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Opinión

¡Dejad a los niños en paz!

Cabalgata de Reyes de Manresa, en la que ANC y Òmnium han pedido a través de las redes sociales que se reciba "de amarillo" a sus majestades

En cualquier conflicto bélico, el máximo exponente de la sinrazón humana, es tradición que la Navidad sea considerada como tregua obligada entre los contendientes. Pero el fascismo independentista no respeta nada, ni las navidades ni siquiera la cabalgata de los reyes magos. Toda ocasión es buena para reventarla, si ello sirve a sus fines.

¡Llibertat per els pesos polítics!

El brazo político del proceso independentista, la ANC (Asamblea Nacional Catalana), junto con los Comités para la Defensa de la República dictaron su orden hace días: había que acudir a las cabalgatas de reyes con lazos amarillos, farolillos del mismo color, pancartas, con lo que fuese para politizar lo que debería ser solamente una celebración infantil. Los provocadores separatistas se pertrecharon con toda la parafernalia propagandística, lanzándose a perturbar la noche más mágica del año.

No conocen ni a su padre en lo que se refiere a sus delirios. En su imaginario fascista todo lo que se pueda aprovechar como altavoz es bueno. Da igual que sea la Diada de todos los catalanes, de la que se apropiaron hace años, que de conceptos como libertad o justicia. Les da lo mismo decir que unas elecciones son impuestas e ilegales para después presentarse a ellas con el mayor de los cinismos. Hablan de respeto y de amor y luego son los primeros que los vulneran sin que se les mueva un músculo del rostro. Son hijos de la inquina, viviendo devorados por su total falta de empatía hacia el prójimo.

La última hazaña de esta tropa de barrigas agradecidas ha sido la de alterar el natural curso de la llegada de los magos de Oriente a Cataluña. La chiquillería, en su santa inocencia, veía como se sustituían las expresiones tradicionales que todos hemos gritado alguna vez como “¡Rey negro, rey negro, me he portado muy bien este año!” o “¡Tirad más caramelos!” por consignas venenosas cargadas de odio, totalmente impropias de una ocasión tan dulce y hermosa, como “Libertad para los Jordis”, “Puigdemont President” o “Independencia”.

La perversión de la infancia es una de las señas de identidad de cualquier régimen fascista

La perversión de la infancia es una de las señas de identidad de cualquier régimen fascista y, qué duda cabe, el que quieren imponernos a los catalanes lo es. Desean los líderes de ese movimiento, que se hermana con la extrema derecha radical europea, una juventud adoctrinada, cultivada en consignas hechas para ser repetidas sin pasar por la digestión del razonamiento, quieren unos críos broncos acostumbrados en sus escuelas al adoctrinamiento, sin la menor capacidad crítica.

Muchos padres han asistido a esa violación brutal de la inocencia de sus hijos con una sonrisa. La villanía social requiere de cómplices y, por Dios, en Cataluña los hay a patadas. No he escuchado a ningún pedagogo de esos que se rasgan las vestiduras porque un juez llama a declarar a unos profesores que hicieron bullying a hijos de miembros de la Benemérita elevar siquiera una tibia protesta por lo que representa la conculcación del primer derecho de cualquier niño: el derecho a ser feliz. Tampoco esos sindicatos de pandereta y subvención destinada a las mariscadas de sus mandamases han dicho esta boca es mía. A toda esa masa ciega, intoxicada por tantos años de nacionalismo, les ha parecido formidable que en las cabalgatas se haya infiltrado, una vez más, la ponzoña del odio y la mentira.

Uno se pregunta porque no hay más gente que alce la voz para decir que es una canallada estropearles la ilusión a nuestros hijos o que Melchor, Gaspar y Baltasar no tienen nada que ver con los que han pretendido dar un golpe de estado a nuestro sistema democrático y constitucional. ¿Ningún medio de comunicación, ninguna formación política, ninguna asociación de maestros, nadie saldrá en defensa de que hay cosas que son sagradas y merecen quedarse al margen de la miseria política?

¡No queremos reyes, somos republicanos!

