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Cultura

Libros infantiles que podrían leer los adultos

Unaimagen de la versión cinematográfica de 'Matilda'.

Hay libros infantiles que parodian y critican el mundo con más lucidez que aquellos dirigidos a un lector mayor. Es cierto que ya existe un fenómeno bautizado como crossover, pero este no es el caso. Se trata de historias que por su contundencia y su alcance, podrían pasar de una estantería a otra sin despeinar a nadie. Aquí presentamos algunos ejemplos: no quiere decir que sean los únicos, ni los mejores. Son, a su manera, un gesto tan arbitrario como recopilatorio. 

En la introducción de Las aventuras de Tom Sawyer, Mark Twain dice que había escrito el libro con “la idea de despertar recuerdos del pasado en los adultos y exponer cómo sentían, pensaban y hablaban, y en qué raras empresas se embarcaban”. Una idea parecida aparece al inicio de El principito (El pequeño príncipe), cuando Antoine de Saint-Exupéry pide disculpas al público infantil por dedicarle el libro a su amigo Léon Werth: “Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicarle este libro al niño que una vez fue esta persona mayor. Todos los mayores han sido primero niños. (Pero pocos lo recuerdan.)”, dice.

Pensad tan solo en un momento en la feroz crítica a la familia y la autoridad que hace Roald Dahl en muchos de sus libros. Por ejemplo, Matilda, en cuyas páginas narra la historia de una niña superdotada –y que además tiene poderes especiales- cuyos mediocres padres se preocupan poco por ella, se dedican solo a ver la televisión, se niegan a comprarle libros y la dejan sola todas las tardes. Ingeniosa y resuelta, Matilda se da cuenta de que es más inteligente que ellos y decide ignorarles por completo. No peor parada sale la señorita Trunchbull, la directora de la escuela a la que acude la pequeña: una mujer que maltrata niños sometiéndoles a todo tipo de torturas.  

Sin duda, Dahl es un maestro en lo que a historias de este tipo se refiere. Charlie y la fábrica de chocolate es tan siniestra como moralizante: el excéntrico señor Wonka, especie de Peter Pan avaricioso y egoísta; un maravilloso mundo de chocolate y golosinas que poco a poco se volverá en contra de los niños que lo visitan; la bondad y prudencia de Charlie frente a sus compañeros de excursión… Sin embargo, no todos los libros de Dahl son tan extremistas, truculentos  y apocalípticos. Danny, el campeón del mundo  puede que sea uno de los más hermosos del autor británico; en sus páginas narra la bellísima relación de un niño con su padre.

La mayoría de los relatos infantiles suelen ser deliberadamente simétricos, explicaciones de la vida donde todo es lo suficientemente claro como para que nada pase por alto: villanos exagerados; castigos ejemplares; mundos entre fantásticos y sórdidos, tenebrosos y sorprendentes… Un sustrato de literatura de aventuras a la vez que amarga bitácora humana que comparte rudeza con Philip Roth o el Coetzee de Desgracia. Un verdadero genio en lo que a relatos de este tipo se refiere fue Oscar Wilde, en cuyos cuentos puede rastrearse el germen de los temas que más tarde dominarán su teatro: la crueldad de la belleza; la ingratitud del amor; el precio que deben pagar algunos por ser diferentes… Sin embargo, y citando autores más cercanos en el tiempo, habría que hacer una mención especial al libro Princesas olvidadas o desconocidas (Edelvives), de Philippe Léchermeier y Rébecca Dautremera.

En las páginas de este libro aparecen Cenicienta y algunas otras celebridades, pero, sobre todo, hay princesas desconocidas, princesas injustamente olvidadas. Concebida como una pequeña e informal enciclopedia, en sus páginas podemos encontrar una galería de retratos de las más curiosas princesas e información específica sobre cada una de ellas.

¿Qué hace que un libro sea literatura infantil? ¿El hecho de que esté protagonizado por niños? No solo eso. Hay muchos aspectos que crean un género infantil. Como señala Jorge Téllez en un ensayo, un aspecto se mantiene constante en este tipo de historia: el contexto, lo que rodea a sus personajes. A la Matilda de Roald Dahl y al Harry Potter de J.K Rowling no los unen sus poderes sobrenaturales, sino la relación con sus padres. “Quizás el gran tema de la narrativa para niños sea el de los problemas que padecen los niños en un mundo que, al ser creado por adultos, no les pertenece. El precio que paga Peter Pan por no crecer nunca es el exilio”, escribió.

Hay libros que jamás  fueron pensados para un público infantil como Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift (1726) o Robinson Crusoe de Daniel Defoe (1719),y sin embargo forman parte de un repertorio de lecturas para niños. Incluso los cuentos de hadas suponen otro nicho para los lectores más pequeños: Barba Azul, cuento recopilado y adaptado por Charles Perrault o los Hermanos Grimm y su repertorio de tradiciones orales alemanas –desde Caperucita roja, pasando por La cenicienta o Blancanieves-.

En 1883, el escritor Carlo Collodi comenzó a publicar, por entregas,  Las aventuras de Pinocho, una marioneta que cobra vida en las manos del carpintero Gepeto. Casi diez años más tarde aparece El libro de la selva, una recopilación de cuentos que Rudyard Kipling comenzó a publicar, también por entregas, en la prensa.  Basadas todas en animales de la India, hay una historia central que organiza el libro, que sería la de la llegada de Mowgli la cueva de una familia de lobos que le acoge como hijo luego de que el pequeño emprendiese la huida de Shere Khan, un enorme y feroz tigre de bengala.

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