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Opinión

Paisaje para después de un esperpento

Paisaje para después de un esperpento

Lo dijo Miguel de Cervantes en un célebre soneto con estrambote: “Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. A propósito de la mascarada del otro día en el Parlament, del sí pero no del gobierno de España y de los enfados y trágalas entre independentistas, no hay mejor definición que la del padre de Don Quijote.

Nadie dejará de cobrar

La reacción de Mariano Rajoy ante el órdago separatista ha dejado atónito al respetable. Si Carles Puigdemont creía que con su no-sí con respecto a la independencia iba a ganarle en esto de galleguear al presidente, lo tenía claro. A pesar de contar con los apoyos del PSOE, que no tenía más cáscaras que apoyar al Estado y a la legalidad constitucional, y de Ciudadanos, Rajoy no ha querido dar un paso más allá. Sacándose de la manga un requerimiento al Govern de la Generalitat acerca del significado de la pantomima del otro día en el Parlament, ha ganado unos días, pocos, antes de hacer lo que en cualquier otro país ya estaría hecho hace mucho tiempo, es decir, la aplicación del 155 o, incluso, declarar el estado de sitio.

Por una extraña coincidencia, independentistas y constitucionalistas están igualmente ofendidos. Los primeros, porque ya se veían en una ínsula de Barataria, por seguir con Cervantes, gobernada a su capricho, saltándose todas las leyes españolas y europeas. Incluso las proclamadas por Puigdemont, ya que estamos. Los segundos, porque esperaban una contundencia efectiva ante el desvarío que reina en la política catalana, causante de la mayor crisis económica en Cataluña desde no se sabe cuándo y de un envite totalitario a la democracia y al Estado de derecho.

Si Carles Puigdemont creía que con su no-sí con respecto a la independencia iba a ganarle en esto de 'galleguear' al presidente, lo tenía claro"

A Artur Mas le llamaban “el astuto”; a Puigdemont bien podrían llamarle “el becario”, porque si malo fue el primero, peor ha salido el segundo con la humorada, es un decir, de proclamar una república independiente para automáticamente dejarla en suspenso. Los enviados de los numerosos medios de comunicación de todo el mundo están aún siendo atendidos por delirium tremens. Nadie daba crédito a lo que pasaba. Ahora que empiezan a recoger sus bártulos viendo que, efectivamente, “no hubo nada”, se van perplejos delante del esperpento catalán. Un teatrillo barato, una cortina de humo para tapar los recortes en sanidad, educación y servicios sociales más duros de toda Europa y una operación de intoxicación política, como no se conoce en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, para disimular la monumental corrupción que ha presidido estos cuarenta años en Cataluña.

Todos los compañeros de los medios internacionales se preguntan cómo nadie dimite, como Rufián y Tardá aún están en el Congreso, cómo las CUP no han renunciado al dinero españolista. Fácil: las ideas de esta tropa finalizan donde empiezan sus cuentas corrientes. Por eso nadie dejará de cobrar, por eso nadie se irá, por eso ninguno de ellos tendrá la decencia de servir a sus ideas y no servirse de ellas. El proceso ha sido y es así de mezquino.

Nos engañaríamos, sin embargo, si creyésemos que esto se ha acabado. Que la incapacidad de los aprendices de brujo de la Generalitat sea de récord mundial no equivale a decir que el fanatismo haya encontrado el punto y final. Oriol Junqueras, en un alarde de desfachatez supina, anda pavoneándose por ahí afirmando que todo obedece a una estrategia muy bien calculada. Y los creyentes tragan y tragan.

Los seguidores de la secta secesionista, puesto que secta es lo que no admite razones y se aferra a la fe el carbonero, sostienen en las redes sociales que ya huele a república catalana, que la Generalitat acabará por proclamar definitivamente la independencia; que, en caso de no hacerlo, el pueblo pasará por encima de sus políticos. Es un viejo mantra que se repite desde el minuto cero de esta historia. La ingenuidad, cuando no mala fe, de quienes defienden tal cosa es tremenda. A la ANC la fundaron conspicuos dirigentes de Convergencia y de Esquerra, Ómnium ha sido abundantemente regada con millones de fondos públicos -la ANC también, ojo-, se ha premiado con suculentos cargos a los dirigentes independentistas que provenían, teóricamente, de esa sociedad civil, como a la actual presidenta del Parlament Carme Forcadell; en fin, todo ha girado siempre alrededor del Palau de la Generalitat y su guión independentista, guión que, no es preciso decirlo, nunca persiguió nada más que no fuese declarar la independencia y utilizarla como medio de chantaje al Estado.

