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Cultura

El puddle de Lucía Etxebarría

La Fugitiva, calle Santa Isabel, número siete, lunes, nueve y media  de la mañana.

He quedado con un buen amigo para hablar de cosas que se hablan en sitios como estos. Me permito toser, como quien justifica el chiste,  o directamente declararme habitante de un universo de personas que problematizan sobre la fenomenología del peluche, entiéndase por tal, esa disciplina que versa sobre conversaciones, razonablemente civilizadas,  basadas en la especulación  y fundamentalmente pretenciosas.

Justo antes de entrar, mi amigo  y yo hablábamos sobre ‘el nivel del lector’. También sobre traducciones, periodismo y demás inquietudes de los 'story tellers' -cabe destacar que el story teller es él-. Yo sólo escribo para vivir.

Nada más atravesar el umbral de la puerta, me sentí incómoda. Había pasado antes frente a esa especie de librería café, pero jamás había entrado. Y mis primeros pasos en el interior del local no hicieron más que empeorar la primera sensación de aquella mañana.

 Y no fue desagradable porque el lugar fuese feo; al contrario, tenía hermosos pisos de madera; columnas antiguas; altos techos, también de madera; mesas envejecidas con coquetos maceteros; ediciones de bolsillo, cuidadas tapa dura, curiosas traducciones...

Pero todas aquellas estanterías llenas de libros me produjeron una especie de malestar físico. Como si en verdad fueran palabrotas, excentricidades o imposturas ante las que es mejor hacerse la vista gorda.

-Un café con leche y un cortado, por favor.

Novedades. Unas tras otras. Delicadas y coquetas traducciones. Si a eso se suman empalagosos ejemplares de una novela escrita por Sandra Barneda; un thriller del Museo del Prado o una cosa llamada La biblia bastarda, el asunto empeora. Todo ahí, muy junto, con un poder orgiástico y acumulativo. Una energía superior a la de todos los bosques tropicales del Amazonas rociados con toneladas de cloro.

Tan sólo en enero de 2012, la Agencia del ISBN registró un total de 7.634 títulos de los cuales 1.050 (19%) eran sólo de ficción y 'temas afines'. ¿Hay lectores para tantos libros? A pesar de eso, existen autores como Lucía Etxebarría, muy dada ella al espectáculo, que han decidido que rasgarse las vestiduras puede incrementar las ventas en el mecanismo de trituradora editorial.

Unas semanas antes de lanzar a la venta su entonces más reciente novela, Lucía Etxebarría anunció que dejaría de escribir a causa de la piratería. Causó revuelo con una tormenta de tonterías de las que los medios nos hicimos eco.  Al día siguiente del anuncio de Etxebarría, el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte aprobó el reglamento de la Ley Sinde y la puesta en marcha de una comisión de Propiedad Intelectual. Etxebarría vio la luz y recobró la vocación. Con medidas como ésa podía volver a escribir. Y lo hizo. Esta vez con Liquidación por derribo, un texto que habla sobre la crisis -ahora todo el mundo sabe cómo llegamos a ella-.

Son casi las once y media cuando mi amigo y yo estimamos oportuno retirarnos y seguir con nuestras labores. Estamos levantándonos de la mesa cuando una mujer con actitud ansiosa  -y un perro puddle atado a una cadena- hala para sí una de las sillas en la que todavía está posado uno de nuestros abrigos. 

- “¿Os vais ya?”, preguntó la mujer.

Al fijarme bien de quién se trataba, noté que era Lucía Etxebarría, quien ahora se acomodaba, con algo parecido a la histeria, en la silla. El puddle, que seguía atado, daba vueltas alrededor de la mesa con la vehemencia insana con la que dueña dirigía sobre todo una mirada maniática y aprehensiva. 

Alrededor, libros, libros y más libros hinchándose en una rara burbuja donde la queja es mal vista y políticamente incorrecta. Sentí una mezcla de agotamiento y horror.

Cogí mis cosas y salí de ahí.

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