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Cultura

Admitámoslo: Tao Lin es aburrido

Una imagen del escritor Tao Lin.

Mejor no lo pudo presentar Ian Sansom en The Guardian: “Para algunos, Tao Lin es el epítome del inconformista joven norteamericano: fresco, culto, irónico. Para otros, reproduce la otra cara de lo que ser el epítome del inconformista joven norteamericano supone: obsesionado consigo mismo, estúpido e  inmaduro. Usted decide”.

Poeta, ensayista, artista, editor y novelista de origen taiwanés, a sus 29 años de edad, Tao Lin no tiene motivos para sentir nostalgia por nada -aunque se reconoce parco y depresivo-. Es, en toda regla, un hijo de Internet, un medio que sabe explotar y que ha servido de plataforma para su obra y su personaje literario. La prensa se afana en ponerle títulos que suenan muy bien, pero que aportan poco al momento de entender quién es: que si el enfat terrible; que si el escritor 2.0 o el hipster de la literatura... Y uno se pregunta, ¿quién diablos es este chico? ¿escribe bien o mal? ¿es o se hace?

Y uno se pregunta, ¿quién diablos es este chico? ¿escribe bien o mal? ¿es o se hace?

En 2008 Tao Lin creó su propia editorial, Muumuu House, sello que publica poesía, prosa, ficción, periodismo, así como "selecciones de Twitter y chats de Gmail ". El sello no acepta manuscritos ni envíos, todo lo que publican  –afirma su declaración de intenciones– ha sido previamente leído en blogs, tuiter o cualquier otro lugar de la red.

Tao Lin comenzó a escribir con 19 años en su primer curso de universidad. Desde entonces no ha parado. Autor de una obra auto referencial, lleva ya cuatro novelas: Eeeee Eee Eeee (2007), Robar en American Apparel (2009) y Richard Yates (2010), esta última, un homenaje al autor de Revolutionary road. A esas sigue Taipéi, su cuarta novela y la tercera publicada en España por Alpha Decay.

Lin, quien asegura que escribe por dinero, es aficionado a decir una cosa u otra según quien le pregunte.

Lin, quien asegura que escribe por dinero, es aficionado a decir una cosa u otra según quien le pregunte. Así como un día dijo que había escrito Taipei porque no tenía nada mejor qué hacer, igual puede asegurar que se trata de una novela autobiográfica para negarlo después. Lo cierto es que este libro tiene bastante del joven autor, quien narra la historia de Paul, un escritor hijo de taiwaneses, un chico que vive entre la cibercomunicación y el aislamiento; un personaje acaso excesivamente aburrido de la vida, quien decide emprender un viaje desde Brooklyn hasta Las Vegas.

Algo así como un vademécum –Paul es adicto a los fármacos y distintas drogas, desde la cocaína, el MDMA, hasta el Xanax, Klonopin, metadona o la oxicodona–, Taipei es una novela desasosegante; y no porque esté escrita en clave de montaña rusa, sino porque su ritmo parco, taimado, fragmentario, circular –e incluso aburrido– tiene una especie de desesperación subyacente, algo que uno no sabría decir si es desesperanza o aburrimiento; angustia o hastío. Incluso la propia relación con los alimentos intoxica lo vital para entrar en una dinámica embotada: comer sin hambre, vivir sin ganas.

Incluso la propia relación con los alimentos intoxica lo vital para entrar en una dinámica embotada: comer sin hambre, vivir sin ganas.

Y así como Clay Martin –de The New York Times– dijo que Tao Lin solo podía ir a mejor, hay quienes como Rodrigo Fresán, dicen que Taipei se lee como una buena primera novela –es la cuarta del estadounidense–. En España, Tao Lin cuenta con una nutrida feligresía, integrada por los escritores más jóvenes. Y la cosa resulta especialmente curiosa: muchos de sus más entudiastas defensores y divulgadores son bastante más imaginativos y originales que él. Un rato largo.

Y a veces el lector se pregunta: ¿qué tanto las expectativas generadas por Tao Lin desinflan su propio resultado? ¿Es realmente tan bueno o acaso es sólo un personaje? ¿Podríamos recriminarle su prosa anémica y comatosa cuando en verdad él mismo no nos ha prometido nada? Tao Lin no parece entusiasmarse con nada y puede que sea ahí, en el tedio que despierta su escritura, la clave desencantada de su narrativa. Hablan de él como el nuevo Douglas Coupland. En aquella época, al menos, existía el grunge. Alguna nostalgia o melancólica añoranza existía -músicos que seguían muriendo a los 27; incomprendidos calzados con chuck taylors sucias-, aunque sólo fuese por la idea romántica del genio incomprendido. Aquí no hay nada. Bueno sí: un inmenso vacío. Eso.

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