Las acciones por parte de jueces, fiscales y fuerzas de seguridad del Estado los han mostrado tal cual son: unos déspotas sin el menor sentido democrático. Ahora pretenden negociar con mediadores, como unos vulgares secuestradores"

Al llegar el momento decisivo todo el castillo de naipes se ha desplomado. Las acciones por parte de jueces, fiscales y fuerzas de seguridad del Estado los han mostrado tal cual son: unos déspotas sin el menor sentido democrático. Ahora pretenden negociar con mediadores, como unos vulgares secuestradores. Sin ser santo de mi devoción, la diputada socialista Margarita Robles se lo ha dejado claro en el Congreso, “los mediadores somos nosotros”. En Palau saben perfectamente que esto es lo que hay y solo pretenden seguir ganando tiempo, pero tiempo ¿para qué? Tienen a las juventudes de las CUP, los Arran, completamente encabritadas. Tienen a no pocos militantes cupaires a punto de echarse al monte. Tienen a muchos de los votantes de Junts pel Sí y Esquerra decepcionados, amargados.

Cada día que pasa crece más y más la insatisfacción entre aquellos que se tragaron el embuste de que separarse de España era una cabalgata de reyes y que el estado iba a regalarles un jamón a cada uno de ellos. Entre los descontentos y los que conspiran contra Puigdemont, el pastelero de Gerona lo tiene peor que aquel emperador que mataba moscas mientras sus pretorianos planeaban deponerlo.

Los días de plomo que vienen

En las CUP están pidiendo una asamblea extraordinaria para evaluar cuál ha de ser su comportamiento respecto a la coalición de Puigdemont. Otros que se han creído eso de las asambleas. Recuerdo que en una quedaron empatados los partidarios de apoyar a Mas y los que no, lo que supone una proeza matemática que escapa al cálculo de posibilidades. En Convergencia están moviendo, en la sombra, eso sí, los peones dirigidos por la vieja guardia convergente que ve con buenos ojos al conseller Santi Vila como sucesor de Puigdemont. En Esquerra nadie dice ni mú, porque saben que Junqueras está amortizado y que, en caso de inhabilitación, tienen a dos o tres nombres que estarían encantados de sustituirlo.

Pero el reloj no se detiene, y el plazo para que los separatistas respondan acerca de si proclamaron o no la independencia se acaba. El próximo lunes, fecha tope para aclarar lo que ha pasado, está a la vuelta de la esquina. En los pasillos del Palau se comenta que Puigdemont no va a tener otro remedio que decir que sí, que la proclamó para dejarla en suspenso como gesto de munificencia hacia España. Unos te cuentan que eso sería lo digno, otros que sería de locos, pero la mayoría cree que, con tal manifestación y la consecuente aplicación del 155, se quitan de en medio al chico gerundense, lo que permitiría a Vila, actual conseller, ocupar la vacante o, como variante, convocar elecciones.

En Convergencia están moviendo, en la sombra, eso sí, los peones dirigidos por la vieja guardia convergente que ve con buenos ojos al conseller Santi Vila como sucesor de Puigdemont"

Todos buscan excusas, pretextos, salvar la cara o las posaderas, ya que estamos. No se entiende, si no, que se mantengan en ese limbo. Tampoco se entiende por parte del gobierno popular, digámoslo claro. Nadie le reprocharía a Rajoy una aplicación consecuente de la ley, habida cuenta de que goza del apoyo mayoritario de la cámara, con el PSOE y Ciudadanos a su lado; mucho menos rechazo encontraría entre sus electores. Es más, tomar una posición decidida respecto a Cataluña, abandonando el tancredismo habitual en el presidente, le haría ganar en intención de voto.

Pero Rajoy y Puigdemont están cada uno en su esquina, sin moverse mucho. Sin embargo, aquí ya se ha vulnerado la ley. Se vulneró cuando Puigdemont se saltó a la torera al Parlament aprobando la famosa ley de desconexión y la del referéndum, para cerrarlo después a cal y canto; se saltó la ley y las sentencias del Tribunal Constitucional con la feria del pseudo referéndum, con la intervención del otro día; se la saltó cuando dijo que quería negociar de igual a igual con el Estado. Que Puigdemont quiera ganar tiempo se entiende, porque no hay mayor deseo en quien se sabe carne de presidio que dilatar el momento de su ingreso en prisión lo máximo posible, pero que Rajoy, el gobierno, el Estado, se lo tomen con tanta calma es algo muy difícil de entender.

Compréndalo el gobierno: que los independentistas de verdad estén cabreados es lógico, porque lo suyo tiene mal arreglo, pero que lo estén los que defienden la ley y la Constitución es inexplicable e inexcusable. Toda esta indefinición, este diletantismo, no puede traer nada bueno. El nudo gordiano se corta de un tajo, como ya demostró en su día Alejandro Magno. El esperpento podría acabar en tragedia.

Vienen días de plomo. Cuidado.

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