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Destinos

Madeira: la isla que parió a Ronaldo

Porto da Cruz (flickr - portobaytrade - imagen con licencia CC BY 2.0).

Sin embargo, Madeira es una isla que cumple todos los parámetros de un destino turístico. Un lugar que ofrece toda clase de posibilidades. Desde sumergirse entre sus bosques prehistóricos, hasta mirar desde lo alto de sus montañas o acantilados. Su nombre sirve para la más grande de las islas, que conforman el archipiélago del mismo nombre, nacido hace 20 millones de años de una intensa actividad volcánica.

Cuando te acercas a Funchal, la capital de Madeira, sorprende la enorme extensión que ocupan sus casas, de un blanco deslumbrante, esparcidas por laderas que se precipitan hacia la bahía. Aquí viven la mitad de los habitantes de la isla, aunque salvo los edificios hoteleros de la costa, la mayoría son pequeñas casas de tejados naranjas que mantienen la uniformidad y armonía en todas las poblaciones de la isla.

Algunos de los platos típicos: pez espada con banana o ensalada de sardinas.

En la Zona Velha, alrededor de la Sé o catedral, se concentran la mayoría de entretenimientos, bien sea tomarte algo en alguna de sus terrazas o modernos cafés, donde la calidad suele ser excelente. Pedir una bica, si te gusta solo, es obligado.

Aquí siempre se ha comido bien… Hay que probar alguno de los platos típicos madeirenses, como el pez espada con banana, que no se confunde con el emperador, que aquí se llama espadarte, la ensalada de sardinas o la espetada (brocheta) de ternera adobada con ajo).

Paseos en teleférico y trineo de mimbre

Por supuesto hay rituales casi obligados. Subir en teléferico a Monte (en la parte alta de la ciudad) y bajar en un trineo de mimbre es una de las actividades más turísticas de Funchal, pero si es tu primera vez en Madeira puede ser divertido. El teleférico que sale del paseo marítimo, junto al fuerte de São Tiago, te llevará hasta este lugar, donde encuentra la capilla de la virgen del Monte, la más venerada por los madeirenses y donde yace el emperador Carlos I. Durante la subida se tiene la mejor panorámica de la ciudad y la bahía, pero por lo que realmente merece la pena subir hasta aquí es por visitar su Jardín Monte.

 Aunque una carretera une la parte baja de la ciudad con el Monte, una bajada más emocionante es a bordo de un carro de mimbre, que se precipita cuesta abajo y alcanza hasta 50 km por hora. Si se quiere ir más lento, se pide que no engrasen los patines…

En la Fábrica de San Antonio se pueden comprar bolos de mel, tortas de melaza o queixadas.

Es un lugar para andar. Los locales se saludan en la Avenida Arriaga, que va a parar a la Sé (catedral), la más animada y con más comercios modernos. Por supuesto vale la pena visitar el antiguo Mercado de Lavradores, en un edificio de 1930, al menos para admirar los coloridos puestos de flores y los vestidos regionales de sus vendedoras que se engalanan para los turistas. Siempre se debe degustar frutas raras como la banana anonas, mezcla entre la chirimoya y la piña, o contemplar desde el primer piso su pintoresca lonja de pescado. Los viernes son los días más animados. Para comprar comida regional, en la Fábrica de San Antonio, encontrarás dulces como los famosos bolos de mel, torta de melaza, compotas o queixadas, nombre que se da al pastel de queso.

En un lugar tan especial, no faltan los espacios mágicos. Hay que visitar el histórico hotel Reid’s, donde se alojaron personajes como Winston Churchill. Es quizás el más caro de la isla, pero basta tomar un café en su bar, para sentirte especial por un rato. Muchas veces, hasta el mar quiere subir a cenar y por eso se muestra tan bravo como dice alguno de los empleados que tiene como tarea el mullir los asientos del sofá usado por los clientes. Ronaldo ahora se lo podría permitir…

Miradores naturales

Desde hace años la isla es un paraíso para los que amantes de los recorridos sinuosos, en carretera o andando. No hace falta apartarse mucho de la costa para encontrar fabulosos miradores naturales, pero merece la pena perderse entre los profundos barrancos y los picos más altos de la isla. Una carretera lleva desde Funchal a Eira do Serrado, una depresión de 1.700 metros de profundidad, popular por sus vistas al Curral das Freiras, valle de las monjas, una caldera volcánica donde se instalaron las monjas del convento de Santa Clara para ocultarse de los piratas que atacaban Funchal en esta época (1566).

Pero el verdadero techo de la isla de Madeira, el de las vistas más agrestes y de recortadas rocas basálticas, se encuentra más al interior. Hay que tomar la carretera EN-103, que cruza hacia el noroeste, y luego la EN-202 hasta el pico Arieiro (1.810 m) desde donde parte uno de los caminos más difíciles y también impresionantes hacia el monte Ruivo (1.861 m), el más alto de la isla. Un camino para ir sin prisas. Ida y vuelta, 13 km, distancia perfecta para hacer en 6 horas.

Hay que visitar Porto da Cruz para un baño en la Praia da Lagoa.

Al noroeste de la isla, junto a la costa, se encuentra Santana, conocido sobre todo por sus palheiros, casas triangulares de tejado de paja y fachada colorida. De estas construcciones, que se han convertido en la imagen de la isla, quedan unas pocas en esta zona. Esta curiosidad atrae sin embargo a muchos turistas a esta ciudad, que no tiene ningún otro gran interés para el visitante. Aprovecha el viaje para visitar otras poblaciones de la costa noroeste, como Porto da Cruz y darte un baño en su playa de arena negra (praia da Lagoa) bajo las verticales paredes de la Penha do Aguia (peña del águila). El nombre lo dice todo.

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