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Cultura

Jorge Salvatierra vs. Allan Quatermain

Así, Javier González, que no sé por qué se empeñó en ser abogado y ahora sigue en el mundo del márquetin, lleva una serie de títulos a cuál más interesante: Un Día de Gloria, sobre aventuras con la Armada Invencible; La Quinta Corona, misterio con la guerra como escenario; o, Navigatio, que la escribe un autor yankee y ya hubiéramos visto a Tom Hanks tras los misterios que surgen por doquier, por supuesto dirigido por J. J. Abrams.

Su última novela, Cinco Segundos (Ed. Evohé, Madrid 2012), es una de esas novelas que, los que nos hemos criado a los pechos de las aventuras de Emilio Salgari, Joseph Conrad, Edgar Rice Burroughs y H. Rider Haggard (por citar sólo algunos, y no sigo por no epatar, que uno es del plan antiguo), nos ha recordado todas aquellas en las que nos convertíamos en parte de la aventura. No sólo las leíamos, sino que te lanzabas al ataque defendiendo el honor de la Perla de Labuán, navegabas en el Patna con un tal Jim, viajabas a Marte con Carter, o te ibas de caza con un antiguo alumno de Eton llamado Allan.

En esta sorprendente novela, no nos hace falta que los nombres sean tan exóticos o rimbombantes como Sandokán, Challenger o Quatermain. Esta novela nos trae a aventureros y héroes con nombres como García, Nebrija, Monistrol, de la Vega y, como no, Salvatierra, el prota que todos quisiéramos ser (especialmente porque conoce a una tal Claire, que de damisela en apuros tiene nada y menos) y que nos lleva en cinco segundos eternos a una aventura llena de sorpresas, giros, y de historias que nos conducirán a revivir las tan desconocidas expediciones españolas por el África negra (con perdón), y en donde nos toparemos con asesinos fríos, traficantes de esclavos, y hasta con el rey Salomón. Sí, la cosa ya he dicho que va de sorpresas.

Sorpresas que empiezan en un verano madrileño con nuestro Jorge Salvatierra entrando en uno de esos edificios por los que todo el mundo ha pasado en Madrid, pero que nadie se percata del mismo, como es el Casino Militar que está (¡cómo para no haberlo visto sienes de veces!) en la mismísima Gran Vía. Y en donde, a partir de una bobada de nada (dejarse una asignatura para septiembre, que anda que no lo habré hecho yo veces y nunca me pasó algo ni remotamente similar), empezará un recorrido en donde si Spielberg o Lucas leen la novela, seguro que desempolvan el sombrero fedora de un tal Jones.

Pero esta es historia de salacots color hueso y uniformes azules, propios de nuestros infantes de marina; de jesuitas (tan de moda últimamente) inteligentes en medio del caos; de villanos de pelo rubio, casi rojizo; de mujeres de bandera que matan y mueren. Sí, mueren, que en esta autentica delicia que no podrás saborear porque la engullirás allá donde tengas un momento, no hay tregua. Ni para el protagonista, que también muere. O no.

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