Quantcast

Opinión

Referéndum: ¿qué queremos, AVE o pensiones?

La ministra de Empleo, Fátima Báñez

La escena da para una chirigota en el próximo Carnaval de Cádiz. Sinónimo de la España en que vivimos. Jornada de puertas abiertas del Congreso. Y la Puerta de los Leones, la entrada solemne a la Cámara Baja, se encalla pese a los esfuerzos de los ujieres retorcidos en sus trajes de librea. El portalón acaba abriéndose después de minutos de sudar la gota gorda. El sofoco de los ujieres corre entonces convertido en anécdota (memes por las redes) de boca en boca de quienes están a punto de disparar el ‘selfie’ desde el escaño de Rajoy, Iglesias o Rivera. Ese minuto de gloria en el que los ciudadanos que se han acercado a conocer el Congreso juegan a ser presidente del Gobierno, ministro o aspirante a desalojar a Rajoy de Moncloa. Un minuto para arreglar este país según la versión original de cada uno.

Los más mayores, según se ha podido ver en alguno de estos reportajes de color para llenar el triste fin de semana informativo, hablan de su tema. El monotema del momento. El agujero en la hucha de las pensiones. El miedo a no cobrar la paga extra de las Navidades de 2017 ante la sequía (alrededor de 14.000 millones) del Fondo de Reserva. No teman los pensionistas de hoy. Seguirán cobrando su pensión en 2017, 2018, 2019… Los nubarrones se ciernen sobre los pensionistas del futuro. Aquellos instalados ahora en las décadas de los 30, 40 y 50 años que no tienen detrás una explosión demográfica para sostener ni de lejos sus futuras pensiones. Con más pensionistas que trabajadores, el problema de insostenibilidad es incuestionable, en un par de décadas.

Los nubarrones se ciernen sobre los pensionistas del futuro. Aquellos instalados ahora en las décadas de los 30, 40 y 50 años que no tienen detrás una explosión demográfica para sostener ni de lejos sus futuras pensiones

Cuando las generaciones nacidas entre 1960 y 1980, mucho más numerosas que sus antecesoras y sus predecesoras, comenzaron a trabajar, la enorme recaudación supuso una tentación irresistible para los políticos, ¿para qué guardar los cuantiosos recursos de esa etapa de abundancia si podían utilizarlos para favorecer a amigos y comprar voluntades y votos? Se permitieron, por ejemplo, otorgar demasiadas jubilaciones anticipadas en favor de colectivos muy influyentes. Les importó un bledo el peligro que acechaba en el futuro. Según su miope visión, treinta y cinco años eran comparables al lapso que media entre el Jurásico y el Cretácico: una eternidad. Así pues, se dedicaron con gran entusiasmo a generar déficits públicos en lugar de superávits. Carpe diem, y el que venga detrás, que arree.

Ahora ya ha llegado el momento de arrear. El agua empieza a llegar al cuello de la camisa. Los derroteros por los que caminan las reuniones del Pacto de Toledo no dibujan demasiada esperanza. En otros países, nórdicos muchos de ellos, allí donde siempre miramos para intentar copiar un maná social que en España no acabamos de aprender a fabricar, el tiempo no condiciona las decisiones. No hay prisas. Nadie se impacienta porque las reformas, aquellas que sientan las bases del contrato social, se negocien durante lustros o décadas. La cultura del cortoplacismo electoral está desterrada porque, como diría un castizo, con las cosas del comer, no se juega. Las pensiones, la educación, la sanidad, el modelo productivo…

Deberíamos aprovechar esta legislatura de ausencia de mayorías absolutas para convertirla en un tiempo de vasos comunicantes. Entre los grupos políticos, pero también entre las generaciones. Regresemos al asunto, al monotema, a las pensiones.

