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Cultura

Los 80 años de Sergio Pitol

Es un trotamundos para quien "la literatura lo ha sido todo". Traductor en Barcelona y Pekín; diplomático en Praga, París, Varsovia, Budapest, Moscú; escritor en todas partes.  El mexicano Sergio Pitol es un autor total que ha ejercido impronta sobre otros como Antonio Tabucchi o Enrique Vila-Matas. La suya es una obra inagotable que le ha hecho merecedor del Premio Cervantes en 2005  y el Juan Rulfo en 1999.

Este mes, concretamente el pasado 18 de marzo,  Pitol ha cumplido 80 años.  Un tiempo a lo largo del cual  ha creado una obra sólida que comenzó a tejerse muy pronto, con los hilos firmes de sus lecturas. Una malaria lo recluyó a los seis años en cama, pero también en el universo fantástico de la literatura. "No podía salir ni ir a la escuela, pero leía, leía de sol a sol. Con Julio Verne conocí el Himalaya, el Amazonas, África, la estratosfera y el centro de la Tierra. Después fueron Stevenson y Dickens”, nos cuenta en una entrevista por correo electrónico a la que ha tenido a bien respondernos. Nos gustaría que fuera de viva voz, pero no es posible. “Desde hace varios años padezco una enfermedad del lenguaje que me hace prácticamente imposible hablar”, escribe el mexicano.

Lector voraz, a los doce años ya había leído Guerra y paz, de León Tolstói. Se marchó de México en 1960 y no volvió hasta treinta años después. En cuentos y novelas, Pitol ha recorrido países, ciudades y  pasiones contrariadas. Una de sus obras más aplaudidas ha sido su trilogía carnavalesca integrada por El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal, aparecidas, respectivamente, en los años 1984, 1988 y 1991. “La dominan la precisión, la riqueza verbal, y un poderoso sentido del humor muy en deuda con el cine de Lubitsch y con la literatura satírica inglesa, del Dickens del club Pickwick a Edna O'Brien” escribió sobre ella Carlos Monsiváis.

“Las tres novelas fueron escritas bajo la influencia de la obra de Mijaíl Bajtín, fundamentalmente por sus estudios sobre Rabelais, y son también un homenaje explícito a la obra de autores como Gógol o Gombrowicz, que he admirado toda la vida”, dice Pitol. A ésa siguió otra trilogía, la de la memoria, compuesta por El arte de la fuga, El viaje (2001) y El mago de Viena (2005).

 En El arte de la fuga, por ejemplo, Pitol se vale de una colección de ensayos, relatos, diarios, fragmentos de memorias, un largo viaje temático donde aparecen la Venecia de los años sesenta, los mundos literarios de diez o doce países, los zapatistas del EZLN, la hipnosis... Autobiografía convertida en literatura.  “Siempre he escrito que nada me ha sorprendido tanto como ver mi vida convertida en literatura. Una de las claves de dicha coherencia es el punto de vista. En toda mi obra hay un núcleo indescifrable que los personajes se encargan de bordear, al que intentan acercarse sin éxito”, explica Pitol.

Atraído por la duda, Pitol prefiere evitar al lector las certezas de un narrador que lo sabe todo. Para él, la fronteras entre los géneros literarios es tan difusa como el punto de vista: “Hay algo en la mirada, en la forma de acercarme a un tema que nunca me permite definirlo del todo. Será él el que ponga en marcha la maquinaria de todo el relato, pero también lo único oblicua, confusamente tratado”.

La suya es una literatura en tránsito que se alimenta de la libertad creadora : “Viajar y escribir son actividades marcadas por el azar; el viajero, el escritor, sólo tendrán la certeza de la partida. Ninguno de ellos sabrá a ciencia cierta lo que ocurrirá en el trayecto, menos aún lo que le deparará el destino al regresar a su Ítaca personal”, nos explica este escritor total.

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