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Opinión

Breve historia de la futbolización occidental

Breve historia de la futbolización occidental.

En Kuala Lumpur, a 12.000 kilómetros de España, en el corazón malasio del Sudeste Asiático, los taxistas se saben el nombre del estadio Bernabéu, pronunciándolo bernabiu en un inglés colonial con acento bahasa. Son capaces de reconocer una foto de la sede del Real Madrid del mismo modo que conocen en detalle la última alineación del equipo. Pese a la imposibilidad de contabilizar los centenares de visitantes que acuden al estadio sin entrada, a mirarlo y a hacerse el selfie de rigor, los profesionales del sector aseguran que en paradas turísticas el Bernabéu supera al Museo del Prado (que el año batió su propio récord de tres millones de visitantes, superando en un 12,5% la afluencia del 2015).

La sobrevaloración del deporte es uno de los síntomas del declive de los imperios que han precedido al occidental

El documental británico Los Cuatro Jinetes, dirigido por Ross Ashcroft en 2012, destaca la sobrevaloración del deporte como uno de los síntomas del declive de los imperios que han precedido al occidental. “Todos los signos de la desaparición de un imperio ya han empezado a desarrollarse. Algunos son más acuciantes que otros. Las crisis financieras son un elemento común a las decadencias de los imperios anteriores”, asegura el documental. Un rasgo común de los imperios en declive es la apatía de una población caracterizada por una frivolidad decadente. En las democracias occidentales donde la estabilidad política está garantizada, las series de televisión ―consumidas a granel― y los programas de realidad virtual funcionan como el adictivo soma orwelliano: no conectan al ciudadano milenial con el mundo en que vive, sino que le aíslan placenteramente de la realidad.

Como sucedía en la Roma imperial, el deporte forma parte de este proceso de aborregamiento de una ciudadanía cuyas prioridades cada vez son más infantiles y pasivas. Igual que los aurigas y gladiadores romanos, nuestras estrellas deportivas ganan sumas disparatadas de dinero. En el siglo II d.C. el atleta romano Cayo Apuleyo Diocles amasó una fortuna de 35 millones de sestercios, equivalente a varios miles de millones dólares, lo que le permitió retirarse a los 42 años. Por si esto fuera poco, otro síntoma común al declive de los imperios precedentes es la glorificación de los cocineros, según asegura el documental Los cuatro jinetes. La desidia de una sociedad dopada con televisión, deporte y comida permite que en los ángulos muertos de Occidente se hayan instalado la corrupción, la violencia y la crueldad. El devenir natural de nuestra civilización es una entropía que evoluciona hacia el desorden y la implosión final. Como todo organismo vivo, habría nacido condenada a morir.

La proximidad corrupta entre el poder político y los medios de comunicación es otro de los síntomas de la decadencia de Occidente

La proximidad corrupta entre el poder político y los medios de comunicación es otro de los síntomas de la decadencia de Occidente y ha sido determinante en la derrota de Hillary Clinton en las elecciones generales estadounidenses de 2016. La distorsión mediática de la verdad ―o posverdad― fue el elemento central de la campaña electoral de Donald Trump, que todavía denuncia casi a diario las fake news ―noticias falsas― de las grandes empresas mediáticas de su país. Esta desfiguración de la realidad nos llega con un esquema binario impuesto y falso, en el que se incrustan todos los temas de la actualidad política, económica y social. Las redes sociales ―que han sustituido de facto a la prensa― trituran los temas y los regurgitan en forma binaria, para que los bandos repitan consignas prefabricadas y enfrentadas. El ciudadano cree estar pensando y tomando decisiones cuando de hecho es víctima de un “efecto contagio” idéntico al experimentado en el estadio Bernabéu durante un partido Madrid-Barça cuando gana o pierde el equipo propio.

Macron proclamaba hace unas semanas que “Para acabar con el terrorismo hay que acabar con el cambio climático”

El gran reto intelectual es desmontar esta mentalidad futbolística que consiste en elegir un bando y aceptar obligatoriamente la imposición ideológica que ello implica. Pensar ha dejado de ser necesario, porque los periodistas y agitadores mediáticos se encargan de machacar a diario lo que uno debe asumir. Al intentar ensamblar las piezas arbitrarias de este universo binario, los políticos se delatan. José Luis Zapatero aseguraba en 2004 que “La igualdad entre sexos es más efectiva contra el terrorismo que la fuerza militar”. En la misma línea, Macron proclamaba hace unas semanas que “Para acabar con el terrorismo hay que acabar con el cambio climático”. Entre tanto, el ciudadano elige su equipo ideológico basándose en variables con frecuencia alejadas de los programas de los partidos políticos.

Según el American National Election Study (ANES), un análisis electoral realizado por Stanford y la Universidad de Michigan y publicado en marzo, cientos de miles de votantes que participaron en las elecciones estadounidenses de 2016 no tenían claro cuál partido era el de derechas y cuál el de izquierdas. Según el informe de ANES, un 15% de los votantes de Trump ―y el 6% de los votantes de Clinton― creían que el partido Demócrata era el más conservador de los dos. Al sumar el porcentaje del “No sabe/No contesta”, resulta que el 16% de los votantes de Clinton y el 24% de los votantes de Trump no sabían en 2016 qué partido era el más conservador de los dos. Dado el actual nivel de polarización política que sufre Estados Unidos, esto indicaría que una parte relevante del electorado no vota al partido que mejor les personifica, sino que se estarían empleando otros criterios, desde dar por hecho que un partido representa una determinada corriente (cuando no lo hace), hasta cambiar de tendencia política para adaptarla a la del candidato preferido. Una aparición televisiva, la influencia social/familiar/laboral y la presión creciente de las redes sociales pueden generar un “efecto contagio” tan poderoso como para que una persona pueda llegar a construirse una cosmogonía falsa. O peor, manipulada por las élites político-mediáticas.

Mientras la globalización se incorpora como paradigma mundial, avanzamos hacia esquemas mentales desconocidos

Mientras la globalización se incorpora como paradigma mundial, avanzamos hacia esquemas mentales desconocidos, que las generaciones mileniales bosquejan mientras las precedentes se aferran a sus dogmatismos binarios. En España la sustitución de la emponzoñada confrontación nacional entre fachas y rojos por la confrontación generacional entre la España posfranquista y la España milenial es un avance histórico de primer orden. Podremos aceptarlo o no, pero estamos ante el final del mundo en que hemos nacido y vivido hasta ahora.

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