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Cultura

Agenda Marabilias: una guía de restaurantes literarios

Así como hay calles o barrios librescos, escenarios para el desenlace o el comienzo de una historia, existen también restaurantes literarios. Lugares en los que no sólo han ocurrido escenas de libros o novelas, sino también al que acuden escritores y editores y por cuyas mesas han pasado, sin duda, buena parte de los personajes claves del mundo de la ficción.

Ya en una ocasión dedicamos un reportaje a los bares literarios –conseguimos más de una decena a lo largo del mundo-, pero esta vez nos sentamos a la mesa con el libro abierto. Comenzamos en el Barrio Latino parisino con Les editeurs, un lugar que hace las veces de biblioteca, librería y punto de encuentro de sibaritas y gourmets, quienes recalan allí para probar su comentado Steak Tartare o el Carpaccio de Solomillo. En sus estanterías se despliegan cerca de 5.000 volúmenes que acompañan a los comensales.

Si para Nikolai Gogol la gastronomía era su segunda pasión tras la escritura, la misma idea la han rescatado los dueños del Restaurante Gogol, en Budapest. Se trata de un lugar que recupera no sólo el aspecto y el ambiente de la bohemia literaria rusa del siglo XIX, sino también el tipo de comida que acompañaba sus veladas. Bautizado con el nombre y tocado por el espíritu del autor de Almas muertas, el Gogol ofrece un menú escrito a la manera de una novela: dividido por capítulos en los que el comensal –lector- podrá encontrar lo más representativo de la cocina rusa, “con cierta inspiración francesa”, como aclaran sus dueños.

También relacionado con Rusia, pero ubicado en el barrio de Greenwich de Nueva York, está Onegin, que debe su nombre a la novela en verso Eugene Onegin, del novelista, poeta y dramaturgo ruso Aleksandr Pushkin. Historia y espacio se mezclan en este lugar. Eugenio Oneguin, un adinerado dandy ruso del siglo XIX, imprime al local el estilo aristocrático y decimonónico de la novela, el cual se expresa no sólo en el mobiliario sino en la carta, una mezcla de cocina rusa con otras modalidades.

Ubicado en Brooklyn –el barrio de Paul Auster- está también Biblio, otro restaurante que bebe del quehacer literario y libresco, tanto así que ellos se describen como el Biblio-restaurante Americano. Biblio no es, como los anteriores, un lugar que se caracterice por el lujo ni la sofisticación. De perfil más sobrio, su carta está basada en la cocina americana y escrita, por supuesto, a la manera de un índice literario.

En España, en la calle de Avinyó de Barcelona, está Can Pitarra.  Este negocio familiar forma parte del selecto y exclusivo club de ocho restaurantes barceloneses abiertos y en funcionamiento con anterioridad a 1900. Inicialmente fue la relojería de Carles Hubert; al heredarla, su sobrino Pitarra –Frederic Soler- habilitó la rebotica para celebrar tumultuosas tertulias donde se reunían Valentí Almirall, Conrad Roure y el mismísimo rey Alfonso XII, que visitó el lugar antes de asistir a una representación en el Romea.

Se dice, apócrifamente, que José Zorrilla –gran amigo de Pitarra- imaginó su Tenorio durante los cuatro años que vivió en esta casa y que Josep Anselm Clavé escribió aquí alguna de sus canciones. Pero poco antes de la muerte de Pitarra, en 1890 el establecimiento fue traspasado; se convirtió primero en el restaurante Can Cisco y después en el restaurante Sogas. A esas alturas de la historia, el local había perdido toda referencia al conocido poeta y dramaturgo. Será Jaume Roig, en 1970, quien recupere el lugar y lo reabra con el fuerte influjo de Pitarra en su ambiente. Fueron clientes suyos desde Ovidi Montllor a Joan Brossa, Carlos Cano y Manuel Vázquez Montalbán.

No se puede mencionar a la vez a Vázquez Montalbán y Barcelona sin referirse a la amplísima ruta de su detective Pepe Carvalho, en función de cuyos  gustos gastronómicos existe, en toda regla, un recorrido formal que muchos amantes de la literatura y la cocina recorren gustosos y que incluye, entre otros, Can Lluís, donde los comensales disfrutan de los famosos buñuelos de bacalao que siempre pedía el escritor con una copa de Giro Ribot blanc de blancs.  Entre esos lugares está, por supuesto, Casa Leopoldo, el local más elogiado por Carvalho y por el mismo Vázquez Montalbán, amigo personal de su propietaria, Rosa Gil.

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