Quantcast

Opinión

Puigdemont no encuentra dinero para su independencia

Puigdemont votando en el referéndum

No será ésta una columna para hablar de lo que pudo haber sido y no fue. Nunca se quiso encauzar el río revuelto catalán. Ni desde Madrid ni tampoco desde Barcelona. Ambos tienen culpa de que parezca difícil el retorno. O al menos no se intuye en el corto plazo. En este fatídico 1-O hemos perdido todos. Los demócratas y los que tomaron este domingo las calles de Cataluña, alentados por el fanatismo de Carles Puigdemont, Artur Mas y cia, como escudos humanos de un acto ilegal. De una farsa en toda regla donde las urnas llegaban repletas de papeletas, un mismo votante se fotografiaba introduciendo el sobre en varias mesas diferentes o el censo no existía. Puro (y triste, sin duda) cachondeo. El fin justifica los medios, que escribiría Nicolás Maquiavelo. La independencia a cualquier precio. Por encima de todo. Incluso por encima de haber dejado las relaciones de la sociedad catalana como un solar durante décadas. Ayer muchas familias y amigos rompieron, como si fuesen novios, después de estar durante meses en silencio evitando hablar del ‘tema’. 

Ayer no hubo referéndum. No sólo porque fuera un acto ilegal y sin garantías. Sino porque las calles de Cataluña, desde cualesquiera de Barcelona, hasta las estrechas y angostas de cualquier pueblo, destilaban odio, violencia, sangre, dolor y agresiones por ambos lados. Nada que ver con esa frase manida, pero desde ayer tan cierta, de que una convocatoria a las urnas es sinónimo de fiesta democrática. Imágenes que preocupan de otros países cuando se ven en cualquier telediario. Imágenes que horrorizan emanando de calles que son una parte de España. Pero imágenes, no nos olvidemos, forzadas por quienes asestaron un golpe de Estado en el Parlament -6 y 7 de septiembre pasados-, saltándose todo tipo de norma, incluso hasta órganos, como el Consejo de Garantías, inequívocamente surgidos desde el ámbito catalán. Las mismas normas que se saltará el Parlament en las próximas horas para declarar unilateralmente la independencia, según anunció Puigdemont en la noche del domingo. Un anuncio que no acompañó con ningún dato de la votación ilegal. Daba lo mismo. La piel del oso ya estaba cazada.

La unidad de España ha quedado amenazada y con una alarmante necesidad de liderazgos políticos que sepan recomponer el puzzle. El pegamento debe cimentarse en la Ley. Sin duda. Pero será necesaria también mucha política y debate. Incluso el retorno al Estado de ciertas competencias cedidas a las Comunidades Autónomas, como Educación o Seguridad, que se han convertido en moneda de adoctrinamiento y desunión. Desgraciadamente, en este curso hay 17 textos diferentes, uno por cada comunidad, de matemáticas para los niños de una misma edad. Cuando se politiza en las aulas hasta el 2+2 es que algo falla.

Será necesaria mucha política y debate. Incluso el retorno al Estado de ciertas competencias cedidas, como Educación o Seguridad, que se han convertido en moneda de adoctrinamiento y desunión

España no roba a Cataluña. El mantra es falso. Aunque los argumentos económicos a favor de la secesión han perdido peso frente a eslóganes estrictamente políticos, hay que reconocer el papel fundamental que han jugado durante los últimos años. El manifiesto fundacional de la Assemblea Nacional Catalana afirma sin rubor alguno que “el Estado no apoya a los habitantes de Cataluña y perjudica seriamente sus posibilidades de mantener o incrementar su nivel de vida y bienestar social que la capacidad productiva e intelectual del país permitiría, disminuyendo y limitando conscientemente las potencialidades de nuestro desarrollo económico y social”. Es la acusación más grave que puede hacerse contra un Estado: perjudicar deliberadamente a más de 7 millones de ciudadanos.

