el Consejo de Administración del Santander, la entidad competidora que preside otra mujer de éxito, Ana Patricia Botín. Semejante cambio de acera, tan repentino como difícil de explicar, ha provocado un auténtico tsunami no ya en el Sabadell, sino en la comunidad financiera española y, por supuesto, entre la clase política catalana.

Miércoles de octubre. Partido de clasificación para la Champions en el Camp Nou. A partir de las 11 de la noche, el restaurante Nuba, el sitio in en la calle doctor Fleming, se va llenando de gente procedente del palco de Barça. “Es el único sitio en el que se puede cenar a estas horas en Barcelona”. A las 11,30, el local es un hervidero mezcla de empresarios, políticos nacionalistas, directivos del Club y algún que otro macarra marcando bíceps, gente que trata de conseguir mesa abriéndose paso entre unas camareras bellísimas, sin duda producto de la selección darwiniana de la especie. El ruido gana decibelios cuando llegan algunos de los jugadores del primer equipo, tan duchados, tan planchados, tan trajeados, hasta que entre el tumulto se deja ver la figura esbelta de Sol Daurella en busca de la mesa que su marido comparte con amigos, y es un peregrinar el suyo saludando a diestra y siniestra hasta poder sentarse al lado de Carles Vilarrubí, 60, vicepresidente de Rothschild España y presidente de la correduría de seguros Willis, además de vicepresidente del Barça, entre otras cosas. Pero la noche siguiente Sol está en Madrid, cenando en una casa del barrio de Salamanca. “Nos despedimos cerca de la una de la madrugada, camino del espléndido piso que posee en la calle Fortuny, y a las 7,30 de la mañana ya me estaba llamando desde su coche: iba camino de Valladolid, donde tenía fijada una reunión en la planta embotelladora de Coca-Cola”.

El matrimonio formado por Sol Daurella y Carles Vilarrubí encarna casi a la perfección la esquizofrenia que hoy envuelve a buena parte de una sociedad catalana dividida en dos por el virus nacionalista

Por uno de esos extraños guiños del destino, el matrimonio formado por Sol Daurella y Carles Vilarrubí encarna casi a la perfección la esquizofrenia que hoy envuelve a buena parte de una sociedad catalana dividida en dos por el virus nacionalista. Sol, castellanoparlante, contempla con cierta displicencia las veleidades nacionalistas que animan a su pareja. Como presidenta ejecutiva de Coca-Cola Iberian Partners, Sol hace más vida en la capital que en Barcelona. En realidad, suya ha sido la decisión de llevar a Madrid la sede de una sociedad surgida en 2013 a resultas de la integración de las 8 empresas embotelladoras existentes en la península. Si el mundo de Sol está en Madrid, el de Carles está en Barcelona. He ahí una meritoria historia construida al lado de la familia Pujol, primero como ayudante del padre, el expresidente de la Generalidad, y después como íntimo amigo del hijo, Jordi Pujol Ferrusola. Su despegue se inició en 1996 con los pactos PP-CiU que permitieron gobernar a José María Aznar con apoyo convergente; de ahí salió su nombramiento como consejero de la Telefónica presidida por Juanito Villalonga, amigo de pupitre de Aznar. Hoy Vilarrubí es sinónimo del desvarío que se ha hecho fuerte en esa elite barcelonesa sedicentemente culta y rica que, enredada en el ovillo del nacionalismo rampante, realiza el trabajo sucio a una izquierda radical, con ERC a la cabeza, que no vacilaría llegado el caso en asaltar sus cómodos palacios de invierno. ¿Alguien se imagina al orondo Junqueras recibiendo, mayordomo filipino al lado, en el hermoso palacete de la calle Escuelas Pías, en Sarrià-Sant Gervasi…?

