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La Cartagena de Indias de 'Gabo': El tucán no tiene habitación

Gabriel García Márquez (Gtresonline)

La manida postal que dibuja la ciudad colonial adivinando la silueta que insinúan las cúpulas renacentistas de la iglesia de San Pedro Claver y de la catedral de Cartagena, además de la Puerta del Reloj, torna a mágica cuando Gabriel García Márquez declara su amor altruista a Cartagena: “Me bastó dar un paso dentro de la muralla, para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer”.

Fija está en la eternidad por unos baluartes que custodian lo que Alejo Carpentier llamó “lo real maravilloso” y que García Márquez convirtió en “realismo mágico”. Lejos de la libertad que brinda la irracionalidad y la barbarie para la creación literaria Pedro Heredia en 1553 fundó la ciudad de Cartagena. De un asentamiento de los indígenas kalimarí se pasó a un enclave colonial hispánico. Gracias a los galeones cargados de oro y esclavos negros se convirtió en una plaza fuerte en el comercio entre Europa y el Nuevo Mundo. Como dijo el galardonado con el premio Nobel de Literatura (1982), eran dos ciudades: «una alegre y multitudinaria durante los seis meses en que permanecían los galeones, y otra soñolienta el resto del año, a la espera de su regreso». A su vez se desarrolló un tejido de ingeniería militar y arquitectura colonial que hoy se puede contemplar desde cualquiera de esos baluartes que la conservan en el tiempo. Imbuido por esa atmósfera de contrastes entre dos visiones diferentes del mundo Gabo imagina el espacio donde las cosas inverosímiles adquieren el carácter de acontecimientos cotidianos y los acontecimientos cotidianos se revisten con el asombro de las cosas inverosímiles.

Unidos desde 1948

García Márquez ambienta sus narraciones en Cartagena y, sin embargo, no menciona casi nunca el nombre de la ciudad. Las historias viajan de lo real a lo inventado y el lector consume las páginas con el deseo de saber en qué punto se van a cruzar. Pasiones desmedidas que no son de este mundo, como las de El amor en los tiempos del cólera y Del amor y otros demonios, encuentran su hábitat en localizaciones en las que uno cree haber estado alguna vez, donde lo extraordinario se convierte en cotidiano y se disfraza de realidad.

Los nexos misteriosos que unen a Gabo con Cartagena comenzaron a cobrar vida en 1948. Ese año García Márquez decidió abandonar Bogotá después de que asesinaran al líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, en el denominado ‘Bogotazo’, y se instaló en la ciudad costeña. Continuó con sus estudios de Derecho en la Universidad de Cartagena y comenzó a colaborar con periódicos locales como El Universal. En aquella vieja ciudad colonial atestada de fantasmas y mitos, y donde la realidad y la imaginación se intercambian los papeles, se hizo escritor. Narrador, reconstructor de hechos.

‘El corralito de piedra’ es una ciudad de historias inacabadas, frustradas, extraordinarias, que conviven con la alegría del cartagenero que habla sin afán pero que se mueve con arte. Las crónicas que aquí se desarrollan y que Gabo narra como un mago se elevan por encima de los muros que la protegen y el forastero se apodera de ellas, viajando con él hasta el otro lado del océano.

Dos ciudades y algo más

Cartagena, donde uno se pellizca y despierta en un sueño dentro de otro sueño. Donde la negra Rosalinda habla en inglés a un españolito mientras el amanecer hace una mueca y se niega a despertar. Donde la vida comienza treinta minutos tarde para no acabar nunca.

Las ciudades se pueden conocer en dos días o en veinte años. Cartagena, al ser dos ciudades y algo más, parece que necesita de cincuenta y tres años, siete meses y once días para adivinarla toda. Gabo comenzó su periplo en un banco del Parque Bolívar, custodiado por el Palacio de la Inquisición. Su bella fachada con ventanas enrejadas en el piso inferior, con balcones de madera en el superior y con un pórtico barroco, estremece al intuir las salas de torturas y cárceles que albergaba en su interior para juzgar los imprecisos delitos contra la fe. De manera sutil García Márquez convirtió la sede inquisitorial en el colegio al que acudía Sierva María de todos los Ángeles en la novela “Del amor y otros demonios”.

Muy cerca de este parque lleno de vida y de mujeres negras que venden jugos naturales y que cobran por dejarse fotografiar por el curioso hechizado de tanto exotismo se encuentra la Casa de las Ventanas, en la calle del Landrinal. Aquí vivía Florentino Ariza, amante quebrado que promete lo imposible a la amada inalcanzable por sus manos y palabras en “El amor en los tiempos del cólera”. Quién sabe, si en el cuartel La Permanente, en la Plaza Santa Teresa, donde pasó la noche Gabo en el calabozo, se inspiró para escribir alguna de sus narraciones. Hoy es un lujoso hotel junto al baluarte de San Francisco. Desde aquí se alcanza fácil la Plaza de San Pedro Claver presidida por la iglesia del mismo nombre. En este templo se celebra el funeral del doctor Juvenal Urbino y donde Fermina Baza y Florentino Ariza se hablan con la mirada.

