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Cultura

La corrupción viene de muy lejos: Calderón y el duque de Uceda

Grabado del Duque de Uceda

Si hablamos del duque de Lerma no nos podemos olvidar del que fuera su mano derecha. Algo así como “el valido del valido”. Y éste no es otro que don Rodrigo Calderón. Hijo natural, aunque legitimado por el posterior matrimonio de sus padres, primos hermanos entre sí, fue paje en casa del de Lerma y fue subiendo pacientemente hasta llegar a Secretario del duque convirtiéndose en su mano derecha pues era ambicioso y trabajador, mientras que el duque, si bien era ambicioso, era indolente.

De la mano del duque, don Rodrigo, pásmense ustedes, llegó a ser: Caballero de Santiago (y en su consecuencia Comendador de Aragón), Grande de España, marqués de Siete Iglesias, conde de la Oliva de Plasencia, Capitán de la Guardia Alemana (o Tudesca), Embajador de los Países Bajos, Secretario de Cámara del Rey, Alguacil Mayor y Registrador de la Chancillería de Valladolid, Mayordomo de obras de la ciudad de Valladolid, Escribano del Ayuntamiento de Plasencia, Comendador de Ocaña y, poseedor del monopolio en el ingreso de la Bula de Cruzada (es decir, administrar lo que los fieles católicos entregaban para la lucha contra la herejía –en aquel entonces la de Flandes, en su origen la islámica- para que el Papa les concedieses indulgencias. Como curiosidad les diré que en 1534 se había creado el “Consejo de Cruzada”, para administrar las llamadas “tres gracias”, entre las que se encontraba esta Bula de Cruzada. No se lo creerán, pero duró hasta el año 1750).

El carácter de don Rodrigo dio lugar a la célebre frase: "más orgullo que Don Rodrigo en la horca".

Fue la reina Margarita de Austria la que, enemiga de don Rodrigo, consiguió de su augusto esposo su destitución como ministro “en nombre de la moralidad administrativa, política y económica”. ¡Nada menos! Después vino su caída, proceso, tortura y muerte en la Plaza Mayor de Madrid. Fue precisamente, en esos postreros momentos, cuando el carácter de don Rodrigo se puso más de manifiesto, comportándose de tal forma que dio origen a la célebre frase: “más orgullo que don Rodrigo en la horca”. Aunque no fuera ahorcado, sino degollado. Gracias a ese método de ajusticiamiento, que supone el práctico desangrado del reo, se puede conservar hoy la momia de don Rodrigo en el Convento de las Dominicas Porta Coeli de Valladolid, conocidas popularmente como “Las calderonas”.

Con Calderón se cierra la época de Lerma y comienza la del hijo de éste, el duque de Uceda, que formó parte de la conspiración, la de Venecia y alguna más, contra su propio padre en un “quítate tú que me toca a mí”, aliándose con el entonces conde de Olivares (futuro todopoderoso conde-duque), y el Padre Aliaga, al que aupó al cargo de Inquisidor General. Para que se hagan una idea de las amistades del de Uceda para subir al poder, el tal Padre Aliaga era descrito en un “memorial que contra Fray Luis de Aliaga y sus mañas se dio a Felipe III”, y que se encuentra en la Biblioteca Nacional, como “avaro, glotón, lujurioso, grosero con los poderosos y despiadado con los pobres, aficionado a las corridas de toros y a la astrología (¡el Inquisidor General!)”. 

Y más concretamente, el inmortal Quevedo, secretario del duque de Osuna, virrey primero de Sicilia y de Nápoles después, le acusó de haber recibido grandes cantidades de plata, alhajas y diamantes para que defendiese los intereses del duque en la Corte durante su virreinato. Total, que dominico y eclesiástico, pero apegado a los lujos mundanos y a la erótica… del poder.

El duque de Uceda asciende a tal poder en 1618 y lo ostenta apenas tres años por la prematura muerte del Tercer Felipe en 1621. También fue Sumiller de Corps como su padre, y Caballerizo Mayor, aunque su poder fue más limitado tal y como se deduce de la Real Cédula al Consejo de Estado de 17 de noviembre de 1618.

Su política se caracterizó por favorecer a la nobleza territorial y perpetuar sun clan familiar en el poder.

Dueño de la villa de Uceda, con todos sus territorios, alquerías, jurisdicciones y alcabalas (impuesto del 10% sobre las compraventas), que compró a la Corona a precio irrisorio, pues los vecinos tuvieron que vender sus tierras por las deudas que habían contraído al comprar la aldea de Uceda en 1593 (vamos, una especie de dación en pago de la época). En 1613 compra también a la Corona la villa de Aldea del Fresno. Su política se caracterizó por favorecer a la nobleza territorial y perpetuar su clan familiar en el poder, sin que atendiera a los problemas económicos del país heredados de la época de su padre.

Como Dios castiga sin piedra ni palo, muerto Felipe III, su sucesor y cuarto del mismo nombre, adjudica el valimiento al todavía conde de Olivares que, con excepcional cinismo le dice al de Uceda “ahora todo es mío”. Y para evitar que alguien le recordase sus andanzas pasadas juntos, promueve juicio contra el duque, de resultas del cual fue desterrado y condenado a pagar una multa “por sus apropiaciones indebidas”. La multa fue de 7.500.000 maravedíes (para entendernos, 55.147 veces el sueldo anual de un obrero. Para tres años en el poder no está nada mal). El Rey, de naturaleza bondadosa, le indulta y le nombre Virrey de Cataluña, pero el ya conde-duque, que no quiere testigos, reaviva el procedimiento, y esta vez el de Uceda es encarcelado en Alcalá de Henares, prisión en la que fallece en 1624.

Gracias del de Uceda, no obstante, podemos tener un maravilloso palacio barroco como sede actual del Consejo de Estado, en la calle Mayor de Madrid esquina a la de Bailén y su celebérrimo viaducto. Y unos metros más hacia la Puerta del Sol, el que fuera Convento del Santísimo Sacramento en 1615 y hoy Catedral Castrense, en cuyas escalinatas, cuenta la leyenda, que una noche cualquiera, don Francisco de Quevedo ensartó a un petimetre por atentar contra el honor de una meretriz. Cosas del XVII. 

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