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Cultura

Republicano, gay y del Bronx: ¿quién fue Bill Aalto?

Un detalle de la portada del libro.

Esta historia comienza nueve años después, en 1949, cuando William Aalto da vueltas alrededor de la mesa de madera de una cocina que no es suya –es del poeta W.H Auden, su anfitrión-. Aalto lleva un cuchillo en la mano, está borracho y quiere matar a su amante, James Schuyler. El ex teniente del Batallón Lincoln tiene 33 años. Cuando fue enviado a España por los comunistas norteamericanos para ayudar al bando republicano tenía apenas 21 y un carácter de mil demonios. Había luchado a puño limpio en las revueltas sindicales de las calles de Nueva York. Se había partido la cara con policías y esquiroles. Había volado trenes de la retaguardia franquista y salvado a 300 hombres. Pero en la primera página de este libro la historia comienza por el final: cuando, ya completamente alcohólico, abandonado y enfermo de leucemia, William Aalto avanza como un enajenado hacia el fin de sus días.

Un maricón para sus compañeros de las Brigadas Internacionales y los miembros del Partido Comunista Americano; un héroe para los que conocieron sus hazañas; un borracho violento para quienes le vieron agonizar en un hospital neoyorquino de la beneficencia. William Aalto, un personaje cuya vida es contada por el periodista y escritor Jorge M. Reverte en Guerreros y traidores. De la guerra de España a la guerra fría (Galaxia Gutenberg, 2014), un libro que documenta las peripecias de un personaje perseguido por el FBI, traicionado por sus compañeros comunistas y también por sus camaradas de las Brigadas Internacionales, con quienes compartió luchas en la Guerra Civil de España entre 1937 y 1939. Un libro total, sincero, que no se permite la hagiografía pero no deja de lado la valentía de un hombre acaso inverosímil.

William Aalto viaja a España con 21 años. Coincide con La Pasionaria y hasta se deja fotografiar por Robert Capa.

Hijo de finlandeses, nacido en el Bronx y forjado en la luchas obreras de la Nueva York de los 30, Aalto se enrola como integrante de las Brigadas Internacionales que, desde Estados Unidos, buscaban apoyar la lucha Republicana. Como integrante del Batallón Lincoln, ya ascendido a teniente, Aalto logra salvar a 300 soldados republicanos apresados en el fuerte de Carchuna, en Granada, con un grupo de apenas 30 partisanos. Conoce la España de la República. Coincide con La Pasionaria y hasta se especula con el hecho de que pudo haber sido fotografiado por Robert Capa. Y todo lo cuenta Jorge M. Reverte sin ceder a los encantos de la novela. Lo hace utilizando un periodismo serio, riguroso, pero no por ello plano ni anémico. Al contrario, su prosa levanta narraciones potentes con imágenes enternecedoras, acaso la de un grupo de jóvenes norteamericanos que caminan desarrapados, disfrazados de franceses, a través de los Pirineos hasta llegar a pueblos perdidos donde los niños les regalan naranjas; frutas arrugadas de un olor potente que esos hombres jamás han conocido. "Es una buena manera de recibir a los que, acaso, pierdan la vida en esta tierra", escribe Reverte.

“Cuando uno consigue un personaje así como Bill Aalto, es más interesante usar la no ficción. A Aalto me lo encontré por casualidad hace poco más de un año, para una historia sobre la Guerra Civil. Cuando apareció esta historia de Carchuna, de las más notables desde el punto de vista individual, decidí escarbar más. Encontré más tesoros. Un hombre al que no dejan ser héroe porque es homosexual; que quiere ser poeta y no puede, porque no le dan las capacidades, y que sin embargo se relaciona con escritores y artistas de su época”, explica Jorge Martínez Reverte, autor de libros como el superventas La batalla del Ebro  o La Caída de Cataluña, por el que ganó el Premio Terenci Moix al mejor ensayo, en 2006.

"Fue un hombre al que no dejan de ser héroe porque es homosexual; que quiere ser poeta y no puede, porque no le dan las capacidades"

Guerreros y traidores se sirve de la biografía pero también de las potentes herramientas del reportaje, cuyo uso convierte el libro en un gran fresco. En sus páginas, Jorge Martínez Reverte describe, por ejemplo, la importancia que tuvieron los corresponsales extranjeros así como los escritores, desde Ernest Hemingway hasta John Dos Passos, como altavoces de un conflicto que, en un comienzo, interesó bastante poco al mundo anglosajón. A veces con acritud, sin desaprovechar la ironía, relata Martínez Reverte cómo una versión de la República parecía a algunos más atractiva que otras -fue el caso de Hemingway con ¿Por quién doblan las campanas?- y hasta deja caer una crítica velada al papel de cicerones culturales que jugaron figuras como Rafael Alberti y María Teresa León.

“Especialmente los periodistas anglosajones hicieron un trabajo muy bueno de propaganda de guerra. Mantienen casi todos una cierta distancia con los datos, toman partido por personas. Eso tiene mucho que ver con el hecho de que aparecieran personajes como William Aalto. Tenían que buscar héroes americanos”, dice Reverte, quien sin ningún tipo de embeleso, se refiere también al papel que jugaron aquellos intelectuales que se dedicaron en el madrileño Hotel Florida –donde pasaban los días Hemingway o Capa- a hacer lobby republicano. “Son personajes que juegan un rol muy efectivo. Aquellas fiestas que daban María Teresa León y Alberti en el palacio de Del Pino mientras le gente se está matando en las trincheras, y en la que apareció por ejemplo Miguel Hernández para insultarles”.

Ya de vuelta en Estados Unidos, William Aalto se apuntó a las OSS, bajo las órdenes de William Donovan, para luchar contra el fascismo y los nazis. Sin embargo, a Aalto todo le saldrá mal. Sus camaradas comunistas Milton Wolff e Irving Goff le delatan y usan su homosexualidad para provocar su expulsión del Partido Comunista. Convertido en un  perseguido y apresado por el FBI, Aalto es torturado. No dio nombres, ni siquiera pensó en señalar a quienes le traicionaron. Y sin embargo murió marginado, solo y apestado.

Al preguntarle a Martínez Reverte cuánto de historia extinta, de entusiasmo y candor, hay en la vida de William Aalto, el periodista no lo duda. Hay, sí una cierta inocencia, no por ello menos fascinante: “Él mantiene una cierta inocencia y candor. No tiene tanta formación ideológica como otros pero permanece fiel hasta que muere: a su juventud, nunca renegó de su participación en España; también se mantuvo fiel a sus amigos, que le traicionaron y a los que no denunció, aunque pudo”.

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