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Gourmet

Whisky: un mito de cine

Días de vino y rosas.

Desde que el cine es cine, el whisky ha sido un importante -aunque discreto- personaje secundario. También es cierto que ya hace unas cuantas décadas, desde que el cine se hizo políticamente correcto, se quedó con la mínima expresión en volutas de humo y copas de whisky en las mesas de los buenos. Porque si hay que hablar de una copa, de las que alivian los males que atormentan el alma, habría que hablar del cigarrito, ese que sale de la pitillera que ha perdido todo el brillo, del sonido del mechero, el susurro del tabaco quemándose, el hielo en el cristal, el trago… Y lo dice uno que no fuma.

Se acabaron, o más bien quedan muy pocas, barras de película en la que el vaso cuente para algo más que para servir de transición durante unos segundos. Sobre el cigarro mejor no decir nada. Ahora hay que hacer un ejercicio de nostalgia para recordar cuándo se vio la última etiqueta de Jack Daniel’s en la pantalla.

Aunque soy un claro defensor de las novelas de Marcial Lafuente Estefanía como vía de escape para las fantasías de un niño que podía al cine, nada se puede comparar con esas escenas de Clint Eastwood de botella y poncho rodadas entre Soria y Almería. No hay saloon en el western en el que no hayan expuestas más de dos estanterías con botellas de whisky cuidadosamente ordenadas, que muchas veces terminarán hechas añicos en la primera pelea.

Símbolo del western

Tal vez se trate de una alegoría, de una especie de guiño a la sangre de los buscadores de oro que se quedó en la historia americana, pero mejor no cometer imprudencias intentando entender las intenciones de los que ya han dejado sus obras para la posteridad. Simplemente en aquel lejano rincón del nuevo continente tenían que meterse algo en el cuerpo, y qué mejor que el licor de los inmensos maizales del sur. ¿La calidad? Eso era otro tema.

El bourbon era el desencadenante de las espectaculares peleas entre el sheriff y los bandidos de turno.

El whisky representa en sí mismo el carácter de aquella época. La violencia que se respiraba en los territorios apenas comenzados a conquistar tenía como protagonista a esta bebida. El bourbon era el desencadenante de las espectaculares peleas entre el sheriff y los bandidos de turno, mientras los indios, encandilados por el ‘agua de fuego’, lo utilizaban como moneda de cambio con los blancos malos. Los duelos de OK Corral, al sur de Arizona, y toda la conquista del oeste pudieron no ser lo mismo si muchos de los indios no hubieran cambiado la fuerza de sus rifles por alcohol. Por desgracia, algunas concentraciones de botellón cada vez se parecen más a la entrada de la carreta con whisky en el poblado de la reserva india.

Al menos nos quedan los buenos. Cuando Walter Brennan desafía al mítico Gary Cooper con una botella de whisky en El Forastero, la bebida también alcanza la categoría de arma. John Wayne y James Stewart en todas las películas de John Ford cayeron seducidos por el whisky y le dieron el correspondiente protagonismo. Ni pistolas, ni puñetazos: el whisky solía estar tan a mano…

La actitud cambiaba cuando nos veníamos hacia el gran sur. Eso queda muy claro en las novelas de William Faulker y en las películas que salieron de su influencia. Cuentan que el genial escritor y el bourbon eran buenos amigos, y que el cóctel salido de la mezcla de éste con zumo de limón y azúcar hizo temblar al Hollywood de los años cuarenta gracias al autor de El ruido y la furia. Nadie niega que un whisky sour tiene su ciencia. No sería de extrañar que muchas de las ideas de los directores de aquel entonces surgieran de una noche bajo su efecto.

El cine negro y la Ley Seca

Ideas que, por mucho que variaran en escenario, tenían un minuto dedicado a la barra de un bar. Qué decir también del cine negro y el omnipresente tema de la prohibición de las bebidas alcohólicas. Mucho escocés corría en los garitos ilegales de aquellas películas, en mesas de juego, en las manos de las mujeres fatales, de los asesinos, de un mundo oscuro con chaquetas de paño grueso y garitos de ambiente denso…

La Ley Seca no venía a ser más que una reacción ante unos años en los que el whisky había empañado gran parte de la “intachable” historia americana de Elliot Ness recuperado hace unas décadas de la mano de Sean Connery y Kevin Costner.

Whisky y soledad son dos elementos inseparables en el cine negro.

Los personajes de las novelas de Dashiell Hammet, más tarde llevadas al cine, son el mejor reflejo de aquella época. Whisky y soledad son dos elementos inseparables en el cine negro. Los personajes solitarios, policías o asesinos, se enfrentan en las barras de bar a sus propios pensamientos mientras el vaso de whisky reposa a un lado. Un trago rápido y un vaso más. Recuerdos, mujeres, asesinatos y una extraña sensación de una vida echada a perder.

El contrabando comenzó a formar parte de la tradición del whisky. Aunque en Inglaterra las cosas se solucionaron hacia 1823, Estados Unidos tuvo que continuar con la historia durante cien años más. Desde los hombres recios de la Escocia profunda hasta los bandidos del Nueva York de los años treinta, pasando por los lores británicos y los vaqueros más intrépidos del oeste, todos han tenido en común el gusto por el líquido color ámbar.

Alcohol y depresión

Robert Bruce Lockhart dijo que degustar el whisky es todo un arte que exige años de preparación, e incluso merece una ceremonia. Y es que si volvemos a la búsqueda del whisky en el cine, nos tardaremos en descubrir que, para saborear un buen vaso de este licor, a veces es imprescindible estar en una depresión profunda. “El whisky siempre anima”, le dice James Stewart a Katharine Hepburn en Historias de Filadelfia, y si no lo hace, por lo menos ahoga las penas, como en Leaving las Vegas (1995, Mike Figgis) o Días de Vino y Rosas (1962, Blake Edwards).

Parece que algunos, como Bogart, nacieron con un whisky en la mano. Sin más comentarios, uno se hace a la idea de un tipo con carácter, de pocas sonrisas, un cínico moderno. No es que sea cuestión de generalizar, pero bien es cierto que el whisky está lleno de tópicos, y quien sabe de este robusto licor se hace merecedor de cierta aura interesante, de lujo o perdedor. En Casablanca o en La Reina de Africa, con pajarita o con el pecho lleno de grasa… A ellas les gustan los hombres que saben mantener el ritmo de un sorbo en los labios.

¡Bendito whisky! El predicador también lleva su petaca.

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