El engaño de que las pensiones consistirían siempre en una prestación definida condujo a muchas personas a ahorrar insuficientemente para su jubilación: confiaban en tener garantizada una subsistencia digna y no será así. Dentro de un par de décadas, España vomitará una generación de mayores casi indigentes, de los que nadie querrá o podrá hacerse cargo. Nuestros jubilados ya no serán esa proverbial salvaguardia en las grandes recesiones sino una carga adicional. Un problema de dimensiones bíblicas si no se aborda con seriedad y generosidad en el presente.

Quienes participan en la actual ronda del Pacto de Toledo tuercen el gesto ante la pregunta. ¿Se solucionará el problema de financiación de las pensiones? Todos ellos hablan de una reforma global pero temen que las conclusiones de los encuentros acaben convertidos en un sumatorio de parches para ajustar las cuentas de la Seguridad Social en el corto plazo. Pan para hoy… La sostenibilidad de las pensiones no es solo (que también) un problema de ingresos, sino también de modelo del estado del bienestar. En un país sometido a la dieta del déficit por Bruselas, y con la deuda desbocada por encima del 100% del PIB, el sistema es insuficiente para vivir como nuevos ricos.

Dentro de un par de décadas, España vomitará una generación de mayores casi indigentes, de los que nadie querrá o podrá hacerse cargo

Ya no hay dinero para una parada del AVE en Otero de Sanabria y su población de 26 vecinos. Como tampoco debió haberse gastado presupuesto en muchas otras paradas de alta velocidad que no llegan siquiera a la mitad de la mitad de viajeros que mueven a diario un gran número de paradas de metro en Madrid o Barcelona. El mal está ya hecho con el camino salpicado de estaciones y aeropuertos fantasmas, o autopistas sin coches, mausoleos en la mayoría de los casos del cacique político de turno.

Por las cañerías de obras faraónicas se ha perdido mucho dinero, infraestructuras que no han contribuido al crecimiento económico porque ni son punto estratégico para el turismo ni se han concebido para el desarrollo de una industria de progreso. Necesitamos infraestructuras modernas pero de un tamaño razonable. Salpicar la piel de toro de trenes de alta velocidad es un despropósito cuando apenas la línea Madrid-Barcelona, la que llena vagones del AVE a diario, es autosuficiente financieramente.

Es la hora de tomar elecciones y de exigir a quienes ocupan los escaños del Congreso que nos traten como lo que somos. Una sociedad madura que está preparada para enfrentarse al doloroso contenido de la ‘carta naranja’, el famoso ‘papelito’ que el Gobierno prometió enviar en la pasada legislatura para informar sobre la pensión futura de cada ciudadano. La medida se abortó porque “a mucha gente le salía una pensión de cero euros”, como me reconocía esta semana alguien que participó del proyecto de la carta naranja.

Siempre el cortoplacismo. Una información hurtada por el Gobierno de Rajoy a los mayores de 50 años por motivos electorales. Con el Fondo de Reserva a punto de desempolvar telarañas, no estaría de más que todos recibiéramos en nuestro buzón la ‘carta naranja’ para poder tomar las decisiones que cada uno estime oportuna. Algunos o muchos seguiremos por el camino del ahorro privado. No es la panacea, desde luego, pero toda bolsa será buena para complementar una pensión pública que, o se remedia en estos trabajos del Pacto de Toledo, o terminará con una famélica tasa de sustitución en un par de décadas.

Hasta entonces, los cotizantes que se sentaron en esos escaños del ‘abierto’ Congreso seguirán (y seguiremos) contribuyendo una cantidad fija al mes para que después el Estado transfiera a cada uno según sople el viento de las circunstancias. Confiemos en que no tengamos que lamentar en el futuro que nuestra clase política no haya sabido entender la importancia del momento actual. La necesidad de un nuevo contrato social en el que discriminemos lo importante de lo realmente necesario. ¿Queremos un país alicatado de red de AVE o con pensiones sostenibles? A todos nos toca responder a la pregunta.

@miguelalbacar

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.