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Opinión

Soraya para gobernar la casa, Montoro para llevar las cuentas

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy saluda a la bancada popular.

Mariano Rajoy, el amo de la finca, lo ha vuelto a hacer, se ha vuelto a repetir. Lo anuncié aquí hace 48 horas y creo humildemente haber acertado: un Gobierno Soraya presidido por Mariano. La vicepresidenta Sáenz de Santamaría sigue con su poder no ya intacto, sino acrecentado, liberada de la incómoda tarea de dar la cara en televisión -no sin antes haberse aprendido los temas como si de una pequeña y reiterada oposición a algún cuerpo de élite se tratara, tan lista ella, tan avispada- todos los viernes tras el consejo de ministros, y además se hará cargo de la solución del embrollo catalán como una especie de Ministra para Cataluña (¿demasiado arroz para tan magro pollo?) a los mandos del CNI, naturalmente, que ahí está el dengue, la información, la advertencia y el miedo. Gana Mauricio, como siempre. El gran Mauricio Casals. La Soraya mujer total, dispuesta a manejar con eficacia de estricta gobernanta, aplicada ama de llaves, la casa del padre, y Cristóbal Montoro para llevar las cuentas. La columna vertebral del nuevo Gobierno Rajoy.

Todo lo demás es adorno o casi. Bulto. Soraya delega, además, la ingrata labor de la portavocía en un hombre suyo como es Íñigo Méndez de Vigo, primer socio del Club Puerta de Hierro, un tipo pagado de sí mismo que viene de dormir una especie de siesta de año y pico en el Ministerio de Educación donde, aparte de haberse cepillado las reválidas, el elemento estrella de la famosa y arrumbada LOMCE, no ha dado literalmente palo al agua. Logra además ubicar a su eterna enemiga en las filas del partido, María Dolores de Cospedal, en un ministerio políticamente neutro como es Defensa (sin CNI), un presupuesto carcomido por las urgencias de la crisis, pero, eso sí, encargado en estos tiempos de buenismo y otros ismos, pobre y menguado Ejército nuestro, de esa tarea capital que consiste en viajar todos los meses de diciembre al Líbano para felicitar la Navidad a las tropas españolas allí destacadas. La nueva ministra Cospedal retiene, de momento, la secretaria general del PP, lo cual no deja de ser una anomalía que a buen seguro se corregirá en el próximo Congreso del PP que Mariano se dará prisa en convocar ad calendas graecas, es decir, cuando las ranas críen pelo.

Todo el poder para Soraya, que claramente apunta a heredera del trono de Rajoy cuando el Zar gallego decida bajarse del carro, que no hay prisa, don Mariano, no se vaya usted a disgustar, cuando a usted buenamente le dé la gana. Porque ha sido ella –que, además, presidirá esa Comisión Delegada donde está el mondongo- la encargada de adjudicar castigos y repartir premios en la composición del nuevo Gobierno, ella la factótum que ha elaborado la lista, que es de sobra sabido que eso de llamar a un amigo como García-Margallo para darle boleta, “Ufff, qué lío”, produce en el gallego un estrés insoportable. La política, pues, en poder de Soraya y las cuentas en manos de Montoro, con Luis de Guindos como encargado de seguir llevando las malas noticias del incumplimiento del déficit a Bruselas. La columna vertebral del nuevo Gobierno y del anterior. La supuesta batalla entre los titulares de Economía y Hacienda que durante días ocupó la atención del mundo empresarial, ha quedado en tormenta de viento. Vino con gaseosa.