Eso era lo último que esperaba escuchar en la llegada de los magos a nuestra tierra. Lo gritaba una señora de edad provecta que iba acompañada de los que supongo serían sus nietos, que ponían cara de no entender nada. Ellos iban, así lo decían, a entregarle la carta a los reyes porque les hacía ilusión verlos en persona y, ya de paso, ver si podían persuadirles para que les trajeran todo lo que había en sus listas. La señora, poseída por un furor que me abstendré de calificar, les decía que, de pedirle a unos reyes, nada, que ya se ocuparía ella de comprarles los regalos. Tal como suena. Me he encarado con la susodicha diciéndole en voz baja lo que opinaba de ella, de sus ancestros y de la ralea a la que pertenecía para, tras ese desahogo impropio de un caballero, lo reconozco, asegurarles a los críos que los reyes les iban a traer de todo porque seguro que se habían portado la mar de bien. Los chavales me han mirado con unos ojitos que bien han valido el disgusto que me he llevado al comprobar como la hijoputez está tan extendida en mi tierra que incluso las abuelas, en la víspera del día de reyes, pueden ser tan cabronas como cualquiera.

Un grupo de unas cuarenta personas enarbolaba pancartas que pedían la libertad para los “presos políticos”. La cosa ha ido a más, llegando a pedir a los niños que coreasen sus eslóganes

Un poco más adelante – estoy hablando de la cabalgata de Barcelona capital, aunque me consta que en muchas otras ciudades ha sucedido, por desgracia, lo mismo - un grupo de unas cuarenta personas enarbolaba pancartas que pedían la libertad para los “presos políticos”. La cosa ha ido a más, llegando a pedir a los niños que coreasen sus eslóganes. Algunos padres los han increpado solo para ver cómo aquellos energúmenos los tildaban de fascistas, botiflers, malos patriotas e incluso malos catalanes.

He hecho causa común con los valientes que protestaban, gritando “¡Vivan los reyes magos!”, además de una ocurrencia que me ha salido de improviso, “¡A estos, que les traigan carbón!”. La cosa ha tenido un cierto éxito, modestia aparte, y han tenido que retirarse ante un grupo de personas que les gritaban “¡Carbón, carbón, carbón!”, aunque he de reconocer que en algún momento hemos trabucado las letras de la palabra y nos ha salido otra más relacionada con el género caprino que con el negro mineral. Qué se le va a hacer.

Todo eso me ha provocado una tristeza infinita. Servidor tuvo el altísimo honor, hace ya algunos años, de representar a su majestad el rey Baltasar, ustedes ya me entienden, en la cabalgata barcelonesa, lo que considero uno de los honores más grandes que puede concederte tu ciudad natal. No sé si saben que la cabalgata es el acto más multitudinario del año en la Ciudad Condal. Estar en lo alto de la carroza lanzando caramelos y viendo las caritas de la chiquillería es una de las experiencias más emocionantes que me han pasado en la vida. Un detalle para que vean que la cosa viene de lejos: recuerdo que, al pasar por delante de la Jefatura Superior de Policía sita en la Vía Layetana, me giré hacia los balcones de la misma en los que suelen estar los hijos de los funcionarios del cuerpo, y les tiré caramelos gritando vivas a los policías. Al día siguiente, un perfecto imbécil procesista que se considera, ¡además!, de ultra izquierda, criticaba en su espacio radiofónico al rey rubio que había mostrado aquella connivencia con las fuerzas de ocupación. Insisto, de eso hace ya algunos años. Eran los tiempos del pacto del Majestic, ya saben, cuando Aznar hablaba catalán en la intimidad.

¿Van a ir también los nazis separatistas a vomitar su odio a esos ángeles enfermos que, sin embargo, mantienen su fe imbatible en un sueño mágico?

Me dio igual. Porque cuando finaliza el recorrido, y esto pocos lo saben, los reyes que se han paseado por las calles de Barcelona se desplazan discretamente al Hospital de San Juan de Dios, un centro para niños regentado por frailes a los que jamás podremos darles suficientemente las gracias. Se trata de entregar sus regalos a los críos que están más malitos. Nunca olvidaré como el sacerdote que me asistía iba murmurándome por lo bajo “A este le quedan menos de seis meses para ir a ver a Jesús” o “Esta niña está viviendo de presado, no creo que pase de esta semana”. Pero a pesar de eso, o precisamente a causa de ello, sus miradas eran más limpias que ninguna otra, destilando la luz que emana de la pureza del alma que se sabe en paz con Dios. ¿Van a ir también los nazis separatistas a vomitar su odio a esos ángeles enfermos que, sin embargo, mantienen su fe imbatible en un sueño mágico? ¿Son capaces de tamaña maldad?

No lo duden. Si pudieran, lo harían. Por mi parte, sepan que hoy grito más que nunca ¡vivan los reyes magos!, ¡vivan los hermanos de San Juan de Dios! Y, ya que estamos, ¡viva el rey!

Miquel Giménez

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