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España

Bankia como problema, con el añadido de Rato

Nadie entendió en los madriles el empeño de Rodrigo Rato (RR) por hacerse en 2009 con la presidencia de Caja Madrid, sabiendo como sabía la parroquia que la entidad tenía en su balance trampas suficientes como para zamparse a todos los elefantes de la sabana africana. Don Rodrigo dejó en ese empeño algunas plumas de su ya menguado prestigio, la más importante de las cuales fue deberle el favor a Mariano Rajoy, su querido enemigo, porque sin la decisión personal del hoy Presidente difícilmente hubiera ocupado el puesto, dada la oposición de Esperanza Aguirre. Se dijo entonces que RR quería terminar con cierto decoro su carrera profesional, arreglando de paso su situación patrimonial, es decir, haciendo algún dinero, y todo ello se rodeó de un halo especulativo que aludía a un pacto en la sombra con su último empleador, Isidro Fainé, La Caixa, en torno a la posibilidad de fusionar ambas Cajas en un futuro.

La perplejidad se hizo presente según iban pasando las semanas y RR no movía ficha, no anunciaba el fichaje de un ejecutivo de talla, un consejero delegado de reconocido prestigio. Y la perplejidad se convirtió en incredulidad cuando, sin ese mirlo blanco, el asturiano confirmó la fusión con Bancaja, que es como una CAM en grande, un enorme queso gruyère, una pesadilla al por mayor. Desde hace tiempo, el mundo financiero coincide en clasificar ese matrimonio contra natura como el gran “riesgo sistémico” español, el detonante que podía llevar al país a la bancarrota caso de explotar. Tras la llegada del PP al Gobierno, Bankia (la suma de ambas) ha confirmado su papel estelar como auténtica madre del cordero del proceso de saneamiento y reestructuración de nuestro sistema financiero. ¿Qué hacer con Bankia? ¿A quién “endiñársela”? En las últimas jornadas, Madrid es un hervidero de rumores.

La pasada semana se daba por seguro que Fainé y Rato estaban a punto de anunciar la fusión Caixa-Bankia. La especie, aun sin datos concretos, terminó por explotar en los medios, al punto de que don Isidre se vio en la tesitura de tener que salir a desmentirla: “no hay ninguna negociación al respecto”. La condición de ángel de la guarda que el mundo financiero confiere a La Caixa en este caso esconde una primera e inquietante realidad: la asunción de que RR en modo alguno podrá con ese trago, porque la cifra necesaria para sacar Bankia del atolladero está comprendida entre 30.000 y 40.000 millones de euros. Una enormidad. Más o menos el doble que la CAM. Tal es el tamaño del problema al que se enfrenta el Gobierno Rajoy.

Imposible escalar ese Everest con una economía que amenaza mantenerse groseramente plana durante una serie de años, es decir, sin crecimiento, con los mercados de capitales cerrados, y sin un equipo ejecutivo de primer nivel. ¿Qué hacer, entonces? La respuesta es sencilla: ese plato solo podría ser cocinado por la ya citada Caixa, BBVA o Santander. Habas contadas. Tres entidades con recursos propios suficientes para abordar tamaña aventura. Hay coincidencia general en descartar al último. El interés de Emilio Botín por ampliar red en un mercado bancario tan deprimido como el español, donde su negocio está estancado o perdiendo dinero, es perfectamente descriptible.

Rato como problema, tanto para Botín como para FG 

Otro tanto cabría decir del BBVA, si bien añadiendo al guiso otros ingredientes, como la constatación de que Bankia no es un problema, sino dos: el ya citado agujero, por un lado, y la  dimensión pública de Rato, por otro, su condición de animal político por excelencia y, obviamente, su ambición, ingredientes todos que hacen imposible pensar en una salida para Bankia sin dársela al tiempo a su político y polémico presidente. La pregunta, por tanto, es doble: ¿qué hacer con Bankia y qué hacer con Rato? Desde este punto de vista resulta difícil imaginar una operación con el BBVA de Francisco González (FG). Aceite y agua. Imposible la mezcla. Sin olvidar que RR es también un hombre “incómodo” para los planes de futuro de la familia Botín.

