Quantcast

Cultura

Truco, trato y marketing en el cine

Haley Joel Osment y Bruce Willis en El sexto sentido (Gtresonline).

Ese niño rubito de El sexto sentido; ese que le dice a Bruce Willis, mientras parece que fumen cigarrillos de la risa con picadura de costo, eso de “a veces veo muertos” estaba equivocado. El acongojado y enfermizo chaval lo que percibía con miedo no eran los ectoplasmas del miedo, sino el delirium tremens de ese actor brutal que hacía de su padre y que sólo esperaba el premio de interpretación Fotogramas de Plata. El nene regresa por partida doble (un 2x1) diez años después de su último trabajo como protagonista y ha aceptado la oferta para liderar el reparto de dos comedias estilo indie. A sus 25 años Haley Joel Osment, el joven que aterrorizó al mundo entero con su performance sublime de cómo orinar la cama y sobrevivir a la paliza paterna, regresa a la industria con fuerza.

Desde que rodara El secreto de los McCann en 2003, Haley tan solo ha trabajado en tres pequeñas producciones mientras continuó prestando su voz para los videojuegos de la saga Kingdom Hearts. El público no lo ha disfrutado en películas de gran calado; así lo decidió el muchacho para centrarse en sus estudios. Y como ya tiene su titulito de la Escuela de Artes Tisch de Nueva York, ahora ensaya para su retorno en Tusk, comedia que dirige Kevin Smith (el de Clerks), donde hace de Teddy, un locutor de radio que sale en busca de su compañero de curro (Justin Long) con la novia de éste (Génesis Rodríguez) después de que haya desaparecido sin dejar rastro. En el segundo filmete, Me him her, aparece bajo las órdenes de Max Landis (hijo de John) como director y con la actriz Geena Davis como compañera de reparto.

En Youtube hay trailers con cierta mala baba de películas con Tom Cruise y ‘partenaires’ masculinos de reparto que son una maravilla en sus trucados diálogos.

Cuando se conoce -no sé si con suerte o paciencia- durante muchos años el mundo interior de los hacedores de cine o film makers. La capacidad de sorpresa se extingue como a los críos cuando ven las barbas pegadas a las caras de un mago de oriente de gran superficie por navidad. Ante la falta de sustos y con la complicidad de los trucos de las secuencias o los tratos reflejados por contrato, desaparece la magia, se extingue. Lo sorprendente es cómo toda la humanidad ajena al gremio de los peliculeros consume libros o documentales sobre la industria más mentirosa del planeta. En Youtube hay montones de trailers y tomas falsas jocosas y con cierta mala baba de películas con Tom Cruise y partenaires masculinos de reparto que son una maravilla en sus trucados diálogos. Aquí hubo un tiempo en que mujeres objeto, conocidas como buenorras o moyares, reinas de las revistas del color y el couché, estrellas mediopensionistas, rodaban cine patrio de tercera división sin haber memorizado un solo dialogo. Se resolvía sin hacer uso del inexistente sonido directo y pasar a su posterior doblaje en la sonorización en estudio ya que las starlettes cuando rodaban movían los labios tan solo y, a lo sumo, contaban hasta diez o decían algún versillo memorizado en algún lugar.

Sara, la ambición manchega

El subgénero de la diva cantante alcanzó en este país el paradigma con la gran mitomanía y fabuladora Sara Montiel. La más grande en su género y la mejor promocionada desde su pastoril letargo de Campo de Criptana hasta esa embriaguez de ego y estados alterados que subliman estos especímenes dignos de estudio en frenopáticos. María Antonia Abad Fernández (fíjense) llegó a decir que desvirgó al mismísima James Dean, el “cenicero humano”, como si no lo fuera antes por cualquiera que tuviera un mínimo poder en un casting o un bono gratis para cenar en una pizzería de Yucca Street del Boys Town, que es como se llama en el ambiente al barrio de West Hollywood. O aquello de que le enseñara en el Distrito Federal de México sus primeras letras el propio León Felipe; que es lo que la hizo ser una mujer de izquierdas. ¡Glups! Lo de Santiago Ramón y Cajal ya hasta lo omito.

Contó públicamente una vez -o varias- que en un viaje trasatlántico de regreso a Madrid recibió en el mismo aeropuerto una gran bolsa con billetes de cien dólares de cuyo balance ella no se fiaba. Como no era cosa de ponerse a contar -ella tan fina- a pie de escalerilla los tacos de manteca, lo hizo una vez sentada en su ubicación y disimulando la maniobra bajo un guion que estudiaba para su memorización. Entonces la ventanilla del Boeing se abrió de par en par y ¡zas! Los billetamen salieron volando de un golpe para posarse sobre las aguas del Triángulo de las Bermudas. Sara era grande en sus relatos estilo Las Mil y Una Noches en aquel garito de Adolfo Marsillach llamado Oliver, frente a Casa (Antonio) Gades. Lo curioso es que la trola no cuajaba no en su parte de billetes sin control o en la súbita apertura del ojo de buey de la aeronave; no. Lo que nadie aceptaba en su foro de debate y conversación era lo de que Sara Montiel estuviera estudiando sus diálogos.

Los descartes hacen las delicias de fanáticos y fetichistas -en la falsa creencia que eso es cine- mostrando momentos graciosos.

Lo mágico del cine hace horas que también se ha destripado (pero se gana un montón en promoción y marketing gratuito al convertirlo en noticia o divertimento) en esas sorprendentes tomas falsas de Star Wars. Imágenes inéditas del rodaje de la primera trilogía de La Guerra de las Galaxias, descubierta por J.W. Rinzler y coleccionada para un nuevo libro electrónico. Los descartes hacen las delicias de fanáticos y fetichistas -en la falsa creencia que eso es cine- mostrando momentos graciosos como el de Harrison Ford comiéndose un auricular tras confundirse de texto, o el de esa guardia imperial en un tiroteo con armamento que se desmonta solo con el tacto o la perdida de piezas protectoras de los trajes al doblar la esquina de un pasillo de la nave. Se airea lo más banal de las historias en vez de una anécdota verosímil.

En el caso de la Montiel es mejor referirse a aquella vez en que un exmarido peruano la quiso meter todo un cargador en la cabeza. Salió ilesa gracias a la “gramática parda” de su agente y artífice cuando, en una terraza junto a la piscina de un hotel, comentó susurrante al encabronado cornudo aquello de “Le entiendo en su propósito y hasta yo haría algo aún más contundente contra esta mujer que me amarga, pero si de verdad lo que quiere es venganza de la buena, nada mejor que algo tan simple como dejarla envejecer. Eo será lo mejor, sin duda”. La recomendación era la del magnífico Enrique García-Herreros, creativo cartelista de películas, escalador, ilustrador de las portadas de La Codorniz y colega de la pandilla de Chicote (cóctel bar con lumis en la Gran Vía de antaño), con la mucama Jacoba, Miguel Mihura, Tono, su hijastro Kike y la pilingui Rosita La Zapatera.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.