Sobre el papel, De Guindos ha visto reforzada su posición con una ampliación de sus competencias al antiguo ministerio de Industria, pero el asunto, más o menos aparatoso, queda en nada cuando se repara en que Industria -¿pero hay Industria en este país nuestro? ¿Alguien se preocupa por ella? ¿Alguien ha pensado que tal vez sea un crimen abdicar de ella para poner todos los huevos en la cesta del Turismo?- es un cascarón vacío desprovista de Energía, que esa es la madre del cordero, la reforma energética, los sempiternos líos energéticos, y ese es el nuevo ministerio que Soraya ha regalado a su amigo Alvarito Nadal, una solución in extremis, una decisión de ultimísima hora, porque andaba el hombre tan cabreado por los pasillos de Moncloa, tan convencido de que el tren ministerial había pasado por delante y él, tan listo, tan soberbio, tan sobrado, tantos diplomas, tantos idiomas, había vuelto a quedar en el andén viéndolas venir y dejándolas pasar, que ha sido necesario buscarle acomodo, ¡ay payo, dame argo!, para tener al niño contento.

Un Gobierno de socialdemócratas de derechas

¿Está contento Luis de Guindos? El titular de Economía había manifestado a su entorno más cercano su decisión de abandonar la política si Mariano no le otorgaba un plus de autoridad capaz de acabar de una vez con las escaramuzas que le han enfrentado a Cristóbal durante los últimos cuatro años. Ese plus tendría que haberse concretado en su nominación como vicepresidente económico, se decía, o en un reforzamiento de sus atribuciones que no admitiera duda sobre su condición de primus inter pares del área económica. Es evidente que Mariano no ha satisfecho esas aspiraciones. El gallego se ha vuelto a salir con la suya: quería a ambos en sus respectivos Ministerios y con los galones que han venido luciendo en la pasada legislatura. Algún argumento de fuerza mayor ha debido utilizar, sin embargo, algún tipo de favor especial ha debido pedirle, alguna letra pagadera a plazo fijo ha debido firmar el presidente para que De Guindos no haya saltado de ese tren en marcha, aceptando seguir ostentando la condición de único liberal, o casi, en un Gobierno de socialdemócratas de derechas como éste.

Eso y poco más. Desde luego la agradable sorpresa de un ingeniero de caminos de prestigio para encabezar un ministerio tan conflictivo como Fomento. ¿Es posible colegir, a la luz de la composición del nuevo Gabinete, las intenciones últimas del presidente en lo que a la duración de la Legislatura se refiere? Estamos ante más de lo mismo, marianismo a palo seco, marianismo dispuesto a durar lo que las circunstancias permitan, es decir, a completar una regencia larga salvo que la guerra civil que se desarrolla en el seno del socialismo incite al PSOE a echarse al monte en unos meses, o que el secesionismo catalán, en grado de locura colectiva aguda, decida finalmente envidar al Estado convencido de que ese Estado tan denostado, tan desgastado, tan ultrajado por quienes deberían ser sus primeros defensores, se va a rendir finalmente sin siquiera plantear pelea, en cuyo caso la legislatura podría acabar de forma abrupta en septiembre de 2017, que el mes marcado por el independentismo para dar su do de pecho.

Salvo, claro está, que todo lo arregle la maga Soraya con su innato talento y ese valor suyo que se le supone a lo Agustina de Aragón, que no parece el caso. El desbarajuste en que se debate la izquierda, con todo, invita a pensar en muchos meses de relativa comodidad para el nuevo Ejecutivo, naturalmente si meterse en camisa de once varas de leyes conflictivas, y cediendo todo lo que sea menester ceder en materia laboral y en todo lo demás. Y subiendo impuestos, claro está. El IVA nos espera a la vuelta de la esquina. En plena oleada populista, en pleno fervor socialdemócrata, no hay una sola voz capaz de pedir esa cordura que preside la vida de tantos millones de familias españoles, consistente en no gastar más de lo que se ingresa. “La gente ya está empezando a darse cuenta de que el Estado es demasiado costoso”, escribió Frédéric Bastiat, “lo que pasa es que aún no terminan de comprender que el peso de ese coste recae sobre sus costillas”. Gobierno marianista de andar por casa, carente del prestigio y la grandeza, del liderazgo que reclaman los dramáticos momentos que afronta España. Los Dioses nos asistan. 

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