Vuelta, pues, la burra al trigo de Caixa. Son muchos, sin embargo, dentro y fuera de la entidad, los que siguen sin ver para qué necesita Caixa (ojo, ha provisionado casi 2.500 millones durante el ejercicio 2011, es decir, tiene sus propios problemas) a Bankia, qué ganaría con esa operación, teniendo en cuenta que la misma forzaría el despido de miles de empleados y el cierre de unas 1.500 sucursales por solapamiento. Pero en el 629 de la Avenida Diagonal siguen poniendo los ojos en blanco cuando miran hacia las torres de KIO. “La operación es factible; yo me encargo de llevarla a cabo desde la sala de máquinas; solo hace falta que los jefes dejen de lanzarse miradas cómplices y se sienten frente a frente para hablar en serio”. Fainé niega que el flirteo haya pasado a mayores, aunque gentes cercanas al PP sugieren que “ha habido incluso intercambio de papeles; lo que pasa es que las exigencias de dinero y garantías de don Isidro son tan altas, que la operación ha encallado”. De momento.  

En Barcelona sostienen que, desde hace meses, sobre la mesa de Juan María Nin descansan tres carpetas con otros tantos rótulos: Sabadell, Popular y Bankia, tres opciones que vienen estudiando con atención, una de las cuales cristalizará en 2012. Parece que Luis de Guindos es ferviente partidario del matrimonio castellano-catalán, aunque no está claro que tenga respuesta para una pregunta que algunos ya se han planteado en la meseta: ¿sanear Bankia con dinero público para “entregársela después a los catalanes”? ¿Aceptaría el PP esa operación? ¿Consentiría doña Esperanza quedarse “sin Caja”, con todo lo que ello ha venido representando para los poderes autonómicos?

Fuentes bancarias sugieren que el problema es de tal dimensión que la solución pasa por trocear Bankia y repartir las piezas entre los tres grandes citados, “porque entera es indigerible para uno solo”. ¿Qué hacer, entonces? ¿Qué solución darle a un rompecabezas que el Gobierno quiere tener encarrilado a mediados de febrero? Una salida alternativa sugerida, en fin, por los escasos liberales que militan en el PP, podría consistir en sanear, primero, y vender, después, en pública subasta, lo que equivaldría a aceptar que una entidad extranjera pudiera hacerse con uno de los grandes grupos bancarios españoles.

Rajoy, entregado a la socialdemocracia del PP

Y ahí tenemos al Gobierno Rajoy, obligado a retratarse de cuerpo entero con dos reformas esenciales para el inmediato futuro colectivo, la financiera y la laboral.  El huracán que simuló ser Don Mariano el 30 de diciembre pasado ha ido amainando hasta convertirse en un suave vientecillo, un cierzo liviano de tarde agosteña. Montoro, con la ayuda del camarada Arenas y del ínclito Arriola, ha logrado convencer al gallego de que esta reforma no debe costarle un duro al contribuyente, y mucha gente le alaba el gusto, aunque la dura realidad enseña que no se conoce caso de sistema financiero quebrado que haya salido a flote sin dinero público. La voz pasiva de este argumento es que el Estado debería entrar en el capital, primero, para privatizar, después, y recuperar finalmente el dinero invertido, amén de dejar quebrar a quienes lo merecieran, obligando a pagar su parte alícuota a los accionistas y, naturalmente, a los gestores, a los malos gestores, que, dicho sea de paso, son casi todos.

Difícil se antoja imaginar a bancos y cajas saliendo del atolladero apelando en exclusiva a las provisiones, excepción hecha de los grandes, con el añadido de que sanear congelando el dividendo para acelerar provisiones supondría meterle un frenazo añadido al crédito de graves consecuencias. Y, ¿quién se encargará de decirle al señor Botín que este año no puede anunciar sus 8.000 de beneficio con cargo a 2011? Forzar al resto a fusionarse en la idea de que ello resolverá el problema es una falacia. La situación de quiebra de gran parte del sistema solo podrá revertir obligando a las entidades a sanear balance liquidando activos tóxicos –mayormente suelo, promociones sin concluir e inmuebles adjudicados-, porque mientras eso no se haga no habrá crédito y sí, en cambio, un horizonte a la japonesa de estancamiento a largo plazo. ¿Qué hará Rajoy? De momento, dejarse mecer por los cantos de sirena socialdemócratas de su entorno más cercano, y no es eso, no es eso. Para eso no le dieron los españoles la mayoría absoluta.     

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