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Los emails de Cebrián o el final de un mito

Estos días en el Museo del Prado puede verse una magnífica exposición: Las furias. De Tiziano a Ribera. Entre las bellas obras que se contemplan en la muestra está El castigo de Prometeo, de Rubens. Como saben, según la mitología griega Prometeo robó a el fuego a los dioses y se lo entregó a los hombres. Enfurecido, Zeus le castigó cruelmente encadenándolo a una roca donde un águila destrozaría su hígado. Cada noche, el hombre que alumbró al resto de mortales veía crecer de nuevo este órgano vital solo para que el ave volviera a destrozárselo. Y así día a día. Hasta que Hércules liberó al bueno de Prometeo. En esto del periodismo, donde hay tanta afición a las metáforas exageradas y los símiles desproporcionados, Juan Luis Cebrián, primer director de El País y ahora presidente de Prisa, fue una suerte de figura prometeica. Un mito por su labor periodística en la Transición. Quizás nunca fue para tanto. O quizás sí. Pero lo único seguro es que aquel mito se ha derrumbado irremisiblemente.

Y en ese derrumbe casi mitológico y evidente son fundamentales dos correos electrónicos, ninguno escrito por el interesado. Uno de los emails, el más reciente, es obra de Antonio Caño, subdirector, corresponsal en Estados Unidos y responsable de la edición en América Latina de El País. El error de su autor al enviarlo y el consiguiente conocimiento de su contenido, por cierto adelantados aquí hace una semana, han provocado, ni más ni menos, que se adelante el anuncio del relevo en la dirección del periódico más leído en España. El otro email es el que sirvió para despedir a los 130 empleados afectados por el expediente de regulación de empleo (ERE) del rotativo de Prisa. Tras arduas y dolorosas negociaciones, el holding de medios decidía comunicar así, vía correo, quiénes eran los elegidos para abandonar la redacción sita en Miguel Yuste

Alejamiento progresivo

Ambos terremotos han agravado un hecho innegable y que confirma cualquier empleado de Prisa: el progresivo alejamiento entre Cebrián y quienes fueron sus compañeros de redacción. Quizás, en realidad, el presidente de Prisa se ha alejado de sí mismo, porque poco o nada queda de aquel periodista que fue, según narra gráficamente un empleado del rotativo. Ha muerto el héroe que comandaba un periódico clave en la Historia reciente de España alumbrando a sus lectores al entregarles, impresas en blanco y negro, las informaciones de las que se les había privado durante cuarenta años de dictadura. Solo así, con la muerte metafórica del periodista, puede explicarse que este Prometeo se haya convertido en el águila insaciable y devoradora. No le tembló el pulso para despedir a sus compañeros por problemas económicos cuando él tenía un sueldo desorbitado. Tampoco dudó para maniobrar la salida de Javier Moreno a sus espaldas ni para negarlo después.

Cebrián siempre se ha movido en las esferas de los poderosos, pero al menos hubo un tiempo en que trataba de desenmascarar a algunos cuyos hundimientos le convenían 

Fuentes de El País aseguran que ambos hechos, el ERE de finales de 2012 y el asombroso cambio de director de esta semana, son solo dos ejemplos de que el actual Cebrián ya no es el que era. No solo porque ahora sea un directivo que solo se mueve junto a los más poderosos y antes fuera un periodista que, aun codeándose con los mismos seres, trabajaba para desenmascarar a algunos de ellos (solo a los que le convenía, claro, con continuas operaciones de lo más tremebundas, pero esa es otra historia demasiado larga). Estas fuentes ejemplifican la mutación del primer director del diario con algo sucedido en los últimos días precisamente a cuenta del escándalo interno del email de Caño que incluía críticas al staff dirigente y a parte de la plantilla. Resulta que el pasado martes, en una de las reuniones mantenidas con miembros de la redacción tras desatarse la crisis interna, ese periodista y académico visto por muchos como un Prometeo moderno habló largo y tendido de la votación que se celebra el próximo lunes sobre la elección del nuevo director. 

Discurso sorprendente 

Atónitos se quedaron quienes escuchaban a Cebrián cuando sugirió, con otras palabras, que esa norma recogida en el Estatuto de Redacción del diario para que los periodistas voten al nuevo director quizás ya no era necesaria. Se trataría, a su juicio, de un mecanismo interno pensado para otros tiempos, los de la sacrosanta Transición, y ahora obsoleto. "Es decir, ahora, como presidente de la empresa, critica aquello que en su día, cuando era director, utilizó como blindaje de la redacción frente a la empresa", asegura un empleado del rotativo. Además, vino a enviar el mensaje de que un resultado de la votación contrario al nombramiento de Caño dañaría la imagen del periódico. O sea, mejor que todos voten a favor para evitar el escándalo. Palabras que hirieron los hígados de sus subordinados, boaquiabiertos ante la transformación, no por obvia menos increíble, del antiguo director.

En 2012, en plena crisis del ERE, Caño defendió con vehemencia las tesis de Cebrián frente a los empleados. "Le hicimos un hombre", comentan sus futuros subordinados

Obviamente, Cebrián sí tiene apoyos dentro de la redacción de Miguel Yuste. Se trata, sobre todo, de unos cuantos jefes que le apoyan ciegamente. Uno de ellos es, según las mismas fuentes, el propio Antonio Caño. Un periodista de raza, todo sea dicho, que se hará con las riendas del periódico el próximo 4 de mayo. A finales de 2012, en plena crisis interna por el ERE en marcha, el elegido como director intervino telefónicamente desde Estados Unidos en una asamblea de trabajadores. Durante muchos minutos defendió a capa y espada las tesis de la empresa (es decir, las de Cebrián) y se manifestó con vehemencia en contra de la huelga de firmas que finalmente salió adelante por mayoría. Algunos no pueden olvidar aquel episodio. "Le hicimos un hombre para los jefes", comentan. Y arguyen que aquello ilustra a la perfección quién es realmente el elegido. Habrá que juzgarle, en todo caso, por sus hechos como director. Eso sí, corre el peligro de endiosarse y olvidarse de sí mismo, como le pasó a su benefactor. 

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