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Montserrat Fontané, la mano que mece la cuna de los Hermanos Roca

La única vez que he comido en esa casa fui invitado por un amigo francés y reconozco que estaba más interesado por las cuestiones ecuestres que por las gastronómicas. El momento fue excelente, pero no lo recuerdo como algo glorioso porque mi atención estaba en otros temas. En consecuencia no voy a hacer una valoración de “sabores poliédricos, formas perfectas y delicados servicios en sala”, porque creo que no era consciente de donde estaba comiendo.

Sin embargo, por encima de todo ese teatrillo de los “premios con sponsor” que dan revistas de dudosa independencia, está el trabajo del día a día. El Celler de Can Roca no sería nada sin Montserrat Fontané, madre de esos tres genios que pilotan el mejor restaurante del mundo.

Cuando hace unos meses la Fundación Dionisio Duque, en Segovia, le dio un de los premios en su VII Edición, me impresionó la “presencia” de esa mujer. Después de veinte minutos en el Palacio de la Floresta se sentó en una silla y hablé con ella unos minutos. Tiene modales de madre con oficio, un dulce acento catalán y esa paz que se transmite cuando ya se está de vuelta de todo. Sus manos transmiten la fuerza de esas personas que han preparado muchos kilos de fideua, que han pelado mucho pimientos y que todavía se asombran de cómo ahora las cocinas se parecen cada vez más a un laboratorio. Esa mujer ha dado de comer a mucha gente, porque adora el arte de guisar. No me extraña que sea verdad eso de que prepara la comida a sus hijos cada día cuando están en casa.

Montse es la madre símbolo de los muy buenos cocineros que hay en España. Desde aquella casa de comidas en el barrio de la Taiala en Gerona hasta las lujosas instalaciones del restaurante de El Celler se ha producido una transformación que refleja la evolución de un país. Ahora se nos llena la boca con las estrellas Michelin y los soles Repsol, pero la verdadera riqueza gastronómica en este país ha estado en la manera de acercar a una clase media el hecho “de salir a cenar”. Comer fuera de casa no debe ser un ritual de ricos, ni de paladares exquisitos con “mucho bla bla bla” y “poco tilín, tilín”. Felicidades a todos, porque el comer sigue siendo una necesidad que tiene mucho de arte. 

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