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Cultura

Julio Verne, anticipado en el tiempo

Julio Verne (wikimedia-commons).

Mucho se ha escrito sobre el genio francés, pero creo que es justo el reconocimiento que la Ciudad Condal ha hecho del escritor galo y, por ende, bajo ese prisma, el del conocimiento y el del entronque de su literatura con la ciencia. Y ello porque, si bien es cierto que las novelas de Verne son en muchos casos de las que se han venido en llamar las más de las veces despreciativamente, “de aventuras” (ya me dirán, en esencia, qué son las peripecias de un pobre hidalgo manchego, sino aventuras contadas en una novela, la más grande de todos los tiempos) y, por lo tanto, destinadas a un público infantil-juvenil, no lo es menos que Verne puede ser abordado por el lector adulto que dará a su lectura otro enfoque, quizás mucho mas romántico. Muchos de los adultos recordarán cuándo llegaron al mundo real las creaciones literarias del visionario literato (yo aún me acuerdo del saltito del cosmonauta americano sobre suelo lunar, retransmitido por todas las televisiones del mundo -en blanco y negro en las de nuestro país- y el comentario del padre de un buen amigo, de izquierdas, que decía muy serio que aquello era un invento de los americanos).

La primera obra que escribió fue, curiosamente, de teatro:'Alejandro VII'

El padre de Jules, monsieur Pierre, le obligó a estudiar Derecho, profesión que Jules detestaba, prefiriendo dedicarse a la literatura. Ello hizo que el irascible progenitor le retirase toda ayuda económica. La primera obra que escribió fue, curiosamente, de teatro: ‘Alejandro VII’, entrando ya en 1848 en los círculos literarios parisinos. Así, su primera novela fue ‘París en el Siglo XX’, si bien no fue publicada hasta 1994 al ser rescatada del olvido por un bisnieto del autor. La obra es acerca de un joven que vive en un mundo de rascacielos de cristal, trenes de alta velocidad, automóviles de gas, calculadores, y una red mundial de comunicaciones, pero pese a ese “bienestar tecnológico” no puede alcanzar la felicidad y se dirige a un trágico fin. ¡Alucinante!

Hetzel, su editor habitual, pensó que el pesimismo de esta novela dañaría la promisoria carrera de Verne y sugirió que esperase veinte años para publicarla. Éste puso el manuscrito en una caja fuerte, donde fue «descubierta» por su bisnieto algo más tarde: en 1989, y por ello finalmente publicada en 1994. Verne da un pequeño giro tras este revés, y se dedicará al que será su género: la novela de divulgación científica-aventuras-ciencia ficción (en la época). Y aquí nace la leyenda. ¿Fue Julio Verne un esoterista, un vidente, un masón miembro de sociedades secretas? ¿Cómo pudo adelantar en el tiempo los descubrimientos que luego el avance tecnológico del Siglo XX haría realidad?

Un ‘científico’ autodidacta y visionario

Con independencia de que Verne estuviera en contacto con personajes o movimientos de ese tipo, muy al uso en aquellos tiempos convulsos de cambio de centuria, quizás la explicación sea mas sencilla. A pesar de su obligatorio estudio del Derecho, Verne fue un autodidacta en los conocimientos científicos y está fuera de toda duda que acumuló un gran saber de los mismos. Así, predijo la invención del helicóptero, aunque bien es cierto que el primero de estos aparatos que tuvo un vuelo estable fue el protagonizado por Raúl Pateras de Pescara en Buenos Aires en 1916, y que después todos los que desarrollaron la idea se basaran en el autogiro de Juan de la Cierva de 1923, no lo es menos que Leonardo da Vinci en 1490 ya había dejado estudios y dibujos del aparatito en cuestión, los que con casi toda seguridad Julio Verne  conocía.

Donde, inevitablemente, hay que concederle la vitola de visionario es en los viajes espaciales

Lo mismo podemos decir del submarino, inmortalizado por Verne en sus ‘Veinte mil leguas de Viaje Submarino’, ya que si bien el invento toma carta de naturaleza en 1884 con Isaac Peral, en 1620 se probó en el Támesis un sumergible ¡a remos!, inventado por Cornelius Jacobszoon Drebbel, cosa probablemente conocida por Verne. Donde, inevitablemente, hay que concederle la vitola de visionario es en los viajes espaciales, pues los mismos, tripulados o no, no pudieron ser factibles hasta el invento del motor a reacción ya muy entrado el Siglo XX. Pero aquí siguen estando presentes sus conocimientos científicos pues Perelman, en su tratado ‘Física Recreativa’, afirma que Verne “da una explicación acertada al hecho de que el perro lanzado desde la nave fuera a igual velocidad”. Quizás lo más curioso sea que sitúe el despegue del cohete lunar en “Tampa Town”, cuando la ciudad de Tampa (Florida), se encuentra ubicada a escasos 200 kilómetros de Cabo Cañaveral, lugar actual de los lanzamientos de la NASA.

El precursor del género de ciencia ficción

Hasta se atrevió con el género vampírico en su ‘El Castillo de los Cárpatos’

Julio Verne unió a sus conocimientos científicos una imaginación desbordante y de ahí el resultado de sus creaciones literarias (aunque tenga obras de otro corte pues hasta se atrevió con el género vampírico en su ‘El Castillo de los Cárpatos’), siendo así el precursor del género de ciencia ficción (del cual consideraba como padre y señor a H.G. Wells).

Verne es el segundo autor más traducido de la historia (tras Agatha Christie), quizás porque el bueno de su editor Jules Hetzel, que se atrevió a publicar ‘Cinco Semanas en Globo’, lo hiciera firmando un compromiso con el autor para que siguiese escribiendo obras en apoyo de la juventud. De ahí que Verne haya sido considerado, falsamente, como un autor juvenil (claro que, en un mundo donde series de dibujos, como ‘Los Simpsons’, de los cuales me confieso seguidor, son consideradas infantiles, todo es posible), pero de ahí también, posiblemente, su enorme difusión.

Su obra ha sido llevada al cine en multitud de ocasiones por todos conocidas, y Francia le otorgó la Legión de Honor, por su contribución al desarrollo de las letras . El último misterio es su tumba, sita en el cementerio de La Madeleine de Amiens, una auténtica y misteriosa obra de arte fruto del cincel del escultor Albert-Dominique Roze (1861-1952), amigo de Julio Verne, quien la había esculpido a petición del propio escritor que ya presagiaba su muerte. En ella se observa a Verne emergiendo de su tumba y levantando su brazo derecho con la mirada al cielo. La escultura fue bautizada con el título «Hacia la inmortalidad y la eterna juventud», aunque es necesario aclarar que esta célebre sentencia no aparece en ninguna parte de la tumba. ¿Será otro mensaje visionario?.

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