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Los mejores videojuegos independientes

Super Hexagon.

Mientras los títulos de caja y 60 euros por cabeza sólo tenían en mente la obsesión por escupir secuelas y más secuelas de pegatiros militares obsesionados por los gráficos y por poner al jugador a ver películas, los indies aportaban toneladas de aire fresco en un sector que empezaba a oler a cerrado. Nombres como Jonathan Blow (uno de los nombres propios escogidos por Sony para presentar PlayStation 4), Phil Fish, Tommy Mefenes o Markus Persson son los nuevos referentes del videojuego: tipos que, en solitario o en equipos muy pequeños, han sacado adelante una visión creativa y artística del videojuego, sin olvidar nunca la segunda parte del término.

En realidad, los independientes han ocupado el espacio que, en tiempos de PlayStation 2, ocupaban los juegos budget: títulos de pequeños a bajo precio con una calidad más que discutibles y muchas ideas locas (ahí estaba la serie japonesa Simply 2000, con sus juegos de chicas en bikini matando zombis con katana o de bichos gigantes destrozando ciudades). Los costes de desarrollo de la generación actual llevaron a la desaparición a cientos de estudios -y a nuestra editora favorita “de juegos de 7”, THQ-, al fracaso de otros tantos juegos y al conservadurismo que mencionábamos antes. A cambio, los independientes, arriesgando su propio dinero y publicando casi exclusivamente en digital, fueron rellenando huecos para jugadores que buscaban algo distinto, con la ayuda de unas herramientas de desarrollo tan avanzadas como baratas.

Y extendiendo sus tentáculos a las consolas: Minecraft, que venía de romper récords en el mundo del PC, es uno de los descargables de Xbox Live de más éxito en la historia de la plataforma. Mientras, Sony o Nintendo miman tanto al desarrollador independiente como a su público ofreciendo cada día más visibilidad y ofertas. Los triunfos de la nueva generación no los van a decidir sólamente los Grand Theft Auto o Call of Duty, sino los herederos de esta selección de independientes que piensan en un público más allá del adicto a la consola.

1. World of Goo. 2D Boy. Plataformas: Wii, Android, iOS, PC, Mac

Uno de los más veteranos del resurgir indie, auna varias de las características que el imaginario colectivo atribuye a este tipo de juegos: cuidado por una estética que huye del fotorrealismo y los gráficos “avanzados”; construcción de todo el juego en torno a su mecánica (en este caso, la resolución de puzles físicos con la ayuda de unas bolas pegajosas), tan inmediata como adictiva. Puede que el milmillonario Angry Birds sea un plagio de un jueguito flash, pero World of Goo le señaló una ruta estética casi un año antes.

2. Hotline Miami. Dennaton Games. Plataformas: PlayStation 3, PS Vita, PC, Mac

Jonatan Söderström y Dennis Wedin rememoran aquí la etapa bastarda de los videojuegos, cuando las compañías grandes robaban sin tapujos a Hollywood desde el copiapega de carteles (ese Michael Biehn de Terminator convertido en Solid Snake en el primer Metal Gear Solid) hasta las adaptaciones apócrifas (Rambo/Ikari Warriors). El sello indie de la gente de Dennaton hace, eso sí, que Hotline Miami se fije en Drive en vez de en una superproducción para sacarnos a un Ryan Gosling sin nombre ni rostro, con una banda sonora electrónica memorable, hablando con sus caretas y perdido mil veces en la escena del ascensor de la película. Aunque contada por David Lynch, en vez de por Nicolas Winding Refn. Avisamos desde ya: es el juego más ultraviolento y polémico de toda la lista. Y puede que el más brillante.

3. Super Hexagon. Terry Cavanagh. Plataformas: Android, iOS, Mac, PC

Terry Cavanagh tiene muy claro que Tetris lo consiguió. Que esa mezcla entre puzzles, geometrías, ritmo endiablado e interacción nos permitió ver el alma del videojuego. Que la verdad del medio está ahí, en alguna parte de la capacidad de la leyenda de Pázhitnov para atraer a, literalmente, cientos de millones de personas. Super Hexagon es el Tetris del siglo XXI, sí, pero una experiencia más audaz, veloz, electro, puede que más bella que el original y con un toque retrofuturista que asimila todo lo que era Tron (y una cosita genial de PS2/360 llamada Rez) mucho mejor de lo que hiciera ese videoclip gigante de Daft Punk de hace un par de años.

4. Minecraft. Mojang Games. Plataformas: PC, Mac, Xbox 360

La madre del cordero indie, con decenas de millones de copias vendidas y una polémica: ¿cuándo deja un indie de serlo? La compañía de Markus ‘Notch’ Persson tiene dinero como para ahogar a un hipopótamo en billetes, pero Minecraft es la enseña de uno de los grandes tótems del movimiento: el juego en perpetuo desarrollo. Sus millones de jugadores no sólo han recreado todos los mundos virtuales imaginables en este juego que junta aventura a lo Zelda con construcción de bloques ultrapixelados, sino que lo llevan haciendo desde antes de que el título fuese “oficial”. Cuando en Xbox One y PlayStation 4 se nos dé la posibilidad de comprar juegos antes de que estén terminados, recordemos que todo viene del Grand Theft Auto de los títulos independientes.

5. The Binding of Isaac. Edmund McMillen y Florian Himsl. Plataformas: PC, Mac

La otra gran enseña indie es la subversión de la nostalgia para crear algo nuevo: el soberbio (tercera acepción) Braid del soberbio (primera acepción) Jonathan Blow apuntaba a Super Mario y su princesa en otro castillo; el mediocre Retro City Rampage de Brian Provinciano chupa como sanguijuela de toda la cultura de los 80/90. Edmund McMillen ya había cogido todos los códigos de la Nintendo de hace 30 años en Super Meat Boy (¡más difícil que la vida real!), pero es su siguiente título el que lleva este discurso a la cumbre. McMillen y Florian Himsl han parido con The Binding of Isaac un título tan oscuro como adictivo, una suerte de The Legend of Zelda: a través del espejo en el que se confabulan religión, infancias rotas y debate moral con uno de los juegos más sólidos de la última década. Lo mejor que podemos decir de él es que es un juego tan incontestable que puede que nadie se dé cuenta de su trasfondo y subtexto. Y por eso amamos los juegos indies: incluso cuando se quieren poner trascendentes no logran dejar de ser videojuegos.

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