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Cultura

Cinco libreros hablan del oficio de recomendar

Aldo García (Antonio Machado)

Situada en la 37 Rue Bûcherie del distrito 5º de París, Shakespeare & Company, la librería de George Whitman recibió durante décadas a lo mejor de la literatura del siglo XX. Por allí se dejaban ver Hemingway o Joyce. Lawrence Durrell y Samuel Beckett presentaron en ella sus libros. Whitman, el Quijote del Barrio Latino, como solían llamarle, fue amigo y librero de Julio Cortázar y la generación beat en París. En 2006, cinco años antes de morir a los 98, Francia le ordenó Caballero de las Artes y las Letras.

En su libro 84, Charing Cross Road, la escritora Helene Hanff escribe su relación con Frank Doel, dueño de la librería Marks&Co., situada en el número 84 de Charing Cross Road, en Londres. Lo que comienza con una carta de Hanff en 1949 solicitándole un libro, se convierte en una correspondencia de 20 años durante los cuales el librero londinense debe ingeniárselas para conseguir los volúmenes de su excéntrica y curiosa clienta, a la vez que profundiza en una compleja relación, casi de amor.

Libreros. ¿Quiénes y qué son? En ellos se mezclan lector, escritor, crítico, historiador, amante de la literatura y prescriptor, pero también agitador y en algún momento sedicioso personaje al que se podría achacar –o agradecer- descubrimientos y asombros de generaciones enteras. Una librería, y por supuesto un librero con vocación, han sido desde hace años ingredientes indispensables en una educación literaria, y por qué no, sentimental de cientos de lectores.

Corren, sin embargo, tiempos duros para los libreros -¿cuáles no lo han sido?, podrán decir algunos-. La crisis económica, la caída del poder adquisitivo, el tímido pero constante avance del libro electrónico y en algunos casos la mala gestión han derribado las que fueran por mucho tiempo verdaderos santuarios: la barcelonesa librería Catalonia, que tras 89 años cerró sus puertas este invierno; las catalanas Áncora y Delfín y la Librería General de Arte Martínez Pérez, en 2012, y Ona, en 2010; también la madrileña librería Rumor, en Chamartín, que bajó la persiana en otoño de 2012 tras llevar abierta desde 1975, así como Fuentetaja. A ellas se suman la vallisoletana Rayuela; la clásica librería bilbaína Villar; Gali y González en Santiago de Compostela y la Michelena, librería decana en Pontevedra.

Ante estos nuevos retos, hemos decidido salir a buscar a los libreros, conocer quiénes son. Los que continúan su labor al frente de librerías convertidas ya en clásicos, pero también aquellos que se atreven a emprender camino con nuevas fórmulas; los que se revientan; los que insisten. En fin, todos aquellos que todavía creen en el libro, sin importar su soporte.

Marcial Pons. Es, sin dudarlo, una referencia en Derecho, Ciencias Sociales, Economía y Empresa, Historia y Ciencias Humanas. En el año 1948, Marcial Pons Abejer se estableció como librero independiente con la firme idea de desarrollar un modelo de librería especializada. En la actualidad, ahora como un proyecto familiar, la librería Marcial Pons cuenta con una editorial y 4 locales: uno en Barcelona y tres en Madrid, uno de ellos en el número 8 de la Plaza del Conde del Valle de Suchil, un local que desde hace 30 años recibe a todos aquellos que buscan libros en la temática de Humanidades y Ciencias Sociales. Por su puerta han pasado –y continúan haciéndolo- novelistas, ensayistas, catedráticos, ministros, jefes de Estado y líderes de opinión. Muy temprano en la mañana –no son todavía las nueve- nos recibe, de traje y corbata, Luis Domínguez, un hombre que lleva más de 40 años trabajando con libros. “Una de las palabras que define al librero es vocación, porque incluso hasta cuando descansa, lee. No voy a decir que llegamos a ser psicólogos, pero sí depositarios de memoria, también prescriptores”. Luis Domínguez cree en la librería como punto de encuentro y tertulias, porque justamente eso es y ha sido Marcial Pons a lo largo de su historia. Para Domínguez una librería jamás podría ser un lugar elitista. Es cierto que a veces puede intimidar al lector más inexperto, pero la puerta está abierta para todos, cuanto más jóvenes mejor. ¿El libro electrónico? No es una amenaza, es un complemento. ¿La mayor satisfacción? “Que luego de recomendar un libro, vuelva alguien y te diga ‘dame algo como lo que me recomendaste el otro día’. Es maravilloso”.

Tipos infames. Son tres, no pasan de los 30 y están justo en el número 3 de la calle San Joaquín. Por poco una santísima Trinidad. Se trata de Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca, un trío de amigos que “en una partida de billar” decidieron crear un lugar que tuviera todas las condiciones para perderse en él. Y lo consiguieron. Abierta en 2010, en pleno corazón de Malasaña, Tipos infames, librería especializada en narrativa independiente ofrece, primero, una cuidada selección de libros, autores y sellos, pero también un espacio diáfano que se completa con una cafetería, una enoteca y una sala de exposiciones. Los tres están formados en historia del arte y han trabajado anteriormente como libreros, de ahí que tengan un ojo certero. “Una librería se define por lo que tiene pero también por lo que no tiene”, explica Gonzalo Queipo. Bautizados con un nombre que salió de una exposición sobre Rimbaud y Verlaine en La Casa Encendida, The Economist se refirió a ellos como un ejemplo del tipo de emprendedor que España necesita. Elogios aparte, ellos sólo creen en la idea de la lectura como disfrute. ¿El libro digital? “No somos apocalípticos, apenas está en pañales”, responde Curro (Francisco Llorca). Hay un tema en que el coinciden. “Si no existiese el precio fijo del libro, no hubiésemos abierto”. Para una “librería de barrio”, como se denominan, competir con las grandes cadenas sin ese seguro es prácticamente imposible. La diferencia, sin embargo, es que en una gran cadena no resulta factible que un escritor se convierta en librero por un día, como lo han hecho ellos ya con escritores como, por ejemplo, Andrés Barba.