La espina clavada de Sol Daurella

He ahí, enfrentadas, las posiciones que hoy dividen a no pocas familias catalanas, algunas rotas por la dura contienda dialéctica, otras forzadas a obviar el tema en las reuniones familiares para evitar el estallido de la tormenta. Sol, mujer de pocas palabras aficionada a hablar lo justo, no entiende muy bien lo que está pasando por la cabeza de esa burguesía a la que le fue muy bien con el franquismo y le ha ido mejor con la democracia. Ella resiste las presiones, mientras asiste a la reacción de esos empresarios que, de forma aún tímida pero creciente, se atreven a enfrentarse al dictak del nacionalismo, como el centenar de pymex catalanas que esta semana ha salido a la luz en torno a Mariano Ganduxer. “Mi obligación como empresaria es hacer rentable la sociedad que dirijo para poder crear riqueza y empleo; lo demás son historias que no me incumben, pretensiones ajenas”. Es la reflexión de una mujer que, con un patrimonio estimado entre los 1.500 y los 3.000 millones, “podía haberse dedicado a vivir de las rentas, prácticamente como el resto de su familia, pero que decidió fajarse en un mundo tan masculino como el de la gestión empresarial. Sol ha convertido a Coca-Cola Iberian Partners en la embotelladora más grande de Europa, hasta el punto de que en un eventual proceso de unificación de las existentes en la UE, su participación en la resultante sería mayoritaria.

Es difícil encontrar en el panorama barcelonés una pareja con más atractivo que la formada por Sol y Carles, como demuestra su capacidad para acaparar los chismorreos de la buena sociedad local en torno a las reales o inventadas infidelidades

Sol Daurella es una espina clavada en el corazón de un nacionalismo con vocación de partido único. Una espina dolorosa en cuanto que muy representativa, porque es difícil encontrar en el panorama barcelonés una pareja con más atractivo que la formada por Sol y Carles, como demuestra su capacidad para acaparar los chismorreos de la buena sociedad local en torno a las reales o inventadas infidelidades conyugales de ambos. Además de sus espléndidas residencias en Madrid y Barcelona, la pareja compró casa en Gstaad, Suiza, donde se codea con la propia Ana Botín, entre otros españoles ricos, y más recientemente una finca de caza en Jerez de la Frontera. De la mano de Carles, amigo de José Oliú, Sol entró a formar parte del Consejo del Banco Sabadell como integrante del núcleo duro de accionistas catalanes significativos: José Manuel Lara (grupo Planeta), Joaquín Folch-Rusiñol (Pinturas Titán), Miguel Bosser (Textil Bosser), Héctor Colonques (Porcelanosa) e Isak Andic (grupo Mango), que llegó a ser primer accionista y que abandonó el consejo en septiembre del 2013.

Un cambio que ha sonado a terremoto

El pasado 20 de noviembre, Sol presentó su renuncia como miembro de ese Consejo. En la carta dirigida a sus colegas explicaba que el momento profesional y empresarial en que ahora se encuentra es muy diferente al que tenía cuando se incorporó a la entidad: “Estos cambios, algunos de los cuales ya se han consolidado y otros están en proyecto, me exigen dedicarles todo mi esfuerzo. Por este motivo considero que no voy a poder atender a partir de ahora mi función en esta entidad en la manera que venía haciendo”. Todo parecía claro y diáfano hasta que cinco días después, exactamente el 25 de noviembre, el Santander anunciaba su nombramiento como nueva consejera independiente de la entidad, en un terremoto que incluyó la destitución del consejero delegado Javier Marín y su sustitución por José Antonio Álvarez. Dicen que Oliú, presidente del Sabadell, se enteró de lo ocurrido por la radio.

“Aquí ha supuesto un terremoto”, asegura un empresario barcelonés. “Porque no se ha entendido ese movimiento; hay cosas que se tratan en un Consejo de Administración que ni siquiera conoce la Comisión Ejecutiva, proyectos, planes en curso, estrategias… Pasar de un banco a otro de la competencia con todo ese caudal bajo el brazo es algo que suena escandaloso. Yo creo que incluso debería estar prohibido por ley. Otra cosa es que hubiera esperado unos meses para anunciar su desembarco en el Santander…”  Nadie ha alzado la voz en público, ni siquiera un Banco Sabadell que ha quedado en situación desairada tras la espantada de Daurella. En la Cataluña de hoy impera el miedo. Lo expresa de forma elocuente Antonio Brufau, presidente de Repsol: “Aquí lo que hay que hacer ahora es estar escondido y no sacar la cabeza, porque las hostias vuelan que es un gusto”. Mientras tanto, Sol sigue a lo suyo, ajena al sordo rumor de fondo: “Lo mío es trabajar para crear riqueza y empleo; el resto son historias que no me incumben”.

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