Paseos y estatuas

Empapado de nostalgia y melancolía, en un viaje que es y a la vez no es, se cruza la Plaza de la Aduana y se llega a ese punto de sentimientos encontrados que es la Plaza de los Coches. La Puerta del Reloj observa los arcos que dan sombra a los puestos de venta del Portal de los Dulces, donde los nombres y los sabores derrochan azúcar y tentaciones; casadillas de coco, panderitos de yuca y caballitos de papaya, entre otros. Estos mismos soportales se tiñen de amargura y la historia entre Fermina Daza y Florentino Ariza se condena al ostracismo.

Muy cerca del Paseo de los Mártires hay una estatua en honor a Miguel de Cervantes Saavedra. Bonito homenaje a otro escritor que a través de los ojos de su Ingenioso Hidalgo Don Quijote dibujó una Mancha donde los molinos de vientos eran gigantes en una tierra tan real como inventada. El Centro de Convenciones expuesto en la bahía de las Ánimas es el mercado donde un perro rabioso muerde a Sierva María de todos los Ángeles y que precipita los acontecimientos en la vida de la muchacha. En sus inmediaciones se encuentra el Muelle de los Pegasos, donde se subastó a Abisinia, una de las esclavas más cotizadas de la historia.

De vuelta a la realidad se encuentra cobijo en los soportales que flanquean la Plaza de la Proclamación, justo en frente de la catedral. Si se tiene la suerte de cruzarse en el camino con alguna comparsa del Festival de las Artes Escénicas del Caribe entonces es fácil creer que se ha regresado al mundo imaginado. El europeo no alcanza a comprender de donde viene el impulso para realizar esos escorzos al ritmo de una música que surge de la nada cuando el siente una rigidez tan tremenda como el asombro que le despierta lo que ve.

‘La Gorda’ como frontera

La débil frontera que separa a una Cartagena de la otra se vence con el peso de La Gorda de Botero que luce en la Plaza de Santo Domingo. Nunca las curvas extremas de una mujer fueron tan fotogénicas y hablaron de manera tan elocuente de la belleza voluptuosa. Continuando ese devenir de antónimos la calle de la Factoría alberga la Casa del Marqués de Valdehoyos, el mayor traficante de esclavos de la época de la colonia. En las novelas En el amor en los tiempos del cólera, Del amor y otros demonios y El general en su laberinto, Gabo hace referencia a ella como la Casa del Marqués de Casalduero.

Como la vida no es todo drama, a veces también es puro teatro, Florentino Ariza acudía al Teatro Adolfo Heredia Mejía para ver a quién no podía conservar. En las garitas del baluarte de la Merced las parejas se refugian del sol y sucumben ante el Mar Caribe. Siguiendo el trazado de la muralla se alcanza Las Bóvedas. Durante la colonia tuvo un uso militar y en la Independencia se empleó como cárcel. En la actualidad es un nido de grupos de turistas y resabiados cartageneros que sólo entienden de dólares a cambio de artesanías, antigüedades y otras baratijas.

De casualidad, como parece que todo sucede en el laberíntico trazado intramuros, los furtivos encuentros y las despedidas eternas echan andar en el Parque Fernández de Madrid. En este tranquilo rincón uno puede imaginarse a Florentino Ariza leer distraídamente mientras espera a que Fermina Daza salga de su casa descrita como “la casa con su mata de parra, su aljibe y su atmósfera intemporal”. Este lugar se corresponde con la sede de la Alianza Colombo Francesa, en el que los croissanst, los café au lait y las baguettes se pagan por miles de pesos.

La imaginación más real

Coincidiendo con el final del recorrido que se mueve entre lo real y lo imaginado aparece en escena el Claustro de Santa Clara. De devota construcción hoy es un hotel de lujo de aire colonial donde las historias de amor truncadas tienen su segunda oportunidad. En aquel convento las monjas retuvieron a Sierva María y el sacerdote que tenía encomendado exorcizarla, Cayetano Delaura, se enamora de ella. Los ecos de aquella vieja historia de amor inalcanzable se manifiestan en las parejas que sobrevuela un tucán por el frondoso claustro. De mesa en mesa la exótica ave irradia un halo de magia que hace dudar al extraño sobre en qué Cartagena se encuentra; la real o la imaginada.

De regreso por la Avenida Santander, en paralelo al Mar Caribe, la casa de Gabriel García Márquez incita a recordar y a pensar en aquello que dijo este mágico reconstructor de hechos: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda”.

Agradecimientos:

FNPI -fundada en 1994 por el propio García Márquez

La compañía Tierra Magna.

Pro Export Colombia.

La Universidad Tecnológica de Bolívar.

ImaginAcción. Corporación Cultural organizadora del Festival de las Artes Escénicas del Caribe (en su tercera versión).

Avianca.


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