Antonio Machado. Se creó en 1971, en el local de una antigua tienda de sombreros del la calle Fernando VI. Treinta años después, abrieron una segunda librería en el Círculo de Bellas Artes. En Antonio Machado es posible conseguir narrativa, ensayo, libros de arte, filosofía, teatro y poesía, pero también títulos algo más especializados. “Le damos prioridad a la calidad literaria de lo que ofrecemos. Lo que nos importa es el texto”, dice Aldo García, quien lleva diez años al frente la Antonio Machado. “El librero es un oficio de hora a hora más que de día a día. Tenemos que estar mirando constantemente las novedades, las tendencias. Parece que hubiésemos hecho cinco o seis carreras”. ¿Han cambiado las cosas? “Sí, la mentalidad de la gente, el acceso a la información. Cuando comenzó la librería, en el año 71, recibíamos entre 10.000 y 15.000 novedades al año, ahora en torno a 70.000 u 80.000. Ha habido un boom de las editoriales españolas”. ¿Lo más difícil? “Intentar convencer a alguien de que lo que se está llevando es malo. Tratas de hacerlo con delicadeza, aunque a veces sales derrotado”. La pregunta del millón, el libro electrónico. “Tal y como está legislado, es una amenaza. El problema del libro electrónico no es el precio, es el pirateo”. ¿Lo mejor de este oficio? “Cuando viene la gente agradeciéndote por un libro y luego pide otro. Ahí te sientes realizado”. ¿Tiene vigencia el oficio? “Un librero hoy día es el último mohicano, que cree que la sociedad será mejor si lee más. La gente será más feliz, vivirá más años y disfrutará descubriendo cosas nuevas”.

Librería Méndez. En el número 18 de la calle Mayor está ubicada una de las librerías de referencia en Madrid. Se trata de Méndez. Creada hace 40 años por Antonio Méndez, su hijo, también llamado Antonio, ha sido el encargado de coger el testigo. A Méndez no se va a comprar un libro, de ahí se sale con un protocolo de lectura. Javier Marías, Arturo Pérez Reverte o Vargas Llosa son habituales visitantes. Experto en libros –trabajó 10 años en la cuesta de Moyano y 30 en el local de la calle mayor-, Méndez ve el tema de la librerías, en parte, como un asunto generacional. “A la gente joven le gusta ir a las grandes superficies, que son agobiantes. Ahí no puedes hablar con un librero, ni intercambiar opiniones. Sobrevivimos gracias a los clientes de toda la vida, aquellos que saben que conocemos sus gustos”. Escéptico a causa de un panorama editorial español a su juicio “sobredimensionado”, Méndez no entiende cómo se sostiene un mercado de 100.000 novedades anuales “con los índices de lectura” que presenta España. Al preguntarle por cuáles son los peligros del libro electrónico, Méndez responde sin cortapisas: “Es una amenaza tal y como lo plantean los editores españoles, que se han dedicado a vender ebooks saltándose la cadena de distribución tradicional. A eso se suma que no existe una ley antipiratería, además del IVA y el precio. No puedes cobrar por un libro electrónico tres euros menos que un libro en papel”.

La Central Callao. No lleva ni un año abierta y ya se ha hecho con el interés de buena parte de lectores. Ubicada en Callao, en el centro de Madrid, La Central nació bajo la alianza de dos socios muy potentes: los dueños de la Central de Barcelona, creada en 1995 por Antonio Ramírez, Marta Ramoneda y María Isabel Guirao, y la mítica librería italiana Feltrinelli, abierta en 1955, y perteneciente a la casa editorial socia de Anagrama. Alojada en un palacete reformado de tres planteas, posee más de 1.200 metros cuadrados con 70.000 libros, además de un restaurante y coctelería, El Garito, que se ha convertido en lugar de conferencias, presentaciones y tertulias. Aquí, en esta librería que puede presumir de haber tenido a Mario Vargas Llosa como padrino, trabaja Jesús Casals. Tiene apenas 28 años. “Nuestra intención es recomendar libros que pasan desapercibidos en los medios de comunicación. Se trata de rescatar o reivindicar autores que ya no están de moda o han caído en el olvido. Claro que tenemos, por ejemplo, a Ildefonso Falcones pero queremos proponer algo distinto”. Según Jesús, una de las cosas que más cuidan en La Central es dejar muy clara su identidad como libreros. “No somos una librería de barrio, pero tampoco somos un centro comercial. Además, ha habido un cambio fundamental que algunas librerías no han entendido. En la librería, el cliente debe sentirse en una segunda casa, en un lugar al que puede venir, tomarse un café, hablar, comprar un libro”. La Central se define como una librería especializada en el ámbito de las Humanidades (Antropología, Arquitectura y Diseño, Arte, Cine y Fotografía, Estudios clásicos, Filología, Filosofía, Historia, Narrativa, Poesía, Teatro y Artes escénicas, Ciencias sociales y Estudios culturales). ¿El libro electrónico? Se trata un frente más. “Vendemos e-books en nuestra página Web y además hemos entendido Internet como una manera de seguir en contacto con los lectores a través de Facebook, Twitter. Tenemos un boletín electrónico donde también recomendamos novedades”.

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