Los independentistas han empleado el eslogan “Espanya ens roba” para denunciar los 16.000 millones de impuestos, supuestamente detraídos a los catalanes por la perversa Administración Central: 44 millones de euros que el AVE se lleva de Sants a Atocha cada día. Estos sacos viajeros comparten con los llamados ‘països catalans’ –territorios cuya independencia de España y Francia reclaman ERC y CUP– una cualidad: la invisibilidad. Nadie los ha visto, salvo algún iluminado como el Sr. Salvadó, secretario de Hacienda del gobierno de la Generalitat hasta hace unos días, que afirmaba recientemente que la Agencia Tributaria Catalana reduciría la brecha deficitaria con la recuperación de “15.000 ó 16.000 millones de euros que corresponden al expolio fiscal”.

En contra de lo que afirman los independentistas, la verdad es que Cataluña empezó a despegar económicamente después de las reformas político-administrativas acometidas al finalizar la Guerra de Sucesión en 1714. La expansión manufacturera e industrial que convirtió Cataluña en “la fábrica de España” en los siglos XVIII y XIX fue posible gracias al acceso al mercado nacional, protegido con aranceles y otras barreras hasta 1986-1992. Como resultado de ello, el PIB per cápita de los catalanes creció sin pausa y superó en más del 50% la media española entre 1900 y 1960. Todavía en 2016, el PIB per cápita de los catalanes es el 19,27 % superior al de los españoles y el 23,0% mayor que el del resto de españoles. Y según Eurostat, es el 6 % superior a la media de de la UE en 2015. No está nada mal para tratarse de una economía que, según los dirigentes de la ANC y los líderes políticos independentistas, ha estado sometida al expolio sistemático del Estado español desde 1714.

Falso expolio que según la hoja de ruta de Puigdemont y cia. debe acabar en una República Independiente de Cataluña. Una declaración unilateral que el Govern esconde ante el mero cálculo personal de sus consecuencias. Tras los heridos en las calles del 1-O, el camino no tiene retorno para Puigdemont. Los que se han partido la cara por él ante Policía y Guardia Civil, cometiendo una ilegalidad, esperaban ahora el gesto de su Mesías. Que declare la llegada a su Ítaca. La independencia. Una firma que puede llevar a Puigdemont a la cárcel por desobedecer la Constitución. La declaración unilateral de independencia se efectuará desde el Parlament en las próximas horas. ¿Se atreverán a hacerlo?

Más allá de tener que responder por delitos de sedición y desobediencia, Puigdemont y su cohorte se enfrenta al mayor de sus problemas. ¿Cómo financiar su Ítaca independentista?

Más allá de tener que responder por delitos de sedición y desobediencia, Puigdemont y su cohorte se enfrenta al mayor de sus problemas. ¿Cómo financiar su Ítaca independentista? En las últimas semanas, el área económica del Govern ha contactado con bancos de inversión para que intenten colocar deuda de la Generalitat ofreciendo hasta un 14% de interés. La respuesta de los inversores ha sido contundente. Cero demanda. Falta la pela. La encrucijada es enorme para un Puigdemont consciente de que será un suicidio declarar la independencia sabiendo que el bolsillo apenas tiene calderilla y mucha tela de araña con sus cuentas intervenidas por Hacienda.  

Rajoy debe responder con contundencia al órdago. La distancia entre Cataluña y el resto de España es bidireccional. El 1-O ha sembrado de banderas españolas miles de ventanas y balcones en el resto de la piel de toro. Una cosecha sólo comparable al sentimiento creado por Iniesta y su gol ante Holanda en la final del Mundial de Suráfrica. Hay que coser por toda la geografía. La oferta de diálogo dibujada desde Moncloa debe ir en esa dirección. En rigor, no ha habido referéndum en Cataluña el 1-O. En verdad, el gobierno del PP lo ha perdido. En realidad, el Estado está en crisis. Toca remar todos juntos y asumir medidas duras, pero necesarias, como la aplicación del famoso artículo 155, para encauzar de nuevo las aguas y que España no se rompa.

Nada será igual después de este 1-O. La afirmación es pura obviedad. Pero, en ocasiones, lo obvio resulta ser lo más doloroso.

@miguelalbacar

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.